Marcela Robles
La cultura de la identidad La cultura de la identidad

Por Marcela Robles
Fuente: El Dominical, El Comercio 09/10/05

¿Por qué las mujeres no participamos más en política?

- Sin verdad, tú eres el perdedor


Un hombre toca a la puerta de una casa un domingo cualquiera. Ofrece sus productos en venta y dice: "Disculpe. No sé si le molesta el color". Por un segundo, la mujer no entiende a qué color se refiere el hombre, hasta que cae en la cuenta de una situación de gravedad extrema: se refiere al color de su piel.

Independientemente de las estrategias de mercado -en este caso de supervivencia-, que una persona utilice, la de este hombre incluye el motivo de su propia discriminación: un hombre de raza negra, en pleno Siglo XXI, se disculpa por su color. Un hombre peruano, en el Perú.

¿Cómo engancha esta anécdota con la participación política de las mujeres? Precisamente así, relatando historias cotidianas que venimos contando desde hace cientos de años, cercanas como estamos a la tradición oral, más que los hombres, ocupados en cazar dinosaurios (de carne y hueso antiguamente, de acero inoxidable hoy). Historias que queremos que escuchen nuestros hijos; que escuchen quienes han contribuido a crearlas, y quienes tienen la intención de generar el cambio, como la tenemos miles de mujeres en el mundo.

De ahí la necesidad de una reflexión sobre las razones que nos mueven a participar -o a retraernos- en los procesos políticos, incluyendo en la ecuación la cultura, que es la fuente primordial de todo cambio.

Porque la cultura incluye decidir a quiénes elegimos como representantes de la tribu. A quién le creemos o elegimos como relatores de los acontecimientos. Es tomar nota de lo que pasa en el mundo o decidir no llevar la cuenta. Es asumir que lo único que ocurre tiene lugar en nuestro kilómetro cuadrado, o reconocer que existe la injusticia y los que luchan contra ella, en busca de la belleza y la verdad.

La cultura de la identidad es una de las más importantes en el cambio que protagonizamos las mujeres, porque en nuestro caso se trata de una doble identidad. Por eso es justo incorporar al discurso la perspectiva de género, que es una herramienta más para la comprensión de las ciencias sociales y los procesos de desarrollo.

La mirada tradicional está contribuyendo consciente o inconscientemente a exacerbar las diferencias. Ya nadie cree que "todos somos iguales", o que "hemos nacido bajo una misma bandera", o que "tenemos los mismos deberes y derechos". Nadie lo cree porque no es verdad. No en el Perú de hoy.

Si los ciudadanos y ciudadanas ignoramos esto, si los partidos políticos lo siguen ignorando, habremos emprendido una carrera hacia ninguna parte, una carrera de corto aliento para llegar al poder: un lugar solitario o mal acompañado, un retroceso a un colonialismo que ya ha comprobado históricamente que es disfuncional. Y no sé si para esta disfuncionalidad exista algún tipo de viagra.

Verdad y belleza

Se dice a menudo que las cifras no mienten. Pero no sé si un número es igual a una palabra. No sé cuántas palabras caben en una cifra. Ignoro si número puede significar persona. La tarea de los programas de desarrollo social, de la política en general, debería ser humanizar los procesos, acortar la distancia entre número y palabra, entre cifra y persona. Crear el equilibrio entre ética y estética. Porque nada atenta más contra la belleza y la verdad que la demagogia, el totalitarismo y la corrupción.

Cuando descubrí la alegría de las palabras me di cuenta al mismo tiempo de que si trataba de decir algo tenía que buscar en el lenguaje un sonido diferente. Según el escritor George Orwell, cuanto más consciente es uno de su propia tendencia política, más probabilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar la propia integridad estética e intelectual: "Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me escuchen. Pero no podría escribir si no fuera también una experiencia estética".

En el fondo del impulso literario y del impulso político hay un misterio y una derrota. Ambas son vocaciones irrenunciables y agotadoras, semejantes a las de una prolongada agonía. Pero cuando se elige un camino en el que se cree, no hay más remedio que seguirlo.

Si no queremos que la vida sea lo que ocurre mientras hacemos otros planes, si políticamente queremos hacer historia, si literariamente queremos dejar alguna huella, tenemos que evitar convertirnos en ese libro cerrado y aburrido que nadie leerá nunca. Porque entonces, como dice el verso final del poema Oda a la mentira, seremos "Nada más que una errata, en una fe de erratas, sin lector".

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