Guillermo Thorndike
Guillermo Thorndike y el rey de los tabloides

Por Virginia Vilchez Samanez
Fuente: LibrosPeruanos.com
Octubre 2008

El escritor y periodista Guillermo Thorndike nos habla sobre Raúl Villarán, un legendario y polémico personaje del periodismo, que introdujo la jerga y la replana en los titulares e informaciones de la prensa peruana. Su más reciente publicación -El rey de los tabloides- sirve de motivo para que Thorndike nos cuente de sí mismo y de su maestro y amigo Villarán, de quien resalta su integridad y el estilo que impuso. Lamenta que los estudiantes de periodismo de hoy no lo conozcan. “Era un hombre que no vendía su primera plana; era un hombre de respetable integridad, que no ofrecía banalidades”, señala.

- Háblenos sobre sus libros más recientes, la saga sobre Miguel Grau
- Es una novela histórica, una biografía. En una época, no mencionaba mis fuentes. Entonces, era mi palabra la que tenía que valer. Después, cuando llegó el momento de contar la historia de Los hijos de los libertadores, la generación que recibió como herencia un Perú independiente, cuyo principal exponente es sin duda Miguel Grau, empecé a poner notas y quedé sorprendido: todo lo tenía sustentado. Hay algunas personas que creen que yo invento diálogos en la saga sobre Grau. No es así, los diálogos salen de cartas, salen de opiniones vertidas, de relatos que hace la gente de la época. Hay muy poca conversación introducida por mí y, por lo general, es algo que esta simplemente complementando la descripción de un acontecimiento familiar que sí ocurrió. Ya hay cuatro títulos publicados, Los hijos de los libertadores, La traición y los Héroes, Caudillo, La Ley y La República caníbal. Pronto se va a presentar el quinto, 1878, crimen perfecto.

- Aún le falta el volumen sobre la guerra con Chile
- Sí. Y la muerte de Grau. La desdicha que castigó las vidas de esa generación a la que habían entregado la independencia del Perú y su nueva existencia republicana. La obra me ha tomado once años, aunque no han sido once años dedicados exclusivamente a ella. Entre uno y otro, decidí terminar la historia de un amigo mío que fue Raúl Villarán Pasquel, un hombre que me enseñó mucho sobre periodismo y que fue mi amigo y compañero de vida durante una década: nos veíamos a diario y viajamos juntos. Yo lo acompañé en una aventura periodística que tuvo en Centro América y que fue una experiencia inolvidable. Entre el libro tres y cuatro de Grau, sentí la necesidad de volver a mi tiempo, volver a mi vida. Había estado existiendo en el siglo diecinueve, en la época de Grau. Tenía que borrar la luz eléctrica, el teléfono, el automóvil y todo lo que constituye la atmósfera del mundo en el que yo vivo. Si bien es cierto que ya hacia el final de la historia de Grau ya había salido el teléfono en Europa y en los buques de guerra existía iluminación eléctrica, es un mundo de hace ciento cincuenta años, con otro entorno, otra atmósfera, otros valores, una profunda religiosidad, un sentido muy alto del honor. Necesitaba en algún momento volver a mi tiempo, me estaba desdoblando demasiado en una persona del pasado, para luego, inevitablemente vivir 10 o 12 horas en el tiempo actual. Y volví a un viejo borrador sobre Villarán.

- El Rey de los tabloides…
- Este libro ocurre entre los años 40 y 1953. Son los primeros 13 años de mi vida -nací en 1940-. Es una época muy intensa, que a todos nos afectó: la persecución de los apristas con Manuel Prado, la época de Bustamante. Me acuerdo que vivíamos en la avenida Garcilaso -en esa época la Av. Wilson- y mi papá tenía un escritorio que daba a la avenida, ancha y tranquila en esa época. Yo me asomaba a y veía desfilar los mítines apristas con banderas rojas, gritando lemas socialistas y era el pueblo que pasaba por allí. Tenía cinco o seis años. Al día siguiente de la revolución del Callao, estuve en el Callao, llevado por mi padre. Villarán también estuvo, llevado por un amigo que era periodista. Así lo conocí.

- ¿Por qué escogió a Villarán?
- Villarán fue el inventor de los tabloides, el verdadero inventor del periódico tabloide, no por el tamaño, sino por lo que significó para la historia del periodismo hace cincuenta años. Era un periódico con titulares muy atrevidos y muy inteligentes. No era la banalidad ni la grosería que después se han dado en los periódicos sino era un modo de decir las cosas en pocas palabras con gran inteligencia, con gran audacia, con un sentido del humor que hizo este primer fenómeno que fue Ultima Hora, que llegó a vender cien mil ejemplares. Es como si ahora tuviésemos un periódico que vendiera un millón de ejemplares. En esa época era un hombre muy joven, tenía 23, 24 años y en ese momento construyó su propia leyenda, que ha durado hasta hoy. Si usted pregunta a los periodistas viejos, le van a decir que sí, efectivamente, es un ser legendario en el mundo de las comunicaciones. Sin embargo, los muchachos que estudian Periodismo no saben quién es.

- ¿Deberían saber?
- Deberían saber porque, mas allá de hacer titulares llamativos, usaba el habla del pueblo y lo llevaba a la primera plana. Era un hombre que no vendía sus titulares, de respetable integridad, que no ofrecía banalidades.

- Se dice que se da al pueblo lo que quiere.
- Se cree que para el consumo del pueblo, tiene que ser vulgar y malo. Hay mucho prejuicio. Yo me acuerdo de una entrevista de Manuel Scorza en la televisión francesa. Pasaba por París y me pidió que lo acompañara. Yo no hablo muy bien el francés, me cuesta mucho entenderlo, pero lo que pasó en ese momento si lo entendí perfectamente. En un momento, el conductor del programa le increpó a Scorza de que, siendo él un hombre de origen popular, comunero, de Acoria, y que estaba escribiendo un ciclo de novelas sobre las luchas campesinas en el Perú, al mismo tiempo le gustase vivir en un país y beber champaña. Manuel reaccionó enfurecido y le dijo: “¡Usted qué tiene en contra de que el pueblo beba champaña! ¿Usted cree que el pueblo no tiene condiciones de paladar? ¿Usted cree que solo pueden beber champaña los privilegiados de raza blanca?" Fue una cosa tremenda. Entonces ahí viene el concepto: si es pueblo, tiene que ser vulgar, tiene que ser chabacano, tiene que ser mal informado, tiene que alentar la bajeza, la violencia pasional. Y es así cómo hemos terminado glorificando las historias más turbias.

- La prensa tiene mucha responsabilidad de la banalización…
- Villarán tenía una llave para saber si su primera plana estaba expresada con inteligencia: él llamaba a la gente más simple del periódico, a los más humildes trabajadores y les mostraba la página y preguntaba ¿usted entiende bien lo que estamos diciendo? Y recibía respuestas muy acertadas. Le decían “esta parte no se entiende” o “esta parte está muy bien”. El examen de entendimiento por motivos culturales masivos, pero no porque lo malo debe ser para el pueblo sino porque si uno no se expresa con claridad a lo mejor no es entendido lo que quiere decir, incluso ni los propios catedráticos.

- ¿Qué resaltaría de Villarán?
- Primero su integridad, luego el estilo, los verdaderos componentes del estilo que él impuso. Me acuerdo de la época en que yo vivía en una misma casa con Manuel Scorza, César Calvo y Reynaldo Naranjo -cuatro balas perdidas- llegaba de visita frecuentemente Villarán. De regreso a su casa, a cuatro o cinco cuadras de distancia, solía aparecer Chabuca Granda, siempre con Lucho González. Otro que venía también, cuando estaba en Lima, era Mario Benedetti. Durante una época ahí se daban encuentro Romualdo y Xavier Abril. A veces, cuando abandonaba su refugio de Zárate, caía Enrique Solari. Fue una época muy intensa, con largas tertulias de las que Villarán disfrutaba mucho, y fue él quien nos trajo a Lucho Banchero Rossi, que además de ser muy rico era muy inteligente y muy culto. Cambiaba libros con Villarán y con nosotros. Ahí se encontró con un condiscípulo y amigo de su infancia en Tacna, Juan Gonzalo Rose.
Mencionaba esto porque en esos días causaba furor Cien años de soledad, y Villarán quedó absolutamente prendado de Gabriel García Márquez porque era, digamos, era lo que el quería. Esa clase de lenguaje y esa clase de historia que él quería para sus primeras planas. Entonces leyó y releyó Cien años de soledad y hasta que un día dijo: “ya tengo la clave”. Tenía que ser rotunda la noticia, grande, redonda, incomparable. Entonces empezó un juego muy divertido en aquel momento, de inventar noticias y titularlas como podría gustarle a Gabriel García Márquez para un periódico en Macondo. Ja, ja, já… fue un gran divertimento. Eso retrata al personaje, no como un ser inculto y banal como ahora se pretende presentarle. Fíjese, cuando murió André Gide, la noticia se dio en primera plana de Última Hora no como la noticia más grande de primera sino como la segunda en la página 3, con un titular que decía André Gide ha muerto ¡Viva André Gide!, un artículo firmado por Jean Cocteau ¿Qué significa? Pues que los editores habían leído y apreciaban a Gide, y habían encontrado el cable de Francia con el obituario escrita por Cocteau. De la misma manera, cuando el novelista americano Sinclair Lewis, que escribió Main Street y Babbitt y ganó el premio Nobel, murió en Roma el año 52 me parece, también fue noticia de primera plana de Última Hora. Esto significa que todos ahí lo habían leído y que para ellos era un referente de la literatura norteamericana. Yo me acuerdo cuando nos sentábamos a conversar, no tanto de periodismo sino de escritura, con Villarán y otros periodistas de los años 50 y 60, y no había uno que no hubiese transitado los caminos literarios de Estados Unidos. Una obra que causó gran impresión fue Manhattan Transfer de John Dos Passos. Después nos llegaron Lawrence Durrel y Henry Miller, que ejercieron inmediata fascinación. En Lima estaban bien enterados de la literatura americana, de la nueva literatura francesa y la nueva narrativa italiana. Eran hombres muy cultos. Estoy hablando de Villarán, de Guillermo Cortés Nuñez, de Pedro Álvarez del Villar. Al ingeniero Federico La Rosa Toro toda la vida lo vi leyendo libros; siempre iba con un libro bajo el brazo y siempre lo veía a las 2 ó 3 de la mañana. Nunca a la luz del sol. Había una intensa actividad intelectual que comprometía a los periodistas, integrados, desde luego, a la vida intelectual, literaria, académica del país.

- Cuándo empieza a cambiar eso?
- Yo no sé… Antes se llegaba al periodismo de muchos lados, principalmente por necesidad, a veces por cierta facilidad o inclinación literaria. Había muchos médicos, diplomáticos… era el caso de Guillermo Geberding, que fue embajador, hombre muy importante en la cancillería; y era director de Informaciones de La Prensa; el caso de Juan José Calle, que fue canciller de la república y antes había sido jefe de la página editorial de Última Hora; o de Juan Alayza, corrector de estilo y eximio operador del idioma, muy callado, gran jugador de ajedrez, que fue embajador de Perú me parece que en China. Y gente de otras profesiones que simplemente no había tenido suerte en la vida y se dedicaba al periodismo.

- ¿Qué compartió con Villarán?
- Yo estuve cerca de Villarán en la fundación de los diarios Correo y Ojo. Él sale de Última Hora y con la ayuda financiera y política de un gran amigo llamado Jorge Checa, piurano de familia muy rica, sacó una revista que se llamó Extra, una revista de mucha circulación entre 1953 y 1956, que se acomodó para informar la entrelinea del gobierno de Odría, que los periódicos no tocaban. Era una revista gráfica bastante atractiva que salía semanalmente. No era de papel fino, tenía muy buenas fotografías, buenos columnistas, todos los amigos de Villarán. El cambio de época acabó con Extra. A fines de 1957 Villarán se reencontró con Manuel Seoane, a quien habían deportado a Buenos Aires, durante el exilio aprista, y Seoane lo invitó a dirigir el relanzamiento de La Tribuna. No querían un periódico solamente político. Llegó a tener bastante éxito pero al final la maquinaria partidaria lo trituró y se lo comió con muelas y todo. Los años que siguieron fueron duros para Villarán, que había casado con una inteligente señora piurana, Gilda Calderón, y que ya tenía una hija a la que adoraba y a quien escribía poemas y canciones. El 60 lo contacta Manongo Mújica para pedirle que le haga el diario Expreso. Tenía un director, José Antonio Encinas, que era un gran escritor editorial pero que no sabía montar y conducir una nueva publicación. Se necesitaba a alguien con fuerza y gran personalidad que lo hiciera y lo hizo Villarán. Villarán no quiso durar mucho porque abundaban las intrigas. Disolvió su contrato. Manongo le dio una compensación muy generosa por la cancelación del contrato. De ahí, se fue a China, a un congreso de periodistas. A comienzos del 62, su primo Emilio Castañón Pasquel, uno de los sabios de la OEA, le presenta a Luis Banchero Rossi. Se le creía el hombre más rico del país. Y Villarán le dijo: “Usted tiene mucho dinero y yo sé como gastarlo”. Empezó entonces la gran aventura de los diarios Correo. Fueron cinco diarios que hoy son catorce. Más tarde se alejó Villarán atraído por la televisión. Héctor y Genaro Delgado Parker lo tuvieron en Panamericana. En 1966 asumí la dirección de Correo y pedí nombrar un asesor de mi confianza. Yo tenía 26 años. Banchero aceptó el regreso de Villarán. No había otro mejor a quien pedir consejos. Recuerdo las palabras de Banchero: “Bueno, tráigalo pero como cosa suya. Yo le doy el dinero y usted le paga pero va a ser su empleado”. Creo que le tenía miedo. En horas de crisis, cuando el nerviosismo de Banchero no lo dejaba trabajar, Villarán le había prohibido el ingreso. Salía a la calle a conversar con el dueño.

- ¿Qué más trabajaron juntos?
- Estábamos perfectamente sincronizados. Empezamos a sacar unos suplementos muy periodísticos, Ella, Suceso, Edición Choque, e hicimos conexión con el público. Correo subió y subió. Por ese tiempo murió mi padre y yo sufrí una larga cirugía a la columna vertebral. Quería escribir un libro sobre la gran revolución de Trujillo. A la vez comprendía que Banchero, a quien tenía mucho aprecio, había invertido muchísimo dinero y quería conducir sus diarios, no solo ser el dueño sino también el director. Una noche salimos a comer y a la hora del postre le entregué mi puesto.
El periódico había estado en picada en el 66, subió como un cohete en el 67 y al otro año estaba de nuevo en picada y Banchero volvía a perder dinero. Entonces Villarán me dijo una noche: “Yo sé como resolver el problema de Banchero pero yo no se lo puedo proponer. Usted tiene que hacerlo”. ¿Y cuál es la solución? “Sacar otro periódico”, respondió. Quería formar un pequeño grupo de redactores y hacer otro diario a partir de las noticias de Correo. Lo haría para un público distinto. Visité a Banchero y puso el grito en el cielo. “¡Nooo …otro periódico mas, que barbaridad! ¡Usted se deja influir por ese loco!”. Piénselo bien, dije, por el precio de uno saca usted dos diarios, de los que uno es más barato. Al día siguiente nos invitó a almorzar y, delante de mí, en media hora se pusieron de acuerdo. No me separé de Raúl mientras sacó Ojo porque me pareció que era la oportunidad de observar al gran maestro Villarán sacando un periódico de la nada. Ya no hizo más periódicos en el Perú.

- ¿Paralelamente estaba escribiendo algún libro?
- El año de la barbarie, que se publicó a fines de 1968. El primero de enero de 1972 ocurrió al asesinato salvaje de Banchero en su casa de campo, en Chaclacayo, y escribí El caso Banchero, que se publicó en Barcelona y en Buenos Aires. En verdad me sentía sin rumbo. No sabía adónde ir. Velasco mandaba en el Perú. Entonces Villarán me invitó a acompañarlo en Costa Rica, donde dirigía una expansión centroamericana del diario Excélsior. El legendario rey de los tabloides estaba en su mejor momento, mitad en el exilio, mitad en un desganado coronamiento. En San José también tenía su base de operaciones Guillermo Cortez Núñez, aunque viajaba mucho entre Panamá y Guayaquil, y llegaba a inspeccionar todo el proyecto Pedro Álvarez del Villar, que entonces era gerente de Excélsior en México. En las reuniones con los inversionistas de Costa Rica, Villarán se controlaba al escuchar a ciertos personajes. Al fin respondía: “Usted no opine, por favor, no opine”. Y se iba a pasear a otra habitación murmurando lisuras. A principios de 1974 nos separamos y ya no lo volvía a ver.
Sufría de una severa diabetes. Se le había declarado a los dieciocho años. Puso en circulación a Excélsior de Costa Rica y desapareció. Se le vio en Caracas en 1976, después llegaron noticias de Puerto Rico, donde vivía su amigo Genaro Delgado Párker. Cuando volvió finalmente al Perú, el mundo había cambiado. No volvió a establecer conexión con el público en masa. Estaba cansado, enfermo, arruinado, casi en el olvido. Sufría de un insomnio espantoso. Aún era un iluminado. Murió en 1977, en el Seguro del Empleado, a la edad de 49 años. El rey de los tabloides

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