Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 10/11/07
Hoy, en Lima, todos saben de los apus y simpatizan con los chullos. Pero no siempre fue así. Durante años, en solitaria cruzada, Alfonsina Barrionuevo dio a conocer el Perú profundo. Recientemente publicó el libro Cusco en los anillos del tiempo y Machupicchu, cuento para niños sobre el santuario.
"Es la historia de unas amigas que saltan en el tiempo, entre el futuro y el pasado, entre el Cusco de hoy y aquel que existía antes del turismo. El casco histórico del Cusco sigue ahí, la Catedral, los portales, la Compañía. Lo que ha cambiado son los usos de los inmuebles. Entonces, cuando una de ellas dice 'vamos a comer tortamora' a la otra le parece algo del pasado", explica Alfonsina Barrionuevo acerca de Cusco en los anillos del tiempo, su nuevo libro.
¿Qué es una tortamora?
Era una especie de keke largo que tenía un saborcito bien especial. Era un postre casero típico, aunque ahora tampoco lo hace nadie en su casa. Otra de ellas llega a la Plaza de Armas, donde está la pileta, y ya no encuentra al piel roja.
¿Qué piel roja?
Así le decían a la estatua de Cuautémoc que estaba ahí -por un error, desde México, lo mandaron a él en lugar de mandar a Atahualpa, y la verdad es que parecía un piel roja-. En otro momento, en el presente, una de las chicas propone ir al café Ayllu y la otra le dice que no hable quechua porque, para las niñas bien, en esos tiempos eso estaba prohibido.
¿Cómo se le ocurrió hacer este libro?
Surgió de una conversación que tuve con una compañera de clase. Nos pusimos a recordar las tiendas que había antes alrededor de la plaza. Y recordamos al barbero, la librería, el Savoy, la relojería y el Buenos Aires, un restaurante solo para señores -las chicas no podían ni mirarlo-. Otra amiga, contemporánea de mi mamá, me contó de la ropa. Hablaba de los turcos -en realidad eran árabes- que traían telas, botones y encajes de Europa. Yo tenía los cassetes con estas conversaciones y decidí usarlos. Eran testimonios de un Cusco apacible, que ya no existe.
¿Y cuánto ha cambiado la mente de los cusqueños?
Mucho. Un tema que planteo es el de la virginidad. Recuerdo que, en el colegio, que hubiera profesores le daba un aire de liberalidad, en otros solo había profesoras. Recuerdo en una clase de anatomía, cuando ya tocaba hablar del aparato urogenital. En ese momento, entró la regente y dijo '¡profesor, acá se terminó el curso!'. Esa manera de pensar ha continuado hasta el año 75, más o menos. Hubo un escándalo en Cusco, en el 74, cuando un recién casado de una familia importante devolvió a la novia diciendo que no era virgen.
Hace relativamente poco.
Es que el Cusco era una aldea. Mi padre era periodista y hablaba el quechua a la perfección, pero nunca quiso que yo aprendiera. Para qué quería aprender el idioma de esa gente atrasada, me decía; siempre quise hablar en quechua con él y no pude. Su generación pensaba así. Lo que yo sé de quechua lo aprendí por mí.
¿Cómo hizo?
Yo me crié a 4 mil metros, en la hacienda de un tío mío, y la pasaba en el fogón, donde estaba la gente indígena; y las mujeres, que siempre tenían cancha, queso, charqui, me contaban cosas maravillosas, del padre Sol, de la Pachamama, la Mamaquilla, la Mamacocha, de la familia del viento. Así supe de su cultura -que además era más entretenida-. En las comunidades indígenas no existe el concepto de virginidad. Y eso también lo aprendí alrededor del fogón.
Usted conoció a Martín Chambi. Cuénteme de él.
Yo estudié en el colegio donde estudió su hija. Era bastante mayor, pero iba al colegio a jugar básquet y le caí bien. Así conocí a su mamá y a don Martín. Él tenía firmas de extranjeros famosos. Me enseñó una dedicatoria de Neruda. Era muy alegre. Bailaba huayno conmigo. A mí me encantaba bailar huayno. Pero fíjese en la mentalidad: aquí, en Lima, en la época en que yo estaba estudiando en la universidad, solo se oía boleros y los bailaban conmigo. Pero, en una fiesta, pedí a la orquesta que tocara un huayno. Nadie quiso bailar conmigo. Yo bailé huayno sola un montón de veces. Yo era una especie de contra.
¿Y cómo se sentía usted?
La gente me apreciaba mucho, pero yo sentía que no encajaba, pues, en esa mentalidad.
Usted ha sido, por mucho tiempo, una voz solitaria dando a conocer el Perú profundo en el periodismo. ¿Fue difícil encontrar espacio?
Mucho. Cuando llegué a Lima, por recomendación de Sebastián Salazar Bondy llegué a Caretas. Les dije que sabía tradiciones y costumbres de las provincias. Me dijeron que no les interesaba. Me encargaron, más bien, escribir otras cosas. El espacio lo encontré en El Comercio, donde escribía sobre los personajes tradicionales de Lima. Les propuse hacer una ruta por los pueblos y sus tradiciones y aceptaron. Comencé por el Cusco y no sabe el escándalo.
¿Por qué?
Porque me hospedé en un hotel y no en casa de mis padres. Me consideraban una liberal. En fin, el hecho es que publicaron mis notas con el título 'Descubriendo el Perú'. Y así comenzó.
¿Usted sigue viajando, no?
Sí. Hace unos años fui al valle de Yanahuanca, en Pasco. Es un valle como Machu Picchu, que solo tiene unas ocho horas de luz. Y había que subir a un sitio bien alto. Yo monto a caballo desde los seis años pero nunca sin montura. Y para subir había que ir a caballo, pero no tenían montura. 'Por lo menos tendrán una manta', dije. No había. '¿Y riendas?'. Tampoco. '¿Y cómo voy a subir?'. 'Agárrese del mechón, pues'.
Un poquito peligroso...
Una vez me caí rodando de un tercer piso y me lesioné la espalda. Creo que he perdido el instinto de conservación porque me subí al caballo. Era bien empinado el camino. La última vez que fui al doctor y le conté lo que había hecho, me dijo: 'Mira, Alfonsina, si sigues haciendo esas cosas, un día te van a recoger con cucharita. ¿Por qué haces esas cosas?'.
¿Y qué le dijo?
Yo tampoco sé por qué las hago (ríe) pero sigo viajando por el Perú.
Autoficha
Nací en el Cusco. Mi padre hablaba el quechua a la perfección, pero no me dejaba aprender. Yo me crié a 4 mil metros, en la hacienda de un tío, y la pasaba en el fogón, donde estaba la gente indígena; las mujeres siempre tenían cancha, queso, charqui, con ellas aprendí quechua. En la década de 1970 vine a estudiar Derecho en San Marcos, pero lo dejé después de que me encargaran defender a un criminal terrible... para ese momento ya colaboraba en Caretas y El Comercio.