Carlos Germán Belli
Escultor de palabras Escultor de palabras

Por Oscar Miranda
Fuente: http://www.larepublica.pe/impresa-domingo/escultor-de-palabras-2011-09-25

Para la crítica, es el poeta vivo más importante del país. Para muchos lectores, el autor de algunos de los versos más conmovedores escritos en lengua española. En celebración de sus 84 años y de los 50 que acaba de cumplir su histórico poemario ¡Oh hada cibernética!, la Casa de la Literatura Peruana le ha organizado una exposición-homenaje que comenzó esta semana. Carlos Germán Belli para todos.

Esa mañana de marzo de 2006, antes de salir a dar uno de esos tranquilos paseos de jubilado por el barrio, Carlos Germán Belli bromeó con los suyos: “Si me llaman de la India díganles que ya vengo”. Al volver, se encontró con que, en efecto, lo habían telefoneado del extranjero, pero no de la India sino de Chile. “Ha llamado el ministro de Cultura. Dice que no te muevas porque tiene que hablar urgente contigo”. Cuando el funcionario llamó, le comunicó que le habían concedido el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, uno de los más importantes galardones literarios en lengua española. El ministro le pasó el teléfono a Juan Gelman, miembro del jurado. “¡Vamos a celebrar con pisco chileno!”, broméo el poeta argentino. Belli aún no creía en lo que estaba escuchando.

La obtención del Neruda fue, quizás, el momento cumbre, la merecida cima que coronó este explorador de las formas que es Carlos Germán Belli, el poeta vivo más importante del país. Uno de los últimos protagonistas de esa mítica Generación del 50, que en poesía también representaron Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Washington Delgado y varios otros; y en narrativa Julio Ramón Ribeyro, Luis Loayza, Mario Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso y media docena de gigantes más. Belli fue el más discreto, el más tímido de entre todos ellos.

 

El discreto escribiente

Tenía 16 años cuando su madre descubrió el cuaderno en el que escribía sus primeros versos, dedicados a inalcanzables compañeritas del Colegio Italiano de Santa Beatriz. Lloró emocionada. “Pero mis padres no querían que me dedicase a la poesía de manera total. Querían que estudie una profesión, que fuese abogado, y se preocuparon”. En 1946, a los 19 años, ingresó a San Marcos a estudiar Literatura. Ese mismo año, la madre habló con el poeta y senador José Gálvez y logró que entrara a trabajar como amanuense al Senado. Se dedicó a esa labor durante 22 años.

En libros como Poemas (1958), Dentro & fuera (1960) y ¡Oh hada cibernética! (1961) está el pesimismo, la frustración y la angustia de aquel periodo de trabajo, malpagado y agobiante, de copista de leyes y documentos varios. El poema “Oh hada cibernética” nació cuando leyó en el diario una nota procedente de Londres que decía que la naciente cibernética ayudaría a “liberar” al hombre de las labores físicas. Por aquel entonces estaba en el Senado, redactaba y traducía cables en una agencia de noticias y estudiaba en San Marcos. Ya no daba más.

 

“Oh Hada Cibernética/cuándo harás que los huesos de mis manos/se muevan alegremente/para escribir al fin lo que yo desee/a la hora en que me venga en gana/y los encajes de mis órganos/tengan facciones sosegadas/en las últimas horas del día/mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo”.

 

“Con los años me he dado cuenta de que en ese poema estaba hablando de las computadoras, que son las hadas cibernéticas de nuestro tiempo”, dice ahora.

En aquellos primeros libros abundaba la presencia de tullidos, ciegos y lisiados, entre ellos su hermano Alfonso, un discapacitado dos años menor del que se ocupó, con amor, tras la muerte de sus padres. “A la zaga” (El pie sobre el cuello, 1964) es un poema en el que se reconoce tan rezagado en la vida como su hermano y se lamenta de la suerte de ambos, avasallados por amos “mayores, coetáneos y menores” e, incluso, por “los nuevos fetos por llegar”.

 

Los gestos surrealistas

Belli era amigo de los poetas y narradores del 50 pero, a diferencia de la mayoría, era discreto, formal, muy poco bohemio. Por eso a muchos –incluyendo a Mario Vargas Llosa, quien le tenía un especial afecto– les sorprendió saber que, en diciembre de 1950, estuvo involucrado en el famoso “asalto” a la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA), con rollos de  papel higiénico y bacinicas incluidas, perpetrado por un grupo de poetas (inspirados en los dadaístas europeos), como un gesto de rebeldía contra los tótems literarios de entonces. Hoy el escritor se arrepiente de haber participado en el acto.

Hay otro episodio de Belli, contado por Vargas Llosa en El pez en el agua, que sorprende. Fue en una de esas tertulias caseras que terminaban en juegos algo infantiles, en las que participaban amigos como Pablo Macera y Baldomero Cáceres, cuando el poeta confesó: “Me he acostado con las mujeres más feas de Lima”. Sucedía que al salir del trabajo se apostaba en el Jirón de la Unión para tratar de vencer su timidez con las mujeres, pero ante las bellas enmudecía. Sólo con las feas se le soltaba la lengua. Belli, algo avergonzado, no recuerda hoy haber dicho tal frase.

 

Descubrimiento de Eros

La crítica coincide en que en la década del setenta se abre una segunda y prolífica etapa en la obra belliana. El pesimismo, la desesperanza, van dejando paso a sentimientos más luminosos. El amor no es más un motivo de frustración; es ahora pasión, el goce del cuerpo femenino: “Abridme vuestras piernas/y pecho y boca y brazos para siempre/que aburrido ya estoy/de las ninfas del alba y del crepúsculo...” (“A la noche”, de Sextinas y otros poemas, 1970). De acuerdo al crítico Ricardo González Vigil, la poesía de Belli ostenta “el cetro peruano del amor erótico”.

El cambio no es solo temático. El poeta se impone nuevos desafíos estilísticos: construye poemas usando estructuras cerradas como la sextina y la villanella. En este periodo escribe el poema del que se siente más orgulloso, “Sextina de los desiguales”. “Fue de difícil factura. Estoy contento con lo que logré con él”, dice.

Los setenta también fueron una nueva etapa profesional. Tras renunciar al Senado a fines de los sesenta y vivir unos meses en los Estados Unidos gracias a la Beca Guggenheim, trabajó en el Ministerio de Educación y, luego, por insistencia de Augusto Tamayo Vargas, entró como catedrático a San Marcos. Enseñó Literatura durante 13 años, hasta que, a inicios de los ochenta, Sendero y la decadencia académica de la universidad lo ahuyentaron.

Durante dos décadas escribió en el suplemento El Dominical de El Comercio. Sus crónicas de viajes, quizá sus textos periodísticos más celebrados, fueron reunidas en un volumen, El Imán (2003).

 

Una vida plena

Entre el 2005 y el 2006 sucedieron demasiadas cosas. Primero falleció su hermano Alfonso. “Él fue decisivo en la disciplina de mi vocación. A asumir la poesía, por un lado, y el compromiso familiar, por el otro”, dice. En marzo de 2006, ocurrió la llamada desde Chile anunciándole el Premio Neruda. En julio, el galardón le fue entregado por la propia Michelle Bachelet en una bella ceremonia. Estuvieron a su lado su esposa Carmela y sus hijas Pilar y Mariela. Recuerda que estaban muy orgullosas. Todo fue muy hermoso.

Meses después, Mariela murió en un accidente de tránsito en Puno. En medio del dolor, Belli escribió un largo poema en su memoria, que el esposo de Mariela publicó en forma de un librito ilustrado con fotografías que ella tomó en Milán. Ese fue el último golpe que le dio la vida.

Hace unos días, le preguntó a una periodista que lo entrevistaba qué impresión le estaba transmitiendo. Ella le dijo que la de “serenidad”. Al poeta eso lo hizo sentir muy bien. “Me voy satisfecho de la vida”, me dice ahora, antes de despedirnos. “En mi vida más pesan los momentos de amor que los de dolor. Los momentos negativos se han quedado en mis primeros versos”.

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