Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21 29/08/05
Reside en Europa desde 1976. Patrick Rosas ha escrito, entre otros títulos, Leguisamo solo (poesía), Cuentos y otros cuentos y las novelas Pies de reina, Mademoiselle Moutarde y Quieto veneno. Estuvo en Lima unos días, para presentar Sombras, interesante novela de amor, soledad y whisky Jack Daniel's.
"Me precio de haber sido expulsado de tres colegios, La Recoleta, el San Andrés y, lo peor, el colegio de aplicación San Marcos. Mi educación secundaria la terminé en los corredores del Ministerio de Educación, previo pago, evidentemente, a las autoridades", cuenta Patrick Rosas.
Toda una joya.
Tenía muy mala conducta. Metía mucho vicio. Recuerdo que en La Recoleta la conducta era calificada como un curso, de cero a 20, y una vez me jalaron con menos 22. un récord mundial.
¿Y entró a la universidad?
Me presenté a Letras, de San Marcos, pero resultó que el mismo día del examen de ingreso -para el cual no había estudiado- se me presentó la oportunidad de visitar Río de Janeiro y preferí irme. Pero, si bien no estaba matriculado, frecuentaba San Marcos como alumno libre; entonces, iba a algunas clases y también a los grandes recitales de aquella época, donde se presentaban Toño Cisneros, César Calvo y otros. Eran lecturas a sala llena.
¿Cómo llegó a Europa?
Yo también participaba en las guerras entre la izquierda y el Apra por el control de los frentes estudiantiles y, en vista de que había tirado piedras con cierta puntería, algunos amigos, como Hildebrando Pérez, me hicieron cartas de recomendación para una beca de la Federación Internacional de Estudiantes, en Praga, adonde viajé.
¿Y estudió?
No. Tengo una maldición con las universidades. Al cabo de un mes, en Polonia, adonde llegué para estudiar cine y terminé en historia del arte, decidí que ese no era mi asunto y me fui a París, adonde llegué en el 68.
¿Mayo del 68? ¿Cómo fue aquello?
Indescriptible. Mayo del 68, en París, fue una experiencia de absoluta libertad. La ciudad estaba llena de barricadas, con manifestaciones multitudinarias -hasta de un millón de personas-. Había enfrentamientos muy fuertes entre los manifestantes y la Policía, pero siempre terminaban en jolgorio.
¿Y usted qué hacía?
Recuerdo que tomamos la casa de Argentina, en la ciudad universitaria, con Hernando Núñez, hijo de don Estuardo Núñez, un gran amigo mío y gran poeta -aunque muy poco conocido en Lima-. Pero como éramos muy anárquicos, el edificio solo nos servía de dormitorio. Durante el día, salíamos a las manifestaciones y ocupaciones. Se ocupaban cines y se cambiaban las programaciones. Ocupamos el teatro Odeón, que servía para probar la elocuencia de los estudiantes, pero también para hacer el amor, fumar marihuana, emborracharse. Todo eso con los años puede parecer pueril, pero vivirlo fue muy intenso.
¿Y las chicas?
Nunca vi tal interés por el diálogo entre la gente más disímil. En esas tres semanas, todo el mundo hablaba con todo el mundo, discutía, intercambiaba ideas, todo esto en una gran armonía. El país estaba paralizado, no había transporte público. La gente tiraba dedo para moverse y todo el mundo llevaba a todo el mundo. Conocí un grado de exaltación solidaria que nunca vi antes ni he vuelto a ver.
¿Y qué tal las chicas?
Había una apertura total. Uno se levantaba a quien quisiera. Y lo levantaban a uno también. Una barrera se había roto y, cuando eso sucede, hay un desborde general. Era un desborde total de los sentidos.
En su novela Sombras hay una sensación de soledad y apremio. ¿Hay vínculo entre usted y su personaje?
Esta novela tiene una vena autobiográfica que es la historia de amor trágica entre el personaje que narra en primera persona y Ada, que murió tres décadas atrás. Eso es algo que me ocurrió a mí.
El personaje tiene una edad como la suya y, como usted, es periodista.
Sí, en eso se parece a mí, pero el resto es completamente inventado. He tratado de recrear a un personaje que vive una profunda soledad, que ha ido calibrando lo que ha sido su vida y se ha dado cuenta de que ha sido un cúmulo de fracasos, el último de los cuales lo pone al borde del suicidio. Pero más que una reflexión sobre el suicidio o el amor trágico es una ilustración sobre una depresión, quizá no de fin de vida, pero sí del periodo en el que uno se plantea las grandes interrogantes sobre lo que ha realizado y que, a menudo, solo dan respuestas muy frustrantes.
¿Qué lo motivó a escribir esta novela?
Hay una confluencia de dos elementos importantes: uno fue una novela policial muy mala que publiqué en España, en el año 2000, de la cual renegué, y, el otro, fue recibir una carta reveladora -como la que recibe el personaje de esta novela-.
El personaje de Sombras mira su vida hacia atrás y ve un panorama muy duro. Parece que usted se hizo el mismo examen. ¿Cómo quedó la cosa?
Fue como en La Recoleta (ríe). No, no. Creo que aquí logré pasar con un honroso 12 o 13.