Javier Sologuren: un morador de la vida
Por Dimas Arrieta
Fuente: Identidades N° 101, Lima 06/02/06
Uno de los acontecimientos literarios más importantes de estos últimos años es la publicación de las Obras completas de Javier Sologuren (Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004), en la cual se notan los rasgos de la poética sobre la vida continua. Este acierto se debe a la esforzada edición de Ricardo Silva Santisteban, continuador del arte editorial de Sologuren. (*)
La obra completa de Javier Sologuren reúne diez tomos preparados, de los cuales seis ya han sido editados: el primero, rotulado por el mismo Javier en su estancia terrenal como Vida continua, reúne toda su obra poética. El segundo y tercero, Las uvas del racimo I y II, compilan las traducciones que Sologuren hizo de las distintas tradiciones poéticas del planeta. El cuarto y quinto, El rumor del origen (I y II), es una antología general de la literatura japonesa. El sexto tomo, Vertientes, incluye traducciones de narrativa, teatro y prosa varia. Faltan los cuatro tomos de la crítica literaria que hizo el poeta en diarios y revistas. Esta publicación entera acentuará y perpetuará la dimensión poética que en vida tuvo Javier Sologuren.
Tradición: discursos y generaciones
El ingreso temprano de la poesía peruana a la modernidad de los discursos en la lírica del planeta es la simiente seductora, desde comienzos del siglo XX, que ha obligado a los poetas de cada promoción a unir esfuerzos y marcar su espacio de originalidad y renovación. Tenemos dos hitos notorios con Simbólicas (1911), de José María Eguren, y once años más tarde con Trilce (1922), de César Vallejo. Lo que vino después es un derrotero singular en la tradición literaria hispanoamericana. Como diría Octavio Paz: "la expresión no sólo significa que hay una poesía moderna, sino que lo moderno es una tradición. Una tradición hecha de interrupciones y en la que cada ruptura es un comienzo."
Ya el crítico alemán Hugo Friedrich, en Estructura de la lírica moderna. De Baudelaire hasta nuestros días (Barcelona, 1974), había señalado que la mundialización de la poesía empieza con los franceses a finales del siglo XIX. "Si el poema moderno se refiere a realidades -ya de las cosas, ya del hombre-, no las trata de un modo descriptivo, con el calor de una visión o de una sensación familiar, sino que las traspone al mundo de lo insólito, deformándolas en algo extraño para nosotros. El poema no pretende ya medirse con lo que vulgarmente se llama realidad, ni siquiera cuando, al servirse de ella como trampolín para su libertad, ha absorbido en sí algunos restos de aquella. La realidad se halla arrancada del orden espacial, temporal, material y espiritual y dejaba al margen de las distinciones, indispensables para una orientación normal del mundo, entre lo bello y lo feo, lo próximo y lo lejano, la luz y la sombra, el dolor y el goce, el cielo y la tierra."
La poesía peruana, antes que otras expresiones artísticas, supo asumir su responsabilidad con las dinámicas mundiales. En las ocho promociones entre 1920 y 2000, sólo se han producido cuatro generaciones de poetas. Nuestra afirmación se basa en la coincidencia de los discursos líricos aparecidos. Hemos tratado de revisar cuidadosamente cada década y cada conjunto de libros aparecidos en el espacio demarcado. Por ejemplo, entre 1920 y la década de 1930, se instala un discurso vanguardista en todo espíritu creador de aquella época. Los poemas transitan por los caminos jabonosos de las vanguardias. Lo grandioso de esta época es la incorporación de las voces de todas las regiones del Perú que dejaron constancia de sus obras.
La siguiente generación de las décadas de 1940 y 1950 quizás recoge la experiencia de las promociones anteriores de 1920 y 1930, pero marca sus espacios creativos con claras orientaciones. La crítica literaria peruana, en consenso, los señala como nuestros clásicos. Se aprecia un discurso homogéneo por las definiciones de sus estilos, con propuestas orientadas más al trabajo de orfebrería con el lenguaje. Algunos no sólo destacaron en el concierto nacional, sino que siguieron los pasos de los vanguardistas.
Estos poetas se distinguieron por conocer su oficio y, sobre todo, usar de manera sobresaliente el idioma español. Frecuentaron la lírica castellana, en especial, la Generación del 27 y del Siglo de Oro español. Aquí podemos ubicar al poeta Javier Sologuren, junto con Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Sebastián Salazar Bondy. También aparecen Mario Florián, Julio Garrido Malaver, Gustavo Valcárcel y Juan Gonzalo Rose. En la segunda promoción del 50 aparecen las voces notables de Alejandro Romualdo, Francisco Bendezú, Pablo Guevara, Wáshington Delgado, Carlos Germán Belli y Leopoldo Chariarse, entre otros. A ellos les reconocemos, por supuesto, ese lirismo absoluto, de ganancias formidables para la poesía, pues soltaron los cordeles del fino tratamiento con la palabra y, además, trabajaron el lenguaje.
En la próxima generación, de 1960 y 1970, impera el modo anglosajón. Se crea una ruptura que se prolongará en ambas décadas. La poesía conversacional estructura el poema de largo aliento. Sobresale, en especial en la promoción del setenta, el cronipoema, en cuyo espacio textual se desbordan la contundencia y la emoción.
La siguiente generación -1980 y 1990- bebe en la fuente de la diversidad de propuestas de la tradición poética peruana. Se consolidan la poesía escrita por las mujeres y las voces que por la cercanía del tiempo tienen que recobrar su dimensión cuando aparezca la reunión de sus obras. Acaso esta generación tuvo que batallar en un clima convulsionado. La violencia signó a sus integrantes: en algunos casos, como lo hicieron los de la promoción de 1930, huyeron al extranjero; y otros se refugiaron en sus lugares de origen a beber la sal de sus propias lágrimas. En la última generación de poetas existen voces perdurables que no se han rescatado, como las existentes en el interior del país.
Consolidación de una poética continua
Aquí, en este reino terrenal, moró un ciudadano llamado Javier Sologuren. Pero, en el reino de la poesía, sigue morando el poeta Javier Sologuren. Una docencia a lo largo de 60 años con el ejercicio de la poesía y la decencia con sus discípulos se acentúo en su propia biografía. Maestro en todo el sentido de la palabra, generoso, cuando lo visitábamos, al obsequiarnos tanto las revistas que publicaba como los libros que sus amigos le alcanzaban. Como dice Ricardo Silva-Santisteban: "Nacido en Lima en 1921, Javier Sologuren es no sólo uno de nuestros poetas mejores, sino también uno de los más representativos de la poesía peruana contemporánea. Pero no sólo es de destacar su excelente poesía, a la que ha dedicado sus mejores esfuerzos de largos y laboriosos años de fidelidad poética en alternancia con la enseñanza universitaria, sino también al auspiciador de tantas vocaciones de poetas a los que dio a conocer bajo el sello de sus breves y preciosos cuadernillos de las Ediciones de la Rama Florida, que dirigió e imprimió en forma manual a través de casi ciento cincuenta títulos que son un ejemplo para cualquier editor."
Javier Sologuren oscilaba con mucha naturalidad en ambas orillas, desde el Morador (1944) hasta sus últimos poemarios. Degustador del soneto clásico español, hizo incluso su propia recreación. En sus primeras entregas encontramos los diálogos con la poesía en un lirismo impecable, cuyos versos discurren limpios y lejos de los lugares trillados. Hay una ubicación temprana de frecuentar tanto las formas clásicas como la poesía con estética contemporánea y eso se ve con claridad en el Diario de Perseo.
Viene luego ese cambio asombroso en Dédalo dormido. El espacio textual en el poema es más copioso, de honduras y espesuras. Poderosas imágenes resuelven los conflictos sensoriales, como en el hermoso poema "Reloj de sombra". Aparecen versos como: "pena con que hiere una imagen a su espejo". Junto con estas propuestas se agrega la sección Vida continua. Creemos que nace en una forma temprana la idea rectora que orientará el trabajo de Sologuren: proyectos pensados en una unidad temática.
La poética de Sologuren nunca estuvo estática: siempre fluye en los espacios textuales del poema. Al igual que Eielson, la visualización tipográfica de los versos en las planicies del papel en blanco provoca inquietudes y misteriosos hallazgos, como en las secciones Regalo de lo profundo y en Otoño, Endechas. Aquí se trasluce la fe del hombre en lo que hace, esa seguridad de poner la vida en cada verso: "Nada sé decir después que sueño, / mi sangre tiñe hoja por hoja, y con dulzura." Pero el conocimiento de otras culturas, especialmente las de nuestros mayores, sobresale en el poema "Recinto". De ahí la seducción vanguardista por configurar un orden gráfico que viene justo en el desorden tipográfico. En "Continuo 2", las palabras suenan como un martilleo; por supuesto, el epicentro significativo del texto está en su conjunto.
La diversidad de poéticas que asume el poeta, pero con un cuidadoso tratamiento del lenguaje, parece ensamblarse en una sola. La exploración de una escritura se anida en una dinámica de asilo en el silencio mayor de la escritura. Poesía configurada en la concreción, en la exactitud de la palabra, en el sólido manifiesto de un lenguaje original. La exactitud es el recipiente mayor de las batallas con el idioma. En el itinerario poético de Sologuren, ajustes de cuentas con la misma creación literaria. Tengamos en cuenta que una palabra, dadora de sonidos, de signos que se convierten en música, tanto interior como exterior, extiende la vida más allá de cada verso o poema. Por supuesto, vida que se extiende en cada palabra, en cada verso roto por fragmentos y vacíos que muestran, en muchos casos, la soledad y lo solitarios que son los actos del poeta.
El vacío, la soledad y la biopoética
En toda la obra de Sologuren, las configuraciones tipográficas son una constante, sobre todo el hacer notorios los vacíos como conjunto de espejos que denuncian la nada, como madre de todos los comienzos y raíz de todos los principios. Volver a la nada para reconstruirlo todo, para no volver a ser el mismo, para entender que el volver a repetirse es un agravio en el espíritu de todo creador. Pues ahí está la vida, el ancho fondo de sus creaciones, con sus criaturas, sus elementos: tierra, agua, fuego y aire. Mundos físicos, biológicos, desiguales y jamás homogéneos.
El poeta suele poner el título al final del poema. Primero construye su edificio poético, luego busca en él su coherencia y llama como debía de llamarse la criatura. Nunca suele partir de la razón, es decir, la arbitraria conducción de manipular la orientación temática del texto. En muchos casos, cuando se trabaja con un título, se cae en una absoluta soledad de las palabras. En cambio, dejar fluir el poema autoriza a lanzar mensajes con otras vibraciones solas en ese colectivo de signos que aparecen en la hoja en blanco.
Así como aparecen paisajes interiores, también sobresalen geografías donde campean la vida y sus contrastes, el hombre y sus desdichas, las constelaciones, los astros y sus influencias en los destinos de los hombres. Paisajes sensoriales, cercanos al sueño, y mundos sensitivos configuran una poética que se desplaza sola hacia una gran unidad: perpetuar la vida y abrir un campo hacia la esperanza. Escalofriante es la experiencia de leer el poema "Igual finalmente a toda vida", en el que se vaticina el itinerario del planeta, al referirnos que la humanidad puede subir o bajar: subir con calidad evolutiva para cimentar la vida, o bajar a precipicios oscuros de la extinción o la muerte. Los grandes temas también se encuentran en esta biopoética: el amor, la libertad, la muerte, la desdicha y la solidaridad expuesta en la sección de los Homenajes, tanto a los amigos como a los que acompañan en las lecturas del poeta. En la sección La Hora, y el intenso poema de largo aliento "Tornoviaje", la sabiduría de los años desteje los enmarañados mantos del tiempo, cuyos abrigos propician los reposos de un viajero terrestre en el otoño de su vida. "Vivir es esperar / como el blanco a la flecha / que va a herirlo". Cierran la impecable biopoética Hojas de herbolario, Retornelo, Otros poemas y prosa para niños, porque estos últimos significan la continuidad y el porvenir de un nuevo mundo. Pero la concentración de toda la obra, vista en conjunto, es la vida: por eso encontramos una unidad temática desde el comienzo hasta el final, la vida unida al amor.
Por lo tanto, la vida se encadena a la naturaleza, la vida puesta como un muestrario en la biografía del hombre, síntesis de todo lo andado en nuestra civilización. La vida que se pone en cada verso, en la intensidad de las palabras, la vida que fluye en "La pluma donde no corre sino la sombra del mundo. / Ojo humano, el frío humano, la captación del olvido". La vida para y con la poesía, o el poeta viviendo sólo en poesía, el poeta que perpetúa la vida en la poesía, o la biopoética como esperanza para buscar una armonía en el planeta. A esta altura podemos concluir que si alguien nos preguntara que si aquí moró el ciudadano Javier Sologuren, nosotros responderíamos: aquí no sólo moró, sino que vivió y vivenció la vida un gran poeta.
(*) Dimas Arrieta Espinoza es escritor y docente de la UNFV