"En el siglo XVI empezó nuestra nacionalidad"
Por Lydia Fossa
Fuente: Identidades 79, Lima 21/02/05
A punto de cumplir 90 años, el tesón de la historiadora María Rostworowski constituye todo un ejemplo para la investigación en nuestro país. Alentada inicialmente por Raúl Porras Barrenechea, durante su trayectoria ha recibido numerosos galardones: los honoris causa de distintas universidades del país y las Palmas Magisteriales en 1990. (*)
¿Fue usted quien inició la historiografía basada en documentos en el Perú?
-Sí, en la combinación de lectura de documentos de archivo y trabajo de campo. Yo iba por el campo, de vez en cuando los fines de semana, con los documentos en la mano, para poder decir algo nuevo sobre nuestra historia. Entonces, uno descubre un montón de cosas y el problema que pudo haber surgido se aclara. Todo mi trabajo de investigación ha sido hecho con archivos y trabajo de campo.
En mi opinión, no se puede trabajar el siglo XVI, que para mí es el más importante, sin los archivos y la verificación de los contenidos de los documentos en los mismos lugares que se nombran. Digo que el siglo XVI es importante por ser el primer siglo de nuestra nacionalidad: es cuando empezó el Perú, antes no. Resulta un error principiar más tarde; allí se inicia.
Podríamos decir, entonces, que la nueva historia se escribe con documentos y trabajo de campo…
-Sí. Claro que con las crónicas también. No se les puede dejar de lado. Pero las crónicas no son suficientes, sobre todo para la Costa. Los cronistas no le dieron ninguna importancia a la Costa: sólo estaban interesados en el oro del Cusco. No conocían la Costa: apenas mencionaron Pachacámac. Además, en ella hubo una baja demográfica muy fuerte, así que la mano de obra en la que estaban interesados disminuyó. Esto se debió en gran parte a las epidemias: enfermedades eruptivas, entre ellas el sarampión y la gripe, desconocidas hasta entonces. Estas pestes eran recurrentes: asolaban una región y luego regresaban, matando a los que habían sobrevivido. Por ejemplo, los "ayllus fenecidos" que dicen los documentos. Fueron tremendas las epidemias.
¿En qué archivos trabajó usted?
-¡En todos los que he podido! Tuve la suerte de ser becada durante dos años para trabajar en el Archivo General de Indias en Sevilla. También he investigado en el Archivo General de la Nación, en el Arzobispal, en el de Relaciones Exteriores, que estaba en desorden, no como está ahora. También en archivos departamentales en Piura, Trujillo, Moquegua, Arequipa, Tacna. En el Cusco muy poco, por la altura. Son bastante celosos los cusqueños. Tienen tantos documentos, pero no facilitan su consulta. Además, mi interés ha sido siempre estudiar la Costa.
El Archivo de Indias, por ejemplo, está ahora digitalizado. No he ido últimamente, pero sé que está así. Antes te traían los paquetes de los legajos, amarrados con pitas, y tenías para rato. Podías palpar… Es que hay que observar el documento: la tinta, la mancha… es distinto a verlo en la pantalla, frío. Aunque también hay que considerar que si cada uno de nosotros le pasa la mano, ¡nos vamos a quedar sin papeles!
Quisiera que les indicara a los lectores, cómo se investiga en un archivo…
-Cada investigador tiene su método. Yo acudo con la mente abierta para encontrar lo que me ayude en mi proyecto. Es decir, busco material para mi proyecto, sin embargo, estoy siempre alerta a qué otra cosa puedo encontrar. Busco un documento y cuando hallo un dato, me da felicidad. Aunque tengo un esnobismo: sólo quiero ver documentos pretoledanos. Son mucho más interesantes.
¿Siempre ha trabajado la Costa?
-No, siempre no. También he trabajado Cusco. Pero la Costa ha sido mi fuerte. He encontrado la coca costeña, por ejemplo, que después los frailes quemaron. Eso lo hallé en expedientes en el Archivo General de la Nación del Perú. También en un documento excelente del Archivo General de Indias, así de gordo, que no había quién me lo publicara, porque no resultaba comercial, hasta que la Universidad de Michigan me lo publicó. ¡Ese libro es ahora una rareza! Eran trabajos sólo para investigadores y publicaron únicamente 500 ejemplares.
¿Cómo hacemos para proteger el patrimonio documental?
-Hay que despertar la conciencia del sector civil. Patronatos, Instituto Nacional de Cultura… ya existen. ¿Para qué crear más? Institutos no nos faltan; lo que falta es interés. Se debe suscitar ese interés con exposiciones, lecturas y conferencias. Aunque yo he perdido ya toda esperanza. He visto desaparecer muchos documentos en mi vida. ¡Ah! Una cosa que me pasó: yo era miembro de un instituto, esto fue hace años, y me nombraron inspectora de archivos. Me enviaron a supervisar unos archivos departamentales que querían quemar. Imagínese: ¡quemar! No, ha sucedido cada cosa que prefiero no mencionar… Se destruye porque existe mucha ignorancia, crasa ignorancia.
¿Le parece que alguna campaña internacional ayudaría en la conservación del patrimonio documental?
-Hay muchos extranjeros interesados en tener documentos peruanos. ¡A veces, ellos mismos son los que los "encargan"! Pero lo más terrible es la inercia local. ¡Es una inercia… un "qué me importa"! ¡Ni a los presidentes les interesa! Vea usted, la Biblioteca Nacional con cuánta dificultad se va edificando… Y es absolutamente urgente tener una nueva biblioteca y un nuevo archivo. Ahora a Teresa Carrasco, encargada de la dirección del Archivo General de la Nación, le han dado, pero creo que por cierto tiempo, el antiguo correo central. Eso divide el archivo: la sección histórica allí, mientras que la sección civil, testamentos y todos esos documentos legales se quedarán en el antiguo local.
¿Cuál ha sido el documento más interesante que ha encontrado en su vida?
-Varios... Por ejemplo, encontré el documento de Chincha en el Palacio Real de Madrid. Este documento ya lo habían visto, pero nadie la había dado la importancia que tenía y que tiene. El de la coca lo encontré en el Archivo de Indias y otros en el Archivo General de la Nación. Descubrir un documento importante me da una gran satisfacción. Es el objetivo de todo investigador encontrar la pieza documental que falta en el proyecto en que uno está trabajando. Y, por supuesto, ¡en todos los archivos siempre hay cosas que sirven! Por eso debemos proteger el patrimonio documental del Perú. Nada más lógico: es nuestra historia.
(*) Lydia Fossa esInvestigadora del Instituto de Estudios Peruanos