Por Ernesto Toledo Bruckmann
Fuente: Lima, abril 2011
La mundialmente famosa melodía de Daniel Alomía Robles forma parte de una zarzuela cuyo argumento de Julio Baudouin manifiesta el carácter antiimperialista y revolucionario de sus autores. Estrenada en el antiguo teatro Mazzi, ubicado en los Barrios Altos, el 19 de diciembre de 1913, la zarzuela destaca por ser una obra de denuncia social. Para Enrique Pinilla: “El argumento de Baudouin y Paz transcurre en una región minera de la sierra peruana. Allí se enfrentan los explotadores y los explotados.” (*); Ello no carece de razón y es que el músico huanuqueño Daniel Alomía Robles (1871- 1942) y el dramaturgo limeño Julio Baudouin y Paz (1886- 1925) se inspiraron en el asentamiento minero de Yapac, en Cerro de Pasco.
Mientras los sectores pobres y medios copaban las zonas urbanas, dos terceras partes de la población peruana era indígena, vivía excluida, careciendo de canales de representación política propios. El Estado semifeudal reconoció su condición de economía colonial y permitió la presencia de los asientos metalíferos y carboníferos del centro del país, dominados inicialmente por el capital británico y luego por la empresa norteamericana Cerro de Pasco Mining Company.
Imperialismo yanqui.
El boceto dramático, con una profunda carga ideológica, refleja las duras e inhumanas vivencias de los trabajadores mineros ocasionadas por Mr. King y Mr. Cup, empresarios norteamericanos de origen anglosajón que encarnan la opresión histórica por la que pasaron los indígenas. Los diálogos que forman parte del guión dan la razón. “En la sierra se vive por amor al dinero, con las zarpas prestas al asalto. Nuestros sentimientos están bien lejos de aquí (…) Nada es comparable con New York. Fuera de nuestro país echamos llave de acero el corazón; en nosotros todo se vuelve cálculo y codicia.”, señala enfáticamente Mr. Cup, desnudando el sistema capitalista e imponiendo su emblema nacional materializado en el dólar norteamericano: “¡Nuestra águila tiene preponderancia sobre el mundo entero!” Resulta contradictorio que la sierra, generadora de riqueza al foráneo sea materia de desprecio: “Lo declaro; no puedo vivir aquí; esta es la región del dolor, del castigo, de la muerte…”, señala un Mr. Cup que pretende arrancarle al indígena su condición de ser humano: “No me compare con ellos. Estos hombres son peor que bestias”.
El carácter contestatario de la obra puede ser comprendido por el acercamiento de los autores con el pensador anarquista Manuel Gonzales Prada, la Asociación Pro- Indígena liderada por Pedro Zulem y el presidente Guillermo Billinghurst, quien por entonces contaba con un fuerte apoyo de los sectores populares. Servilismo y sumisión Personajes como Tiburcio y Félix, sintetizan claramente el histórico estado de sumisión y sometimiento de los indígenas: “Y así debe ser Frank. Los amos han nacido para mandar y nosotros para obedecerles. Eres injusto con ellos; estas fuerzas que empleamos en abrir las entrañas de las minas estarían perdidas sino fuera por ellos; hoy nuestras energías se convierten en cobre y en oro virgen.” En la misma escena, Félix avala una lógica dominante que involucra además un carácter racial: “Tiene razón Tiburcio; los amos son superiores a nosotros; nuestras caras de cobre, no pueden ver sin ocultarse, la blancura admirable de sus rostros.” Con estos últimos diálogos Alomía Robles y Baudouin denuncian la vigencia de las teorías naturales de las jerarquías. La resignación del personaje Higinio se manifiesta con la idea de que el destino es la obra y gracia de Dios: “Ellos pueden mucho; a ellos les debemos lo que somos”; a esto le sumamos la baja autoestima de Tiburcio: “… por nosotros mismos nunca se hubiera sacado el tesoro de los cerros que nos rodean”. Hasta la muerte del intruso: “¡Has quitado la vida a nuestro amo! (…) ¿Quién nos dará ahora pan y trabajo?...” señala un desesperado Tiburcio mientras Félix asegura convencido: “¡El era nuestro protector, nuestro sostén!”. La incapacidad de pensar en una realidad distinta a la presente lo determina la nula conciencia política de los sectores explotados.
Para 1913, año del estreno de “El Cóndor Pasa” y con apenas 92 años de vida republicana Yapac reflejaba una realidad aún vigente por aquel entonces, donde la aceptación del dominio extranjero por parte de los indígenas se hizo ineludible debido a la incapacidad de resistir eficazmente los embates de la potencia colonial.
Emplazando a la minería Los autores sabían del enorme riesgo que implicaba la actividad minera, aunque prefirieron que Higinio sufriera la consecuencia del trabajo inseguro y sobreviva para contarlo: “Gracias a mí se descubrió el ‘Yapac’ (…) yo tenía derechas mis piernas. En los primeros trabajos una galga inmensa me las quebró para siempre…” Un accidente laboral sirve para denunciar las consecuencias del desarraigo cultural: “…y mi vida y la vida de estos hombres, nuestra pura vida indígena, se fue trasformando con las costumbres de los amos” Como indio occidentalizado, Tiburcio deja de lado su conformismo para otorgarle al oro un valor supremo de riqueza: “Yo quiero ser dueño del pedazo de metal que me costó sudor sacarlo de la piedra.” Frank, el personaje protagónico, condena la avaricia de los indígenas: “Estos desgraciados tienen el alma ciega de ambición, ese maligno fulgor del metal lo llevan en los ojos; por eso enmudecen, por eso sufren en silencio, por eso se arrastran a los pies del amo (…) ¿Te gusta más hundirte en la mina, buscar su corazón con manos temblorosas, arrancar el metal a su entraña, para que brille en nuestras manos como único sol de ese infierno negro?” Finalmente vaticina lo irremediable: “El diablo huye de los buenos; por eso reina aquí. Al fin de los trabajos, cuando la mina se acabe nos llevará a todos al infierno” Por aquella época el sistema de semiesclavitud conocido como “enganche” era una “institución nacional” que también puso sus ojos en la actividad minera.
Rebeldía
Frank es el ente social más avanzado y materializa rebeldía contra los opresores: “Los odio a los amos; porque desde que compraron las minas nos compraron también a nosotros como bestias de carga; como a bestias nos tratan…” También reconoce el derecho del ser humano al aprovechamiento de la naturaleza para lograr el bienestar de la sociedad: “Bien está que se explote los minerales, que se rompa el corazón de la montaña a dinamitazos, que la plata y el oro se conviertan en joyas preciosas y en monedas deslumbrantes…” Lo que no acepta es que el trabajo de explotar la tierra genere a su vez, la explotación humana: “… pero que no se ahogue en la sombra, que no se reduzca nuestra voluntad a la suya, que no se opaquen nuestras vidas.”
Frank asume que en una sociedad más justa las relaciones sociales de producción serán completamente distintas: “Veo ese látigo maldito, esa mirada imperiosa del blanco, ese revólver que siempre apunta a nuestras frentes para hacernos bajar la cabeza… No puede ser Tayta… Algo hay en mi mente que me dice que la vida no es así.” Frank alcanzó un grado de conciencia de clase que le permite reconocer que la única manera de construir un mundo justo para él y los suyos es destruyendo el sistema que los oprime. Examina que la tierra donde viven y trabajan es de ellos y no de los invasores: “¡De aquí no se moverá nadie! Acuérdate que tenemos raíces en este suelo y que todas las fuerzas de la tierra no nos arrancarán de él (…) “acuérdate que la hemos regado con sangre y debes saber que sin ti, sin el pan que nos das, solos, muriéndonos de hambre, nos quedaremos aquí.”
También le increpa a los extranjeros: ¿No te ha bastado robarnos la plata y el oro; has roto nuestras vidas, has envenenado, nuestras almas hasta el amor, lo más grande, nos has robado (…) ¡Si te mato será porque tú me has enseñado a matar!... Necesito libertar a estas bestias doloridas, impedir que las hagas sufrir más…” Los autores asumieron que la muerte generada por el odio no es de origen andino sino una enseñanza de los invasores; esa venganza retornará a ellos debido a que el hombre andino necesita liberarse para lograr la felicidad y la justicia.
La muerte de los empresarios norteamericanos genera la confusión entre los indígenas hasta la llegada del cóndor, el ave majestuosa que, a decir de Higinio: “¡Las cumbres le envían para protegernos…!” Si este personaje cierra el telón con una aseveración: “¡Sí, todos somos cóndores…!” es porque Alomía Robles y Baudouin eran consientes de lo divino que resulta ser completamente libres y reinar en la propia tierra, así como lo quiso Frank y lo quieren los indios y mestizos a los que el personaje central de la obra representa en el Perú de ayer y hoy. El olvido
La historia no ha sido generosa con Julio Baudouin; muchas generaciones se privaron de conocer un argumento que reflejaba claramente las injusticias del sistema capitalista. En su lugar se enalteció la melodía de Alomía Robles. El guión expresa las aspiraciones más sentidas y las vuelca en el drama bajo una perspectiva transformadora de la realidad. En el punto de vista de la temática argumental de la obra están las síntesis críticas de los fenómenos económicos, sociales, políticos y culturales que motivan las contradicciones objetivas en las que debatió ayer y se debate hoy la sociedad peruana.
(*) Enrique Pinilla. La Música en la República. Siglo XX. En "La Música en el Perú" Patronato Popular y Porvenir Pro-Música Clásica Lima, 1985