Edgardo Rivera Martínez
Por el derecho a la cultura Por el derecho a la cultura

Por Edgardo Rivera Martínez
Fuente: Dominical, El Comercio, Lima 01/01/06

¿Es necesaria la creación de un Ministerio de Cultura? El reconocido autor de País de Jauja reflexiona en torno a este tema, el cual debería ser prioridad del nuevo gobierno, si es responsable con su misión de desarrollar el país.
 

En esta época en que la preocupación por los derechos humanos se difunde y acrecienta, es importante recordar que entre ellos se encuentra el derecho a la cultura. Un derecho fundamental, por más que, ante la urgencia de defender otros que son esenciales, como son el derecho a la vida, a la libertad, a la justicia, y a una existencia más digna, pudiera parecer secundario. No en vano el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que "toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten." Y por su parte nuestra Constitución en su artículo 2 inciso 8º señala que es obligación del Estado fomentar su desarrollo y difusión.


Las definiciones de "cultura"

Detengámonos ahora, por un momento, en las acepciones de la palabra cultura. Recordemos, en primer término, que en el sentido antropológico es todo aquello, obra del hombre, susceptible de transmisión, enriquecimiento, defensa y aprendizaje. Comprende, por ello, además del lenguaje, aspectos tales como las formas de organización social y de control del poder, la economía, los sistemas de creencias y de valores, el arte, la literatura, las tradiciones, las costumbres, y, en fin, todo lo que nos rodea y que no es producto de la naturaleza y constituye el mundo propio del ser humano. Toda sociedad humana es creadora de cultura, y esta implica una sociedad que la produce, mantiene, modifica y acrecienta.

Una significación más particular del término es la de un sistema concreto de valores que rige los aspectos de la vida social, y que se trasmite por la tradición. La vida es una continua creación y transformación de objetos culturales, materiales o inmateriales, una continuidad que nos da un marco en el que nos reconocemos, y que sustenta nuestra identidad. Aún más, la cultura implica, como sostenía Scheler, un proceso de humanización, tanto de nosotros mismos como de la naturaleza. En tanto estructura espiritual interna, se diferencia, pues, de la civilización, entendida como "sistematización exterior de la vida," vinculada con los progresos técnicos.

Como tercera acepción, y que constituye la significación corriente de la palabra, cultura es el conjunto de conocimientos fundamentales y valores que asimila y, al menos en principio, cultiva, disfruta y acrecienta una persona, sobre todo en los campos del saber no especializado, en el arte, en la literatura, en la música, etc., que amplían, ordenan y enriquecen su visión del mundo y de la existencia, y posibilitan y estimulan su positiva participación en la vida social.

Todo individuo tiene el derecho, permítasenos insistir en ello, de participar en ese proceso de creación y transformación de valores, que dan sentido, norte e identidad a la comunidad a la cual pertenece. Tarea que, desde luego, sólo es posible en la medida en que haya, por parte del Estado, un mínimo de respeto y aliento efectivo a esa creatividad, e igualmente a la idiosincrasia y al legado de que cada comunidad es heredera. Solo así podrá garantizarse una permanente y progresiva humanización del grupo social y de su entorno.

En respuesta a tales exigencias el actual gobierno creó en sus comienzos la Comisión Nacional de Cultura, la misma que, en su muy corta existencia propuso, y lo mismo hizo por sus canales propios y con la solvencia del caso, el INC, una serie de lineamientos para una política cultural, que incluía no solo la constitución de un Ministerio, sino además la creación, desde las bases sociales, de una red descentralizada de Casas de la Cultura. Tales propuestas y lineamientos, lamentablemente, se vieron postergados por otras urgencias y quedaron sin difundirse y debatirse.


¿Una cuestión de elites?

Sabemos que hoy prima, en los países más ricos del mundo, así como en círculos empresariales y políticos de los más pobres, una ya vieja y casi tradicional indiferencia al respecto, a la cual se añade ahora un fundamentalismo neoliberal centrado en el culto al mercado y el consumo, y alineado con la globalización impuesta por el imperio. Todo ello, además, al tiempo que se acentúa en naciones como la nuestra, un fenómeno aún más grave y estrechamente vinculado con aquel, esto es el continuo descenso, verdaderamente abismal, del nivel de la educación pública. En tal contexto, la literatura, las artes plásticas, la buena música, así como la filosofía, son cosa de minorías favorecidas por la suerte o por la fortuna. Y desde luego, para aquel modo de pensar, los valores y estructuras que eran y son aún, en el Perú, la propuesta y la praxis distintivas de la cultura andina, la ayuda mutua, la solidaridad, el trabajo en alegría, son cosas folklóricas, arcaicas y prescindibles.

Se tiene, pues, que realizar un gran esfuerzo para revertir esa situación, aunque sea a pocos y paso a paso, dada la actual situación política y económica peruanas. Es decir, dejar para más adelante la creación de ese Ministerio para que la cultura tenga voz en las más altas instancias del gobierno, como sucede en Chile y Colombia, para no hablar de naciones más adelantadas, pero sí proseguir, con la participación de todas las entidades vinculadas con la problemática, en el diseño de un proyecto de estructura y funciones de ese portafolio, sobre la base del INC actual y de sus filiales (cuya activa labor debe reconocerse y aplaudirse), y avanzar también en el aliento a la formación de una red de casas de la Cultura, surgidas desde abajo, democráticamente, sobre todo allí donde no hay mayor presencia del Estado. Corresponderá ya al nuevo régimen que surja en el 2006, si es que asume sus responsabilidades, proseguir y alcanzar ese doble objetivo, sin el cual, y mucho más si no se mejora la educación pública, no puede haber ni habrá nunca un efectivo y justo desarrollo nacional.


Las experiencias colombianas y mexicanas

Volvamos la vista, en ese sentido, hacia lo que sucede en Colombia, país por lo demás agobiado por la guerra interna y el narcotráfico, pero en donde se reconoce toda la importancia del libro y de la cultura. En Bogotá existe una Red Capital de Bibliotecas, que los bogotanos consideran, según una información de El tiempo, importante diario del país, la "entidad que mejor gestión desarrolla". En realidad es parte de la "impresionante expansión y modernización de la estructura bibliotecaria colombiana, situación que le permite ofrecer servicios de lectura y de información de alta calidad, con estándares de países desarrollados". Todo lo cual constituye una verdadera "revolución silenciosa".

Tengamos en cuenta asimismo el ejemplo visto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que ha tenido lugar hace muy poco, y en la cual el Perú fue el invitado de honor. Cuán inmensa y diversa, en comparación con las nuestras, y cuán grande es allá el apoyo que el Estado y la sociedad brindan a la labor de los creadores y de los investigadores, y a la difusión de sus obras, para no hablar de la educación.

Igualmente, y en el mismo sentido, en una escala que no por modesta deja de ser ejemplar, prestemos atención a los esfuerzos que realizan aquí en el Perú jóvenes entusiastas, que crean y asocian sellos editoriales, en Lima y provincias, y que fundan revistas de literatura y artes, que sin publicidad ni mayor apoyo, como es el caso, para citar un ejemplo entre muchos, de Pelícano, en la que se juntan optimismo y calidad, amor por la poesía y la narración, reflexiones, y cuyo segundo número acaba de aparecer. Bien merecen, esta y esas otras publicaciones, la atención y difusión que pueden proporcionarles los grandes medios de comunicación.

Tengamos presente, para terminar, que en todo ello se juegan no solo el presente y el futuro inmediato de nuestros hijos, sino la subsistencia de nuestra identidad nacional y de nuestras identidades regionales, y nuestro destino como país en un mundo que no por globalizado deja de ser cada vez más dividido. No vayamos a caer en el camino que conduce a los "estados fallidos".

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