Por Sandro Bossio
Fuente: http://suplementosolo4.blogspot.com/2010/12/la-infancia-de-la-navidad.html
Huancayo, como pueblo cristiano, mostraba su fervor desde tiempos coloniales. Se dice que en el siglo XVIII, en el convento principal del pueblo, se armaba ya con hierbas regionales el Nacimiento del Niño Manuelito para que la gente lo adorara en la noche de Navidad con velas de sebo. Ricardo Tello Devotto dice en sus crónicas sobre la ciudad que “todos los vecinos armaban sus nacimientos una semana antes de la Navidad para que los amigos de los solares los fueran a ver”. Cada visitante llegaba a la casa con una vela encendida y los dueños del nacimiento estaban obligados a recibirlos con un vaso de jora, chicha de maíz o cualquier otra horchata serrana, llamadas comúnmente “Orines de Niño”.
Desde épocas coloniales, los nacimientos en Huancayo se arman sobre una mesa, previamente forrada con un mantel. Sobre éste se disponen cuadros de pasto, musgo, líquenes y helechos de las alturas. Para formar los desniveles se usa una variedad botánica llamada vernacularmente “champa bulto” o cerritos. Para adornar las vértices del nacimiento hay varias especies de espinas: quichua (o cola de cerdo), alas “sumay suncho” y ramas de arrayán.
Huancayo, como reducción de indios, estuvo desde el principio del virreinato poblado de artesanos y menestrales. Los que destacaban eran los tejedores y los alfareros, estos últimos encargados de fabricar las imágenes santas para los nacimientos populares. Las iglesias y residencias de principales mandaban traer las imágenes desde Turín, Madrid o de la Compañía de las Indias, y eran generalmente finas esculturas de cristal, benjuí o loza. La imaginería ayacuchana, labrada en “piedra de Huamanga” (alabastro) tampoco era extraña a estas tierras.
Desde épocas coloniales, los nacimientos en Huancayo se arman sobre una mesa, previamente forrada con un mantel. Sobre éste se disponen cuadros de pasto, musgo, líquenes y helechos de las alturas. Para formar los desniveles se usa una variedad botánica llamada vernacularmente “champa bulto” o cerritos. Para adornar las vértices del nacimiento hay varias especies de espinas: quichua (o cola de cerdo), alas “sumay suncho” y ramas de arrayán. Cuando surgen los primeros movimientos antagónicos a la monarquía española, es decir a comienzos del siglo XIX (levantamientos de Aliaga, Astocuri, Tagle y llegada de las expediciones libertadoras), los pueblerinos huancas desistieron de seguir usando las costumbres españolas, mas no así de su fe, de modo que decidieron continuar con la celebración a su manera: es decir la andina.
Los pueblerinos huancas desistieron de seguir usando las costumbres españolas, mas no así de su fe, de modo que decidieron continuar con la celebración a su manera: es decir la andina.
El estudioso Simeón Orellana Valeriano anota al respecto: “¿Quién no ha observado un nacimiento huanca? Allí están el Niño Jesús con su chullo, sus ojotas y ropaje andino; Manco Cápac, que representa a San José y una Coya, que la identifican con la Virgen María. Los animales que rodean al pesebre son vicuñas, llamas, tarucas. Los personajes que vienen a rendir su adoración al Niño, están conformados por danzarines huancas, puneños o cusqueños. Las iglesias y las casas son las que forman parte de nuestra arquitectura andina. La simbología es la misma, la forma es la que ha variado, gracias a la imaginación del artista nativo, que reinterpreta a su manera toda la sacralizad de la Natividad cristiana”.
Asegura que cada pueblo del Valle del Mantaro tiene su forma peculiar de “recibir” la Navidad andina. “Un ejemplo: Acolla. El pueblo se viste de pachahuara, salen los negros esclavos, unos que trabajan en el campo, otros que integran la servidumbre de las casonas solariegas, unos son los chacranegros, otros son los pachahuareros. Aquellos directamente y éstos en forma disimulada realizan la adoración del Niño”.
Como en todo nacimiento, los animales que acompañan el monumento vienen de todas partes del mundo, aunque, antaño, los únicos animales que adoraban nuestros niños en nuestros pueblos, eran los del ganado local. Luego de que los animales europeos se integraran a la fauna local, empezaron a adornarse los nacimientos con reses y ovinos. Antes se colocaban en los nacimientos algunos cerdos, pero después fueron quitados por considerarlos “animales indignos por la Iglesia”. Igual marginación sufrieron las llamas y alpaquitas que, poco a poco, fueron extinguiéndose en los nacimientos huancaínos para dar paso a los elefantes, las cebras y las jirafas.
Se cuenta que en nuestra ciudad, a principios de siglo, se conservaba todavía una Navidad auténticamente andina (es decir, sin panetones, champán ni pavo), pues la cena navideña, luego de adorar al Niño Jesús, consistía en lonjas de cerdo, jamón serrano, pepián de gallina acompañado de rafañote y, por supuesto, abundante chicha. Había un famoso manjar llamado “sánguche navideño”, que contenía las carnes más deliciosas, las salsas más extravagantes y los panes de trigo y de semeta más sabrosos.