Por Raúl Tola
Fuente: El Comercio, Lima 22/08/05
Oswaldo Reynoso (Arequipa 1931) es uno de los más entrañables y generosos escritores de nuestro país. Muchos, que se inician en las fatigas de la literatura, lo han podido comprobar. Me ocurrió a mí hace diez años, cuando, temeroso, llegué a la puerta de su casa para entregarle la primera copia de mi novela iniciática. Con su andar oscilante, sus cabellos blancos y disparatados, y su enorme sonrisa de brazos abiertos, salió de una pequeña puerta tras una enramada (luego sabría que allí quedaba su oficina) y, sin abrir las rejas, recibió el borrador. Me pidió una semana para leerlo y considerarlo. Cuando volví, encontré mi manuscrito garrapateado con correcciones gramaticales, apuntes técnicos, observaciones y vistos buenos. Nos reunimos varias veces hasta que el libro fue publicado, en gran parte gracias a su ayuda. Y así como conmigo, Oswaldo ha compartido cervezas, ocopas y consejos con todo aquel que ha tocado a su puerta con la pasión por la literatura como única credencial.
Por eso es un gusto personal que hoy cierre ese larguísimo paréntesis de silencio que abrió luego de publicar en 1995 "Los eunucos inmortales", y que lo haga con "El goce de la piel", un libro breve y hermoso, que se lee como un trance, y que contiene las cualidades distintivas de quien se lanzara a la palestra en 1961 con el clásico "Los inocentes" y que confirmara su enorme talento con "En octubre no hay milagros" (1966), "El escarabajo y el hombre" (1970, quizá la mejor y más olvidada novela experimental peruana) y "En busca de Aladino" (1993). Saltando como un pez volador de la prosa poética y contenida a la poesía sin remilgos del discurso oral, "El goce..." plantea la búsqueda permanente de la belleza y el placer, simbolizada en Malte, ese seráfico adolescente que, detenido en el tiempo, aparece en distintas y definitivas circunstancias de la vida del narrador.
Con acierto, Ricardo González Vigil afirma que esta nueva entrega es la continuación de "En busca de Aladino", donde otra figura juvenil, Aladino, comienza a perfilar esa persecución anhelante, y muy probablemente perpetua, de lo apuesto y sublime. Sin embargo, esta vez, Reynoso no se restringe a ese tópico. El propio autor ha dicho que en el sustrato de la novela "hay una posición ideológica frente a la Iglesia, frente al machismo, frente a la marginalidad y frente al sufrimiento interno". Es por ello que Malte asume un papel trasgresor. Es en su presencia que las fronteras éticas del narrador son barridas, enmendadas, y el pecado y la culpa desaparecen, dando paso a otra moral, distinta, auténtica, y de verdad placentera.
Dueño de un estilo arrollador y voluptuoso, Oswaldo Reynoso afirma que la verdadera creación literaria ocurre en el momento de la corrección, y que por ello, a diferencia de otros escritores, ha preferido publicar poco. Ojalá que sus lectores no tengamos que aguardar otra década para disfrutar de su pluma, pero si así ocurriese, la espera estaría plenamente justificada.