Por Enrique Patriau
Fuente: La República, suplemento Domingo, Lima 10/12/06
Carlos Tovar, Carlín para todos, acaba de publicar su nuevo libro, una aguda reflexión sobre la economía mundial, y es imposible no sorprenderse frente a su análisis crítico y despiadadas conclusiones. No, Carlín, no nos malinterpretes. Ocurre que estamos acostumbrados a tu otra faceta, la del satírico de profesión, armado con lápices de colores.
Manifiesto del Siglo XXI: La gran fisura mundial y cómo revertirla, se titula su obra. En apretado resumen, plantea la gran ironía que supone que en tiempos de un notable desarrollo tecnológico (Internet, celulares, computadoras de capacidades increíbles), "donde la felicidad parece al alcance de la mano", existan, primero, millones de desempleados y, segundo, derechos laborales, en la práctica, licuados.
¿Y todo en nombre de qué? De la famosa productividad que, arguye Carlín, viene siendo algo así como la herramienta favorita de chantaje para someternos a los proletarios: trabaja como burro, porque tenemos que ser competitivos. Y si no te gusta, puedes irte. Amén.
Carlín nos recibe en su estudio, con sonrisa amable. Anda ocupado en alguna nueva caricatura, pero la abandona para conversar. Se ve que el tema le apasiona.
Sus ideas resultan simples y a la vez provocadoras. Veamos. En el siglo XIX, después de sangrientas y extenuantes protestas, se consiguió reducir la jornada laboral de 16 horas a la mitad. Bien por nosotros. Pero más de 100 años después, aquello de las 8 horas resulta apenas un buen recuerdo.
"Cualquier trabajador, hoy en día, produce el doble de lo que producía hace 20 años, por el mismo salario en el mejor de los casos. Encima, lo obligan a trabajar de 12 a 14 horas diarias", declara.
De acuerdo con Carlín, si la productividad aumenta la jornada laboral debería reducirse proporcionalmente. El problema, sostiene, es que el sistema capitalista es incapaz de conciliar ambas tendencias. Si los empresarios permiten que sus empleados trabajen menos tiempo, dejarían de percibir los beneficios que les reporta ese aumento de la productividad. Ergo: estamos fritos.
¿Soluciones a la vista para detener este círculo vicioso? Una, que parecería descabellada, aunque acaso nos dé esa impresión porque ya nos lavaron el cerebro. "Hay que reducir la jornada laboral a cuatro horas", afirma Carlín, con una convicción que uno piensa si no debería liderar algunos de los extenuados sindicatos nacionales.
"Quizás estoy en el lugar equivocado para plantear un manifiesto de alcance mundial. Yo me esfuerzo por dejar en claro que soy el único que propone esto, en todo el planeta, y lo digo con desenfado. No vaya a ser que, como estamos en el Perú, en unos años venga algún europeo y diga que la iniciativa fue suya", explica.
Carlín advierte que la implementación de las cuatro horas, obviamente, jamás nacerá como producto de la iniciativa de los dueños del capital. Por lo tanto, corresponde que la tarea la asumamos nosotros, los trabajadores del mundo entero. De la unión nace la fuerza, y la justicia.
¿Qué efectos traería consigo una medida de esa naturaleza? Para empezar, pleno empleo (donde trabaja uno podrían trabajar dos), más consumidores, mayor tiempo libre (para la familia, los amigos, lo que usted desee) y un cambio en la correlación de fuerzas a favor de los proletarios, de los ciudadanos.
Y a todo esto, le hacemos la pregunta lógica: Y tú, ¿cuánto trabajas al día? Responde que "todos estamos dentro del mismo sistema" y que él, como todos los demás, se tiene que ajustar a los patrones de competitividad que le imponen. Aún así, asegura que intenta no excederse de las ocho. "A veces, menos". Que enseñe el truco.
Ay, Marx
Manifiesto…sigue de alguna manera la senda dejada por Habla el Viejo, el segundo libro de Carlín (el primero consistió en un manual ilustrado para dibujantes) en el cual el protagonista entabla una fantasmagórica conversación con el espectro de Marx, quien lleva un mensaje de gran importancia para las generaciones futuras y brinda explicaciones sobre las vicisitudes históricas sufridas por su doctrina luego de su muerte, en 1883. Habla el Viejo implicó para Carlín una especie de retorno a sus orígenes ideológicos. Al marxismo lo sigue desde sus épocas de universitario, aunque admite que recién ahora es capaz de entenderlo. Nunca es tarde.