Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 27/09/06
Recientemente, la Universidad Ricardo Palma le otorgó a José Miguel Oviedo el Doctorado Honoris Causa. Aprovechamos la oportunidad para conversar con él acerca de los avatares de la crítica literaria, actividad que ha ejercido con un rigor que le ha ganado la fama de implacable.
"Mario Vargas Llosa apareció en el colegio La Salle como un nuevo alumno en primero de media. Por casualidad fuimos compañeros de carpeta. Recuerdo que en segundo de media sacamos una revistita al mimeógrafo, donde hay, entre otras piezas notables, un poema de Mario que es como satírico. Y yo fui autor de la más abominable expresión de la prosa patriótica, un homenaje a Bolognesi...", recuerda José Miguel Oviedo.
¿Se dedicó a otra cosa antes de la literatura?
Yo acabé mis estudios de Derecho. Aunque no me gradué, fui acogido en un estudio. Fui tinterillo, para ser franco. Pero en el estudio yo era muy útil en un sentido casi cómico, porque era como un corrector de estilo. Pero, después de ir decenas de veces al Palacio de Justicia -y habiendo leído a Kafka-, decidí dedicarme a la literatura.
Usted escribió una obra de teatro. ¿Cuándo decidió dejar de crear para ejercer la crítica?
Recuerdo que leía copiosamente, sobre todo literatura europea. Incluso leí, fíjese qué raro, la única obra teatral de Joyce, cosa que comenté con Abelardo Oquendo, entonces encargado de la página literaria del suplemento de El Comercio. Él me preguntó si me provocaría escribir sobre esto y yo, en un gesto irresponsable y de audacia suicida, dije 'sí, cómo no'. Así comencé.
¿Se sentía más cómodo del lado de la crítica que del de la creación?
No diría cómodo. Lo que sucede es que la creación me demandaba una dedicación que no podía concederle por mis labores. Y la crítica me resultó más fácil, digamos, porque era el fruto de mis lecturas.
¿Qué crítica recibió su propia obra creativa?
Yo publiqué muy tardíamente, en Estados Unidos. Por eso digo que soy el cuentista joven más viejo del mundo. Los pocos que leyeron mi trabajo fueron muy generosos. No recuerdo haber recibido ningún palo.
Su estilo de hacer crítica es duro. ¿Se ha ganado amenazas o golpes?
Golpes, no. Pero odios, resentimientos y enemistades largas, eso sí -pero no con los amigos inmediatos-. Malentendidos y polémicas, muchas. Me gané la fama de ser un crítico bastante intratable. Yo acepto esa mala fama, pero quiero aclarar que no lo hice con la intención de serlo. Resultó que yo dejé de lado una especie de pacto o acuerdo implícito que había en la crítica en ese momento, que era suavizar las cosas, disimular los errores, subrayar las virtudes y, en fin, fomentar la literatura. Yo sentí que así la literatura nunca maduraría. Entonces, decidí que, si yo pensaba que un libro era malo, lo diría. Y asumía ese riesgo.
¿Y cómo hizo para manejarlo en términos personales, en un espacio tan reducido como Lima?
Y en esos años Lima lo era mucho más. Pero quizá eso mismo me protegía. Ahora hay presentaciones de libros todos los días. En esa época se presentaba un libro al mes y nadie le prestaba mayor atención -excepto el autor-. Hoy día, un 'golpe' se propaga mucho más a través de los medios.
¿Un comentario suyo ha destruido alguna carrera?
Una vez comenté un libro de poesía de una mujer. Le di un golpe un poco duro -no la conocía-. Tiempo después, su hijo se convirtió en poeta y traté bien sus dos primeros libros. Él me agradeció y, cuando lo hizo, me contó que su madre me tenía entre los ojos. En otra ocasión, siendo yo muy joven, estaba en la redacción del suplemento cuando entró un señor muy impetuoso, preguntando por el señor Oviedo. Le dije que era yo. Me dijo, '¡usted no, su padre!'. Le dije que si quería podía esperarlo.
¿Siente que se ha equivocado alguna vez?
Me he equivocado centenares de veces, pero creo no mentir cuando digo que nunca lo hice con mala intención. Muchas veces pude haber dejado de notar algo por falta de percepción o quizá exageré el tono, pero hay algo que compensa eso. Algunos escritores, no muchos, al paso del tiempo -quizá 20 años-, me han dicho que tenía razón. El resentimiento es justificable. ¿A quién le gusta que lo critiquen?
¿La amistad le ha impedido ser duro con un libro?
Trato de evitar el compadrazgo. Una de las cosas más difíciles de la crítica es conciliar la amistad con el juicio crítico. En el fondo, a veces desearía no ser amigo de nadie. Leer un libro y juzgarlo como tal y que detrás de él no hubiera una persona, quizá un amigo, o alguien que está pasando un mal momento. El crítico es un aguafiestas, pienso. Uno de los géneros más incomprendidos es la crítica.
Mucha gente acusa al crítico de ser un escritor frustrado.
Es un lugar común que rechazo. El crítico es un escritor, solo que de otro tipo que el poeta, el narrador o el dramaturgo. Sostengo que todo buen escritor es un buen crítico de sí mismo -precisamente eso hace que lo que publica sea bueno-. Por ello, diría que el mal escritor es un crítico fracasado. Y, claro, lo más tragicómico es que un mal crítico es malo por ser mal escritor.
Autoficha
Nací en Lima, en 1934. Estudié en el colegio La Salle. Mario Vargas Llosa llegó en primero de media. Estudié Literatura y Derecho en la Universidad Católica. Vivía en Santa Beatriz. a pocos metros vivían Sebastián y Augusto Salazar Bondy, Enrique Pinilla, Blanca Varela, Fernando de Szyszlo, Belli. En broma, yo decía que era como nuestro pequeño Mont Parnasse. Ahí di mis primeros pasos literarios. En Miraflores, por coincidencia, estuve cerca de Luis Loayza. Me fui a Estados Unidos en los 80; fui como profesor visitante un semestre. Quedarme fue algo que decidí allá.