Luis Enrique Alvizuri
La reconceptualización de lo andino

Por Luis Enrique Alvizuri
Fuente: Lima, abril 2007

Los fundamentalistas y los que poseen algún tipo de poder
suelen tener las cosas muy claras.
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Consideraciones previas

El presente texto es un ensayo, lo cual implica un libre discurrir de ideas sin la obligación de sujetarse a la demostración ni a la referencia, propias de una monografía. Esta modalidad de filosofar también está sustentada por nuestra propia concepción de lo que entendemos por filosofía, acerca de lo cual expondremos más adelante con detenimiento. Lo que queremos decir es que no intentaremos ser académicos porque no lo somos, tratando solamente de ser consecuentes con aquello que planteamos en nuestro discurso.

Hemos dividido esta disertación en cuatro temas; los tres primeros son necesarios de abordar porque ellos le dan sustento al cuarto, que es el objeto principal del trabajo. El primer tema trata sobre cómo vemos al intelectual promedio de nuestra realidad; cuáles son sus principales dificultades y qué creemos que debería ser y hacer. El segundo es un intento por demostrar que la filosofía es una capacidad, una cualidad y una actitud propias de todo ser humano y no una exclusividad de la cultura occidental. El tercero es una propuesta para realizar una nueva lectura acerca del por qué se forman las civilizaciones, argumentación cuyas consecuencias nos permiten dar una explicación diferente a los acontecimientos actuales. Y, finalmente, el cuarto es una exposición sobre qué es lo que nosotros entendemos por lo andino, a lo que agregamos un breve comentario acerca del sentido de la justicia en dicho mundo. Reiteramos que estos pensamientos son producto de una visión particular de lo filosófico, lo cual nos lleva a diversas conclusiones que no necesariamente coinciden con lo comúnmente aceptado. Evitaremos en lo posible citar a otros autores y mencionar ideas ajenas a las nuestras para no agotar con cosas ya sabidas y así poder ofrecer una propuesta estrictamente novedosa y personal. Esperamos que, si algo tiene de aportativo este esfuerzo, sea para el bien de todos, y rogamos que aquello que carezca de sentido sea omitido sin mayor incomodidad ni resentimiento.

1. El drama de nuestra realidad

Desde la conquista venimos arrastrando como nación un problema que no tenemos cuándo solucionarlo: la falta de identidad. ¿Quiénes somos, qué somos, qué queremos, a dónde vamos como pueblo, como país, como cultura, como civilización? Difícil y compleja la tarea de hallar estas respuestas. Pero ello es labor de la filosofía, la cual creemos que debe estar, desde ahora, dirigida hacia nuestras propias preocupaciones y no tanto hacia las de otros que en nada resuelven nuestras inquietudes. De tener valores y virtudes los tenemos; de ello, tal vez, estamos más convencidos que nadie, y eso explica el atrevimiento de elaborar este documento. Pero consolarnos así no nos permite abordar aquello que nos impide desarrollarnos plenamente. Como una primera contribución a este entendimiento quisiéramos resaltar los siguientes conceptos que, creemos, nos ayudarán a comprendernos mejor.

Anatopismo

Viene del griego ana (ir contra) y topos (tierra) y significa “ir contra lo que la tierra, la geografía, nos está diciendo”. Se refiere al carácter “descontextualizador” de la vida intelectual nacional, la cual simplemente trasplanta la filosofía occidental al suelo (topos) americano ignorando su contexto específico, lo cual genera la alienación cultural. Gran parte de nuestra clase intelectual adolece de este mal por cuanto cree ser auténticamente occidental. Sin embargo, la marginación que muchos de ellos sufren de parte de los verdaderos occidentales, demuestra que no se los considera así. Pero ellos insisten en su viejo sueño y se esmeran en ser más papistas que el Papa, más europeos que Europa, aplicando todo el pensamiento que viene de aquellas realidades a la nuestra como si fuese la absoluta verdad. Los continuos fracasos en nuestra historia son una prueba muy clara de ello.

Xenofilia

Viene del griego xeno (extranjero) y philos (el que ama). De allí el antónimo "xenofobia" (el que le tiene miedo u odia a lo extranjero). Esta palabra, en nuestro contexto, se traduciría como un “amor exagerado e irreflexivo por todo lo extranjero”. No es malo que uno se sienta atraído y fascinado por lo raro y lo diferente. El problema es cuando esto se exagera al punto de creer que ello es mejor que todo lo que se tiene en casa, sin siquiera evaluarlo. La clase alta andinoamericana, en su afán de alejarse lo más posible de lo que ha considerado siempre como lo negativo (el pueblo, la nación y la raza andina) sobredimensiona y sobrevalora todo aquello que viene de Occidente, empleándolo como un sinónimo de valor per se; eso es lo que impide que nuestros intelectuales, que en gran mayoría provienen de ese estatus, puedan incorporarse como parte de ese “otro” (el “indio”), un ente al que consideran ajeno, y, en el mejor de los casos, solo como simple “objeto de estudio”. Sin embargo, el concepto “indio” en realidad engloba todo el mestizaje ocurrido durante los últimos quinientos años; y ese mestizaje es el que conforma hoy la inmensa mayoría de la población andina que reside, más que en el ámbito rural, en el urbano de todo el mundo andino. Nosotros creemos que, cuando se incorpora algo como propio, como lo mío -en este caso, lo andino-, la mirada hacia ello deja de ser un acto meramente antropológico, folclórico o sociológico para pasar a ser el de una observación de nuestro propio yo. Es decir, considerarse a sí mismo andino cambia totalmente la percepción de nuestra realidad por cuanto ya no la vemos como lo “diferente a nosotros” sino como lo “nosotros”. Esto implica un acto de voluntad, una identificación con una identidad que no es la occidental sino la andina. A partir de allí todos nuestros juicios y evaluaciones, incluido el respeto humano, cambian tangencialmente hacia otras perspectivas. En este punto es necesario hacer hincapié en que, cuando hablamos de lo andino, no nos estamos refiriendo al contexto racial, cultural, ambiental o folclórico en el que hoy está encasillado y del cual es muy difícil escapar (posición tanto de eurocentristas como de indigenistas), sino al contexto que toda civilización suele tener: que ellas son un conglomerado humano pluricultural, pluriracial, pluriidiomático y pluriambiental. Seguir identificando a lo andino con factores raciales o idiomáticos es no entender en qué consiste el proceso civilizatorio. Todo esto es una evaluación propiamente de índole filosófica y, por lo tanto, es un asunto de filósofos.

Creatifobia

Este es un neologismo propuesto por nosotros que vendría del latín creare (crear) y del griego fobos (temor) y significaría “temor a crear”. Crear es un proceso de generación único, propio y autónomo, a diferencia de copiar, que es repetir aquello que ya existe. En nuestro medio hacer cualquier cosa por nosotros mismos va en contra de lo que pensamos que es lo correcto, o sea: trasladar lo occidental a nuestras tierras tal como ello está concebido, en su forma más pura. Hacer o decir algo que no encaje con este esquema es correr el riesgo de no hallarse en el camino adecuado, en la medida que se piensa que “occidentalizar” es sinónimo de “ser”, de acceder al escalón superior de la evolución humana en el que se supone todos queremos, y debemos, estar. Esto se corresponde con la visión de ver al ser humano como un proceso único en el cual solo existe una civilización denominada como La Civilización. Esta es una de las razones que también impiden a la mayoría de los intelectuales andinoamericanos a atreverse a decir “yo opino” o “yo pienso”, y necesiten citar a algún autor occidental para respaldarse. El mismo fenómeno se repite, por contagio, en todos los niveles de la sociedad.

2. El filosofar, el filósofo y la filosofía

La actividad humana, reflexiva y sistemática se llamó en Grecia filosofía, “amor a la sabiduría”. El problema es por qué esta actividad solo ha podido desarrollarse en Grecia y, por extensión, en Occidente, según afirman muchos filósofos académicos,. Nosotros, por lo pronto, trataremos de demostrar que ello no es así, que la filosofía es un don propio del ser humano y no de una cultura en particular.

Para empezar, diremos que, por principio, todos los seres humanos compartimos las mismas características de nuestra especie:
 

Una postura y marcha erectas y una visión estereoscópica y pancromática. Una liberación de los miembros superiores y un desarrollo de la capacidad de pronación (dar vuelta completa a la mano), además de un pulgar prensil. Un cerebro, con relación a la masa corporal de gran tamaño, lo que permite realizar operaciones conceptuales y simbólicas muy complejas que incluyen, por ejemplo: el uso de sistemas lingüísticos muy sofisticados, el razonamiento abstracto y las capacidades de introspección y especulación. Con todo ello se forman las bases de lo que se llama la cultura, entendida biológicamente como la capacidad para transmitir información y hábitos por imitación e instrucción, en vez de por herencia genética.
 

De esto se desprende que todos somos capaces de realizar las mismas actividades: alimentación, reproducción, producción de cultura y todo lo que se deriva de ello. Quiere decir que en toda sociedad existen las mismas capacidades y habilidades que nos hacen humanos. La ausencia de una de ellas -por ejemplo, de un mínimo desarrollo de la cultura en un determinado ser- daría a entender que éste no se encuentra dentro de lo que comprendemos como lo humano, tal es el caso de los simios. Por otro lado, no se ha detectado hasta la fecha que existan o hayan existido seres humanos con atributos y características biológicas “superiores” al resto de la especie, por lo que mal se haría en sustentar como válidas las tradicionales tesis raciales que aún sobreviven tanto en el imaginario popular como, solapadamente, en los tratados científicos oficiales. Expresiones como “hombres primitivos”, “tribus salvajes”, “pueblos semibárbaros”, etc., al ser usadas académicamente, terminan por sugerir que esto puede ser una verdad.

Seguir admitiendo la tesis de que un solo pueblo o cultura o civilización, en este caso, Occidente, es el único capaz de realizar una actividad “superior” que otros no alcanzan a hacer es ir incluso contra lo que científicamente la misma ciencia occidental se empeña en afirmar. La filosofía puede haberse llamado así en Grecia, pero dicha actividad del pensamiento humano, con la cual un pueblo genera su propia cultura, se ha dado y se sigue dando en todos los otros casos, con diferentes denominaciones y definiciones. Si no fuese así, habría que rechazar entonces la idea de que, fuera de Occidente, no han existido la arquitectura, la matemática, la ingeniería, la medicina, la guerra o la tecnología, simplemente porque todas esas palabras son de origen occidental y no se pueden aplicar a culturas como la egipcia, la maya o la andina; por lo tanto, ninguna de ellas habría tenido tales actividades (con lo que llegaríamos al absurdo de negar, por ejemplo, que la pirámide de Egipto sea una obra de ingeniería y de arquitectura). Un ejemplo palpable de lo que estamos diciendo ocurre con el concepto Estado, vocablo desarrollado por Maquiavelo para identificar una forma de gobierno europea, el cual suscita entre los sociólogos una gran controversia de si éste se debe aplicar también a otras culturas y civilizaciones. Sin embargo, a diferencia del de filosofía, vemos que ha habido consenso en su empleo; incluso los mismos que se resisten a emplear la palabra filosofía fuera de Occidente sí utilizan orondamente la palabra Estado fuera de su contexto, con lo cual cometen una contradicción que solo ellos tendrán que explicar, en su momento, a qué se debe.

2.1 El filosofar

Para nosotros es una característica natural y propia de todo ser humano. Al igual que todos tenemos la capacidad de pensar, de hacer música o de aprender matemáticas, todos también estamos en condiciones de ejercer la actividad de la filosofía, de filosofar. Mal que bien, toda actividad del pensamiento que analiza y ordena las ideas con un determinado fin es ya un filosofar. Creemos que el filosofar es un esfuerzo típicamente humano que procura ir más allá de la realidad, de lo constatable, visible, calculable y comprobable, para tratar de entender algo que la suma de las particularidades no nos lo permiten. De alguna manera, entonces, es un intento por hacer metafísica de lo real. Ahora bien, no todo el mundo hace de ello una actividad particular; solo aquel que, por sus condiciones naturales, así lo decide, o sea, el filósofo.

2.2 El filósofo

Cada sociedad produce espontáneamente distintos tipos de seres con diferentes cualidades. Unos nacen con la capacidad de la fuerza física, otros con una marcada sensibilidad, otros con habilidad para la ciencia y otros con la propensión a la reflexión. Esto se da en todos los casos sin excepción. A partir de allí se determinan las especialidades y la división de funciones y del trabajo. De tal modo que, así como cada sociedad siempre tendrá sus hombres fuertes, sus artistas y sus religiosos, tendrá también a sus pensadores reflexivos: los llamados (con la palabra prestada del idioma occidental) filósofos. Estos son quienes, por su naturaleza, su inclinación voluntaria y su especialización, se dedican a dicha actividad a tiempo completo y con el respaldo del poder y de las mayorías. Nosotros diríamos que, más que un especialista, tal vez el filósofo sea semejante a un artista o a un connotado deportista: se trata en realidad de un virtuoso como pocas veces se da en cada sociedad; y, en la mayoría de los casos, ellos son fenómenos irrepetibles y tan escasos como los poetas representativos de los pueblos (que suelen ser apenas unos cuantos, pero suficientes como para reflejar durante siglos, el espíritu de dichos pueblos).

2.3 La filosofía

Es el producto de la actividad de los filósofos (así como el de los músicos es la música, el de los pintores la pintura, el de los médicos la medicina, y así sucesivamente). La filosofía viene a ser un complejo cuerpo de ideas y pensamientos seleccionados por su grado de validez, producto de la contrastación con el mundo real. Mal haríamos en creer que una sociedad compleja y organizada podría admitir que sus pensadores no demostraran, de alguna manera, la efectividad de su oficio; sería tan igual como si se tolerara a un arquitecto cuyas obras todas se cayeran. Igualmente, no tendría sentido que dichos filósofos no pudieran transmitir, durante su tiempo y para la posteridad, su arduo y complicado trabajo, por lo que deben ser capaces de comunicar con claridad sus conclusiones. También no podrían evitar basarse en todo lo históricamente creado antes que ellos, puesto que ninguna cultura empieza de cero cada vez que fallece uno de sus pensadores. Del mismo modo, es difícil de creer igualmente que los sucesores tomaran al pie de la letra lo expresado por sus antecesores, teniendo en cuenta la natural tendencia humana a la crítica, a la envidia, al afán de gloria personal, a demostrar la superioridad y, en especial, a la necesidad de negar a los gobiernos anteriores, junto con sus sustentos ideológicos y sus filósofos. Ello explica el por qué ninguna filosofía estructurada ha quedado nunca indemne del ataque de sus enemigos, razón por lo cual en toda sociedad se presenta siempre una continuidad permanente de reformas. De no ser así, hasta el día de hoy la humanidad pensaría lo mismo que el primer día que hizo una reflexión. Incluso las religiones, a nuestro parecer inconmovibles, tienen una constante de modificaciones en el tiempo y que las historias de los pueblos relatan muy bien. Este proceso algunos lo pueden llamar “evolución”, mas dicho concepto contiene tantos plurisignificados que se ha vuelto ineficaz para explicar actualmente ciertos fenómenos (¿evolucionar es ir de lo simple a lo complejo, de lo mayor a lo menor, de lo inadaptado a lo adaptado, etc.?).

Síntesis final

En todas las sociedades humanas los hombres filosofan, pero hay quienes lo hacen de manera frecuente y especializada, producto de lo cual se genera un pensamiento estructurado que se llama filosofía. Este pensamiento sufre constantes modificaciones según las múltiples circunstancias sociales, políticas y científicas que se van produciendo en el transcurso de la historia de cada pueblo. En el caso andino sucede lo mismo. El problema es que tendríamos que encontrar cuáles son esas ideas matrices que actualmente compartimos todos sus habitantes y poder plasmarlas en un cuerpo regular y sistematizado, identificando así nuestra propia filosofía, nuestra filosofía andina, cosa que es trabajo de filósofos.

3. ¿Civilización o civilizaciones? Nuevos tiempos exigen nuevas lecturas

Muchas son las teorías y las propuestas hechas para tratar de explicar el proceso de la formación de las sociedades, las culturas y las civilizaciones (actualmente estudiadas por la Macrohistoria y la Prospectiva). Pero nosotros creemos que todo presente tiene que volver a leer el pasado, y cada generación tiene el derecho y el deber de reinterpretar su historia.

Existen actualmente dos grandes corrientes de pensamiento acerca de cómo está estructurado el mundo: la Universalista, difundida hoy a través del concepto “globalización”, y la Culturalista, que plantea que la humanidad no es una sola civilización sino que está conformada por varias de ellas. Fácil es deducir que la primera corresponde a una visión totalizadora y unificante, propia de una civilización imperante y avasalladora que pretende incluir en su proceso a todos los pueblos en general, mientras que la segunda se corresponde con la respuesta que esos pueblos avasallados elaboran para defender sus patrimonios culturales.

Por qué se forman las civilizaciones

En principio, nosotros definimos el concepto civilización como una compleja relación entre diversas culturas que se identifican a sí mismas como parte de un todo socio-cultural e histórico específico a través de elementos comunes. A partir de esto viene el difícil problema de intentar comprender el origen de estas civilizaciones, o sea, cuáles serían las causas que las crean. Numerosas teorías existen al respecto y son ya muy conocidas por todos (en especial las de Toynbee, Spengler o Weber, por citar solo algunos estudiosos que las han planteado) pero la más aceptada hasta el momento es aquella que afirma que son las necesidades materiales para la subsistencia las que motivan a los pueblos a unirse y desarrollarse. Evitaremos abundar en detalles sobre ello y diremos, por nuestra parte, que partimos de una premisa diferente.

Para nosotros toda civilización se forma más bien en torno a una idea común que viene a ser un discurso que “promete” darle a un grupo humano las respuestas a sus más inquietantes preguntas sobre la existencia: quiénes son y por qué existe el ser humano. Alrededor de ese discurso exitoso, es que se estructuran las sociedades y se desarrollan las culturas, las religiones, las ciencias, las tecnologías, las formas de producción, las leyes y las costumbres. Ahora bien, ese discurso no necesariamente se traduce en palabras orales o escritas: puede ser unidades de sentido o agrupaciones de símbolos que dejan interpretar su mensaje. Nosotros, a este discurso, lo denominamos como La Promesa (porque solo promete, pero no es una verdad segura, aunque parezca serlo) el cual viene a ser el centro, el foco de toda tormenta que es cada civilización.

Cada civilización es, entonces, una unidad independiente dentro del contexto del desarrollo humano, de modo que la idea de una sola Civilización Humana, como unidad lógica y con sentido, no es todavía algo real. Lo que sí suele ocurrir es la frecuencia es que las civilizaciones entran en pugna y establecen hegemonías entre sí. Cuando una de ellas logra imperar se produce la sensación de haber logrado una unidad; pero pasado el tiempo y llegada la decadencia natural, esta aparente unidad general se volatiliza y se retorna al estado de unidades locales, hasta que con el tiempo otra civilización ocupa el lugar imperante de la anterior.

Síntesis final

Según nuestra propuesta, el ser humano se ha desarrollado no en función a sus necesidades biológicas tal como la modernidad occidental predica -puesto que, si así hubiera sido, hasta el día de hoy seríamos los mismos animales que fuimos: siempre procurando satisfacer esas necesidades con eficiencia, evitando complicarnos la existencia con elementos ajenos a ello- sino más bien en torno a la mayor y más antigua angustia existencial del hombre que aún está por resolverse -si es que algún día se logra hacerlo-: qué somos y para qué vivimos. Esta necesidad no material, que es tener la explicación de su vida y de la vida, es lo que ha llevado al ser humano a juntarse alrededor de un discurso que pudiera tener dicha respuesta o que, por lo menos, prometiera darla de acuerdo a ciertos requisitos. Esa sola promesa de dar la respuesta ha sido, y es suficiente, como para que una gran cantidad de seres se organicen en torno a una idea orgánica y con sentido, a partir de la cual se autoconstruye una civilización que crea sus propias leyes, ciencias y tecnologías a fin de procurar que esa Promesa sea una realidad, que deje de ser Promesa para materializarse como algo cierto. Estas civilizaciones, a la manera de esporas o burbujas que se abren y se cierran sobre un líquido en ebullición, se desarrollan hasta donde su circunstancia les permite, mas, luego de un determinado período, les llega su decadencia de manera natural debido a la pérdida de fe y de fuerza del propio discurso que las formó. Junto con ellas desaparecen, además de las Promesas, las culturas, las ciencias y tecnologías que de éstas se derivaban. Los filósofos, hurgando en cada civilización, pueden descubrir los discursos o las Promesas que las formaron.

4. La civilización andina

La reconceptualización de lo andino

En torno al concepto de lo andino existen diversas maneras de entenderlo, distintos significados que conducen a diferentes interpretaciones y consecuencias. Dentro de los ámbitos académicos lo andino mayormente está asociado tanto al pasado prehispánico como a lo antropológico. En el mundo político se lo utiliza como una definición geopolítica (por ejemplo, Pacto Andino) como también para un englobamiento macro étnico (‘pueblos andinos’ como forma no ofensiva de decir ‘pueblos indios’). En el común hablar de la gente lo andino está asociado directamente a la sierra y a sus manifestaciones autóctonas; no incluye la costa (que se supone es occidental) ni la selva. Es claro entonces que la noción de lo andino aún no tiene un marco definido y, por lo tanto, emplearlo siempre exigirá precisiones y delimitaciones. Decimos esto en vista que la propuesta que hacemos requiere que lo andino tenga una definición clara que permita ser usada para nuestros objetivos específicos.

Nosotros entendemos por andino todo aquello que pertenece a la civilización andina, la cual comprende a una serie de naciones surgidas desde hace más de cinco mil años en torno a la cordillera de los Andes en Sudamérica, tanto en sus costas como en sus montañas y selvas. Consideramos la llegada de la civilización occidental como una etapa circunstancial más de su desarrollo y evolución, más no así su final. La civilización andina perdura y va más allá de la presencia de Occidente, fenómeno que se ha incorporado a su proceso y que le ha dado nuevos elementos que la han enriquecido en vez de hacerla desaparecer. Desde esta óptica, la civilización andina se encuentra actualmente en una etapa especifica de su desarrollo; conocerla y comprenderla es tarea tanto de investigadores como de filósofos.

La esencia de lo andino y su Promesa

Tal como hemos dicho, nosotros pensamos que no son los factores físicos los que crean las culturas y las civilizaciones. Es más bien en torno a un discurso que promete una explicación de la vida que se reúnen los seres humanos formando, alrededor de ello, un conjunto de elementos que la sustentan: una organización social, una religión, una cultura, una forma de vida. En la medida que consideramos que la civilización andina ha existido y existe, creemos entonces que ella posee una Promesa explicatoria propia, la cual, proponemos, sería la belleza como objetivo de vida. Haciendo un intento por decirlo discursivamente expresaríamos lo siguiente: la Promesa del mundo andino, para todos aquellos que quieran creer en ella y compartirla, es que con ella se puede ver y entender al mundo y al hombre como un fenómeno con sentido, con una lógica que permite comprender que el papel del ser humano y el objeto de su existencia es formar parte del Universo conocido y participar de él y con él, teniendo como gratificación, por esta tarea, el disfrute de la realidad, es decir, la belleza como objetivo y guía para el accionar de los hombres.

Es, entonces, la civilización andina una civilización formada por un sentido estético de la vida, sin que pretendamos decir con esto que se trata de un hedonismo, ya que el placer que se recibe en esta experiencia es esencialmente compartido, social, mientras que los individuales sentidos humanos son muy limitados para vivirla. Esto necesariamente implica un salir fuera del yo, de lo individual, para poder entender al cosmos y recibirlo y animarlo al mismo tiempo. El hombre andino considera que él también actúa en el devenir de la existencia material, por lo tanto, no es indiferente ante la materia: la ayuda, colabora con ella y recibe, a cambio, el éxtasis de la contemplación de la armonía, el disfrute del mundo.

La tarea por realizar

Desde este punto de vista, es necesario que los filósofos andinos realicen una nueva ontología, una ontología andina, ya que estamos ante un ser diferente, distinto al occidental o cualquier otro. Esta ontología tendría la tarea de entender los diferentes retos que la Promesa andina ofrece: cómo ella explica la muerte, la nada, lo absoluto, lo divino, la trascendencia, todos estos temas típicos y clásicos de cualquier filosofía de todos los lugares y tiempos.

Así como Occidente se formó en torno a su Promesa, igualmente el mundo andino se formó y sigue estando formado por la suya, que es, a nuestro entender, la búsqueda de la belleza como explicación y resultado de la participación del hombre en el desarrollo del cosmos.

Mención aparte, sobre Occidente podríamos decir que, en nuestra opinión, actualmente éste se halla en un franco declive en la medida en que, de acuerdo con nuestro planteamiento, sus adherentes han perdido la fe en su Promesa y en los dos elementos que le dieron origen: el Cristianismo y la razón. Ya no creen en el Cristianismo ni en lo divino porque ello atenta contra la razón científica, al mismo tiempo que, contradictoriamente, desconfían en la capacidad de esa misma razón científica para interpretar al mundo (ello como consecuencia del cuestionamiento proveniente del campo de la física, principalmente de las teorías cuánticas). En nuestra opinión la modernidad occidental dio prioridad al conocimiento del mundo visto solo como algo material (monismo materialista) y exento de todo rastro de espiritualidad, con lo cual entró en un entrampamiento al no considerar el hecho que el ser humano no se ciñe a las leyes de la naturaleza sino, más bien, a la necesidad de explicarse lo inexplicable (o sea, su propia vida), cosa que le obliga a ir siempre en contra de esas leyes y a inventar argumentaciones no naturales. Nada hay más artificial que el mundo humano, que la cultura. Querer entender lo humano a través de la lógica de la razón y mediante las leyes de la naturaleza es en sí un contrasentido con el cual se termina por perderle la fe a La Promesa, que era la que poseía el discurso tranquilizador del espíritu del hombre.

Sin embargo, por otro lado, la civilización andina es, para nosotros, la única que actualmente se encuentra viva y en expansión, razón por lo cual es posible que ella sea la llamada a suceder a la caduca occidental. Su sentido pro naturalista, antifundamentalista y ecuménica la hace la mejor candidata a ser la próxima civilización hegemónica. Para empezar, ella mantiene su Promesa intacta (no ha perdido la fe en que la belleza explica y define el sentido de la existencia) y su espiritualidad se ha fortalecido gracias a los aportes de otras civilizaciones (en especial, la occidental) por lo que se halla aún más robustecida para enfrentar el reto de darle una revitalización a la experiencia humana.

La necesidad de un nuevo sentido de justicia

También creemos que una de las primeras acciones que es necesario hacer para que la actual sociedad cambie de rumbo y se encamine hacia uno más armónico y bello (más andino) es modificar el viejo sentido de la justicia. La justicia, tal como está entendida actualmente, es lo que le da sustento al mundo occidentalizado y viene a ser la columna vertebral de la sociedad de mercado. Existe el consenso en aceptar que la justicia es “dar a cada uno lo que le corresponde", haciendo entender que cada quien debe recibir proporcionalmente al esfuerzo que realice o al mérito que tenga. Estos criterios no se basan en las leyes naturales sino que son más bien argumentos extraídos principalmente de lo que se conoce como el Derecho Romano.

La Justicia Dignificativa

Por nuestra parte pensamos que, así como existe esa justicia que considera correcto y aceptable darle a cada cual lo que le corresponde en forma proporcional al mérito o al esfuerzo, existen también otras formas de justicia que se basan en distintas lógicas de pensamiento. Por ejemplo, en el Evangelio cristiano se encuentran pasajes ilustrativos de ello. La conocida Parábola del Hijo Pródigo es un claro ejemplo del intento de esta religión por enseñar otro tipo de justicia. En este conocido texto se le ofrece todo a aquel hijo que no lo ha merecido y eso es lo correcto a los ojos de Dios, para quien el amor está por encima de la simple distribución proporcional. Lo mismo en la Parábola de los Obreros de la Viña: los que trabajaron solo una hora recibieron lo mismo que los que lo hicieron toda la jornada. Según los criterios actuales ello resultaría totalmente injusto, pero para el Dios cristiano sí es justo, porque lo que vale para Él es la dignidad y el ser del trabajador, del obrero, del hombre, y no lo que él es capaz de hacer o de producir. En esta justicia el ser humano no recibe lo que le corresponde sino lo que por naturaleza merece recibir; es decir, el fuerte o el más inteligente, el que puede dar más, no tiene por qué recibir más pues es de suyo el dar así. En cambio, el más débil dará menos por ser débil, pero eso no significa que deba recibir menos que el que da más. Esta lógica pondría punto final al perverso consenso mayoritario que permite que hoy los astutos, los fuertes y los inteligentes obtengan inmensas ventajas sobre los débiles, los pobres, los enfermos, los pequeños y los indefensos, convirtiéndose de este modo en ricos y poderosos.

A este otro sentido de la justicia nosotros lo denominamos como la Justicia Dignificativa, que es la misma que creemos existe en el mundo andino, donde lo justo es lo que la persona, el ser humano, merece recibir en calidad de tal y no por lo que puede o no aportar a la sociedad. La Justicia Dignificativa es, a nuestro entender, una justicia que le otorga un valor superior al hecho de ser un ser humano; este vale de por sí, sin que tenga que demostrar su utilidad. La vida vale por ser vida y no porque pueda servir para algo.

Tanto la tesis del amor cristiano como el sentido de justicia andino coinciden en darle esa supremacía al ser por sobre el ente y la entelequia, del mismo modo como hacemos cuando juzgamos a nuestras mascotas y a las obras de arte, a las cuales valoramos sin esperar que sean nada más que lo que son.
 
*Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo. Ensayista, publicista, poeta y cantautor. Autor de los ensayos filosóficos Andinia la resurgencia de las naciones andinas y Hacia un nuevo mundo entre otros, así como de poemarios y canciones. Miembro fundador y Presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina SIFANDINA. [email protected]

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