Por Hildebrando Pérez Grande
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En uno de sus poemas más iconoclastas, César Moro, mientras el frío escandaloso de febrero congelaba las calles de París en 1928, abrigado por el calor de un vino rouge y la furiosa amistad de los surrealistas, escribió, como si fuese necesario explicitarlo, un texto donde abomina del trabajo como un sistema que atenta contra la condición humana. "Para vosotros todos / Invitación a no trabajar", así concluye su texto el famoso autor de La tortuga ecuestre, a quien evoco, ahora, lejos desgraciadamente de París y de esos espléndidos locos años veinte, pero con el mismo frío en el pecho, en el pantalón y la chaqueta, como dice Moro en su poema.
Cuántas veces hemos escuchado decir que un poeta es un bueno para nada. Cuántas veces nos han refregado la cara con una frase perversa: el mejor poeta es el poeta muerto? Ya desde tiempos lejanos el poeta es mal visto y peor considerado. Y obviamente porque su palabra encendida hiere, provoca, llama la atención en contra de la cotidiana enajenación, el consumismo, la deshumanización contemporánea. Para enfrentar estos signos negativos que domestican y encanallan la vida, el poeta, en medio de la tempestad social procura levantar un sistema expresivo que, desde ya, anhela ser un canto a la libertad irrestricta.
Si hay un escritor en las nuevas promociones que pueblan la literatura peruana que trabaja apasionadamente (aunque esto suene a paradoja), y que ha hecho de la escritura un derrotero de vida, ése es, sin duda alguna, Cronwell Jara Jiménez (Piura, 1949), a quien conocimos inicialmente en las aulas y los patios sanmarquinos. Y si nos hemos permitido recordar a César Moro, el autor de Manifiesto del ocio no se queda atrás: a manera de santo y seña para leer su libro, recuerda a Francois Villon, aquel abuelo de los contestatarios de hoy en día. Y con una suerte de violencia verbal inicia el canto de su cólera personal: "para vivir no quiero leyes ni religiones", clama CJJ, y por si fuese poco insiste en que lo dejemos tranquilo en sus predios: "Es mi reino: una charca, el bostezo". Y remata expresando su mayor deseo: "Vivir quiero a la sombra de un árbol. / Donde a nadie rinda mis cuentas de nada".
Con una prosa tensa, áspera y nerviosa, con un ritmo que a ratos estremece al lector, la narrativa de CJJ ha merecido no sólo el elogio y el galardón literario en más de una ocasión. Ya forman parte de la historia de nuestra cuentística del siglo XX algunos textos suyos como "Hueso duro", "¿Quién mató a Herminio Rojas?", "La fuga de Agamenón Castro" y relatos inolvidables como "Montacerdos" y "Patíbulo para un caballo". En cambio, su quehacer poético es tan sólo para iniciados. Un manjar para la tribu. Y si en el género lírico en oportunidades anteriores CJJ se ha paseado con solvencia y virtuosismo en el universo riguroso de las formas clásicas, como el soneto endecasílabo y dando muestras de audacia en el exigente haiku oriental, ahora nuevamente nos sorprende con temas de nuestra cotidianidad y con un lenguaje poético en donde prevalece la norma coloquial y el verso libre.
Manifiesto del ocio es un texto desmitificador. Derrumba como árboles añosos prestigiosas figuras del imaginario occidental: Sócrates no es más que un caballo cojo, un toro que brama torpemente cuando está en celo. Y si VaIlejo viviera hoy, por querer morirse un jueves como es hoy de otoño y tener la cabeza hecha un avispero, sería un candidato al patíbulo implacable. ¡Qué tiempos los que vivimos!, exclama el hablante de los poemas, en los que Blanca Nieves no es más que una ruca y, para variar, también quema pasta. Un libro irreverente, desacralizador, escrito con la rabia, el dolor y el amor de todos los días. Antipoemas con los que iniciamos el siglo XXI. Sin embargo, debemos precisar: Manifiesto del ocio, no es el manotazo final de alguien que agoniza al atardecer. Es un río incontenible de palabras plenas de sabiduría, de vanas certidumbres y de humor urticante: el arreglo de cuentas de alguien que desea empezar de nuevo la aventura humana, pero esta vez llamando pan al poema y al vino esperanza.