Por Roland Forgues
Fuente: El Comercio, Lima 16/03/09
http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/thorndike-triunfo-lo-prohibido/20090316/259672
“Era el verdadero rey de los tabloides y no iba a abdicar ni siquiera ante la muerte”. Estas premonitorias palabras que el narrador de la última novela de Guillermo Thorndike pronuncia acerca de Raúl Villarán cuando se retira voluntariamente de “La Prensa”, tras salir con la suya, bien podrían aplicarse al propio escritor, quien acaba de despedirse de este mundo tras haber hecho “triunfar lo prohibido”, como el protagonista de su novela, o sea el ideal de libertad y la exigencia de verdad que cada uno se debe a sí mismo, independientemente de las opiniones políticas que pueda defender.
En el retrato de Villarán, el lector zahorí podrá reconocer en más de una oportunidad el autorretrato del propio Thorndike con sus momentos de luz y de tinieblas que lo han convertido en personaje de novela. Esto es: un personaje que convierte la realidad en ficción y la ficción en realidad. De su indisociabilidad nace la revelación de la verdad profunda que surge del inconsciente y se remonta hacia la conciencia bajo la forma de la utopía individual y colectiva.
¿Y cuál fue la utopía de Thorndike? Más allá de todas las vicisitudes y altibajos de la vida, me atrevo a formular que fue la de un patriota peruano, en el buen sentido de la palabra —y su saga novelesca sobre la Guerra con Chile y sobre Grau que no tiene par en el Perú lo prueba con creces—, que creyó siempre en la democracia como forma legítima de Gobierno, aunque tuvo conciencia de los límites de su ejercicio en países precisamente en que no se habían dado todas las condiciones de la revolución burguesa.
Por ello creo que lo que siempre provocó la ira de Thorndike, cuyo currículum en el campo del periodismo no tiene nada que envidiarle a Villarán, fue mucho más los atropellos a la personalidad humana, las arbitrariedades, atentados contra los bienes y las personas, que las formas más o menos autoritarias que pudo tomar el ejercicio del poder en determinados momentos de la historia peruana, como el odriismo, el velasquismo o el fujimorismo. Prueba contundente de ello es el acusatorio panfleto “Uchuraccay, testimonio de una masacre” (1983) que relata el asesinato de ocho periodistas y de su guía indígena en la comunidad andina de Uchuraccay (Ayacucho), bajo la presidencia civil y democrática de Belaúnde Terry.
Más o menos consciente de esta aparente ambigüedad, acusando recibo de un comentario que le envié sobre “El rey de los tabloides”, Thorndike me contestó el 16 de enero con esa franqueza que fue la suya desde siempre: “¿Cómo agradecer tu sagacidad, la limpieza y la franqueza con que me miras por dentro a través de mi libro? Te comentaré más posiblemente mañana”. Todo Guillermo Thorndike está en estas palabras que bien valían la pena ser conocidas.