Por José Miguel Oviedo
Fuente: El Dominical, Diario El Comercio Lima 30/05/04
La reciente muerte de Javier Sologuren se suma a la de otros poetas -Washington Delgado y Francisco Bendezú, entre ellos-, que han diezmado últimamente a la llamada "generación del 50", importante grupo que representó un cambio sustantivo en nuestra literatura del siglo XX y que ha seguido activa aún en los primeros años del nuevo. Con su desaparición no sólo perdemos a un notable poeta, sino a un traductor, crítico, antólogo y editor de poesía, cuya intensa labor en todos esos campos significa una gran contribución a la poesía en nuestra lengua. Pero además -y sobre todo- perdemos a un hombre de bondad y generosidad impecables, ajeno a las rencillas, envidias y vanidades que suelen afear la vida intelectual. Lo conocí personalmente y lo frecuenté en los años sesenta y setenta: nunca lo escuche hablar mal de nadie, ni siquiera en tono de broma o como maliciosa travesura. Por eso, era imposible no quererlo en su modestia y suprema sencillez.
Con paciente devoción y durante casi dos décadas, desde su casa en las afueras de Lima, imprimió, a mano, en una pequeña "minerva", decenas, quizá cientos, de cuidados libros y plaquettes de poetas peruanos de su generación y de otras épocas, así como obras escritas en diversas lenguas, incluso las orientales. Bajo el nombre "La Rama Florida", que se hizo famoso entre los lectores de poesía, formó una espléndida colección en la que figuran grandes nombres al lado de desconocidos y marginales que él seleccionaba con gran rigor y sensibilidad y que constituye una verdadera biblioteca de la lírica de todos los tiempos.
Esas virtudes -rigor y sensibilidad- son visibles en su obra creadora y crítica. Hay poetas que pasan por diversas fases y sufren cambios drásticos; otros parecen seguir un constante ideal que básicamente no cambia a lo largo de los años. Sologuren pertenece a esta segunda categoría: su voz es esencialmente la misma casi desde el comienzo y todo lo que hizo fue refinarla, pulirla, perfeccionarla.
Aunque en sus primeros libros hay imágenes y formas que muestran cierto influjo de la vanguardia, esa voz es siempre serena e idéntica a sí misma. Su tono predominante es reflexivo y calmo: el de un creador que indaga los misterios del mundo sabiendo que son inalcanzables; lo importante es no renunciar a esa búsqueda y tener conciencia y fe en el poder de la poesía. Por eso, el título de "Vida continua", bajo el que recogió lo esencial de su obra, es exacto y revelador. Ese libro es el centro de toda su obra; fue reeditado muchas veces y continuamente ampliado, como hizo Jorge Guillén -poeta que él admiraba- con su Cántico. Su lúcida y coherente entrega al quehacer poético se convirtió en una forma de vida superior -una vida con sentido- que casi reemplaza u oscurece a la otra. El autor ha dicho: "Mi poesía se ha ido produciendo en círculos concéntricos, a modo de impulsiones que se explayan del centro cordiales a la periferia...". Con su esfuerzo creador, hizo una sutil conjunción del legado de los clásicos antiguos y modernos, el gran romanticismo, la poesía nórdica (vivió, enseñó y se casó en Suecia), el simbolismo europeo y otros movimientos claves de la lírica contemporánea.
En un texto justamente titulado "Poesía", Sologuren definió la razón de su oficio: "Pero qué cerca estás de mi sangre,/ y sólo creo en el dolor de haberte visto". Bien puede decirse que vivió en un estado de gracia poético y que sólo la terrible enfermedad que le robó la memoria de sí mismo pudo cegar esa radiante visión.