Por Pedro Escribano
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Nelson Manrique sobre Alberto, Tito, Flores Galindo, 20 años después de su muerte. El desaparecido historiador murió un día como hoy en 1990. Su amigo, también historiador, lo recuerda.
Un cáncer acabó con su vida. Alberto “Tito” Flores Galindo murió un día como hoy hace veinte años. Tenía 41 años y se había convertido en uno de los intelectuales más lúcido de izquierda y de nuestro país. Comprometido con los postulados socialistas, dejó libros capitales como La agonía de Mariátegui, Buscando un Inca, Aristocracia y plebe. Antes de morir, se despidió con una carta a sus amigos que tituló
“Reencontremos la dimensión utópica”, una suerte de testimonio de vida y de fe viva en el socialismo.
–¿Por qué debemos recordar a Alberto Flores Galindo?
–Yo creo que hay tres personajes intelectuales desde el punto de lo que son los socialistas en el Perú: Mariátegui, Arguedas y Alberto Flores Galindo. Tito se interesó en ellos. A Mariátegui le dedicó su libro La agonía de Mariátegui, creo que es su mejor estudio y biografía del Amauta. Creo que con ese libro trazó otra manera de interpretar a Mariátegui, sacándolo de esa suerte de capilla en que, como alguna vez dijo en una conferencia, que Mariátegui había sido convertido en una especie de megáfono que utilizaba cada partido para dar su propia exposición sobre lo que opinaba Mariátegui. Tito abordaba a Mariátegui situándolo en su época, contextualizándolo y lo hacía desde la perspectiva personal de un intelectual comprometido como era él, con toda sus vivencias y problemas de un hombre de nuestro tiempo.
Sobre Arguedas quiso hacer su biografía, era su gran proyecto.
–¿Qué pretendía con esa biografía?
–Es su segundo personaje. Él estaba convencido de que la biografía de Arguedas podría ser una entrada privilegiada para entender las tensiones sociales del siglo XX. Ese trabajo quedó en bosquejo, él pensaba que aquello le iba a demandar un par de años, pero la muerte ya no le dio tregua.
–¿Cómo era en lo personal?
–Era muy sencillo. Era un intelectual de primera línea, pero muy sencillo. Siempre estaba dispuesto a acoger a toda persona. Tenía un enorme interés por la gente, no importa si era maestro de primaria, intelectual de pueblo pequeño que tenía una monografía. Él se las arreglaba para estimularlos, para discutir con ellos. Cuando el tiempo ya no le daba, los distribuía entre sus amigos para ayudarlos. Lo sorprendente es que vivía a una velocidad tremenda.
–En su carta dirigida a sus amigos es crítico y autocrítico. No se cree dueño de la verdad, incluso dice por qué a él, a su generación, los respetan mucho.
–Es cierto. Eso está dirigido a los jóvenes. Él decía que algunos jóvenes tenían demasiado respeto. Era exigente con los demás y exigente consigo mismo. Alguna vez Reynaldo Ledgar dijo “es un gran moralista”. Estaba convencido de la importancia del trabajo intelectual y que éste no solo era tener reconocimiento en la sociedad. Tito también se prodigaba en la prensa (Tiempo de plagas) y no tenía miedo de decir lo que pensaba y lo que necesitaba decir. En la semblanza que Rugiero Romano escribe sobre Tito en la revista Márgenes, recordaba que Tito le había dado un artículo en donde era preciso, intelectualmente brillante, pero escrito con una frialdad como para confundir a los militares. Eran los años de la violencia de Sendero y los militares.
–Flores Galindo era un intelectual orgánico, como quería Mariátegui.
–Creo que de alguna manera Mariátegui era un arquetipo para él, un intelectual comprometido.
–En los años 80, cuando cae el bloque socialista, Flores Galindo mantiene su entusiasmo por la izquierda.
–Antes quiero decirte que Tito tenía un humor, por lo inteligente se podría decir humor británico, pero para nada tenía la frialdad británica.
Tenía una especie de humor de baja intensidad, pero muy devastador. Se gastaba bromas con sus amigos.
–Alguna vez te soltó una de sus bromas…
–Nos las hacíamos (risas). Sobre su entusiasmo por el socialismo, en ese entonces se vivía un momento difícil para el socialismo. La revolución salvadoreña se había empantanado. Cayó el Muro de Berlín. Esa era su preocupación porque, decía, quiero que se sepa que sigo siendo socialista. Se estaba muriendo, pero su preocupación era eso. Eso también se aprecia en su carta–testimonio. Tito no era un marxista cerrado.
–En una parte de Buscando un Inca él trata de analizar los sueños de Gabriel Aguilar. Un marxista ortodoxo no haría eso.
–Era su pasión por encontrar la realidad, recurrir a nuevos caminos. Tito y Gonzalo Portocarrero animaron un seminario muy interesante en la PUCP hace algunos años sobre el psicoanálisis. Max Hernández, César Rodríguez Rabanal, entre otros, iban más allá del trabajo clínico.
Era los nuevos caminos, métodos, para entender e interpretar la realidad.
Capacidad de indignarse
–En un artículo dices que Tito Flores no se hubiera callado ante el perro del hortelano de Alan García. ¿Qué hubiera dicho?
–Ya lo dijo en el primer gobierno. Y es que en García hay una absoluta traición a las promesas electorales. Eso se ha convertido en una mala costumbre nacional. Hay que revisar el tema político porque García ha tenido la proeza de cambiar el mapa político. ¿Qué ha sucedido para que Lourdes Flores y Toledo terminen en centro derecha? García se ha corrido completamente a la derecha. Ese tipo de incoherencias indignaba a Tito Flores.
Perfil
Historiador. Nació en el Callao, en 1949. Murió en Lima el 26 de marzo de 1990. Fue historiador y fundador de SUR Casa de Estudios del Socialismo.
Estudios/obras. Historia en la PUCP y becado en Ècole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Obras: Buscando un Inca (premio Casa de las Américas, 1986), La tradición autoritaria, Aristocracia y plebe.