Por Marita Troiano
Fuente: Nueva York, 15 de Agosto de 2008
“Viviendo el tiempo palpas la soledad
Y en la oscuridad de lo oscuro se enciende el silencio”
- Yolanda Westphalen -
La obra poética de Yolanda Westphalen, una de las más importantes de la Generación del 50 en el Perú y prominente voz de la lírica hispanoamericana, se caracteriza por una acendrada vocación filosófica y lo canónico de sus versos que traducen con sabiduría cotidiana aquel delirio interior que la sume constante en la bruma metafísica.
Condiciones que han guiado una escritura íntima, laboriosa, de sustantivos contenidos y natural euforia al expresar al mundo complejos pensamientos a partir del intimismo autobiográfico.
Esta vez, de conciencia esclarecida ante el fulgor de una temporalidad que angustia, Westphalen poetiza la herida existencial que crece en un dolor sin lágrimas y nos entrega Viviendo el Tiempo, un poemario excepcional, meticulosamente formulado e inspirado en honduras del pensamiento, la elegía escrita como auténtico desafío de sí misma que torna su llaga metafísica en 47 poemas de singular cadencia, escrupulosamente inéditos en su estructura, imágenes y satinados recursos metafóricos, develando con ellos cuestiones primordiales de su historia.
Y en el desgarro de sus palabras y la agridulce concentración de su sentir, reconocemos su temple y moral sinceridad al exponer sentimientos que la agitan y hacen vulnerable ante el mundo, y que no significan fragilidad o desapegos, sino por el contrario, una fortaleza singular al poetizar su desolación por lo efímero del ser y el vacío ontológico desde la más recóndita mismidad.
Al mismo tiempo, y con la madurez creativa que la asiste, luego de asumirse como centro de tan dolorosa experiencia metafísica, versifica momentos de esencial revelación con mecanismos simbólicos y alegorías de carácter universal, convirtiendo la poética de una personal angustia en un emblema existencial colectivo, y sin opulencias lingüísticas o conceptos intelectuales pre configurados, comunica con austera fluidez heroicas manifestaciones del espíritu.
Sin embargo, el quebranto de estos versos no aminoran su profundo amor por la palabra a la que erige una vez mas como imperecedero signo de verdad, como la habitación propia donde configura sus otoñales días restableciendo horizontes de libertad; y con lícita simultaneidad, durante breves instancias, también transmite una sonriente emoción por vestigios de luz al fugarse con el viento, esconder entre tinieblas luciérnagas que iluminan recuerdos o cuando a orillas del invierno en su alma se instala el eco del mar.
En la ofrenda de sí misma, Westphalen nos confronta a cuestiones sustantivas apoyando su ideario estético en expresiones nacidas del desahogo de su “ser mujer”, en genuinos anhelos como escritora y una reconocible plenitud como esposa y madre, dejando entrever la intensa correspondencia entre su singular estado espiritual, la excelencia creativa y un yo poético de gran emotividad.
Pero más allá de la belleza expresiva y de una armoniosa construcción literaria, Viviendo el Tiempo pone de manifiesto su entereza y convicciones morales para seguir buscando una razón de plenitud al enfrentar rigores de un tiempo tornando lo vivido en un puñado de borrosos recuerdos, olvidos radiantes y sonoros silencios.
En el punto más alto de su intensidad reflexiva, la poeta desmorona falsas construcciones de la naturaleza humana desmitificando un idílico paisaje figurado como condición perdurable de nuestro ser, y desde esta perspectiva , sus versos nos recorrerán el cuerpo como un escalofrío haciendo cierto el temblor que despierte a sustantivas reflexiones, y que la poesía, hermana de sangre de la filosofía y lengua materna de la raza humana, en la voz de poetas como Yolanda Westphalen nos recuerdan.
Viviendo el Tiempo, una elegía nacida para perdurar suscitará en tirios y troyanos un espontáneo agradecimiento a Yolanda Westphalen y una inclinada venia ante su magna obra literaria.