Por Alberto Schroth Prilika
Fuente: Lima, setiembre 2011
Aunque no pueda evitar sentirse un extranjero en donde se encuentre: un latino en Europa o peruano en una Lima que percibe difusa, Patrick siente que ella está tejiendo sus redes.
Por un cese a su labor periodística que llegó como la lotería, tras treinta años alojado en Paris, como escritor y hombre de medios, está inmerso en la literatura y sus lecturas. El ocio bendito.
Su último viaje al Perú luego de seis años, lo trajo hacia su ciudad natal con dos novelas por presentar e incluso un reencuentro con amigos de la recoleta. Seguro ésa intuición sobre los planes que ella tenía para él, empezó a cobrar más fuerza antes de ser inminente, cuando surgió de manera súbita una idea que demandaba ser escrita: hablar sobre el Perú y la literatura peruana en una novela, sin medias tintas ni deidades literarias.
El escenario oscilaría entre dos tierras Lima y París, pero siempre con la coyuntura peruana de leitmotiv y la voz de un purista del castellano. Lo que sé de Camargo (Grupo Editorial Mesa Redonda, 2011) se convirtió en una versión libre del devenir del tan emblemático Perú de los setentas hacia el final del siglo.
No hay héroes ni laberintos policiales o políticos, la coyuntura se desarrolla al otro lado de ésa línea. Las personas, personajes de la literatura y hechos históricos se dibujan en torno a la vida de un poeta prometedor, revolucionario a su manera y apolítico, que no pertenece a ninguna horda de su tiempo y prefiere las estepas de la poesía del silencio, la contención y el tono medio, antes que el discurso, los camaradas y los bombos.
Patrick ha preferido dejar de mencionar los moldes que hicieron al protagonista de su historia, felizmente pueden rastrearse los poetas y amigos que inspiraron algunos de sus rasgos. Vivos o difuntos.
Camargo es de origen chinchano, pugna por hacerse un espacio en los círculos literarios y periodísticos, una sociedad regentada por prejuicios y ruido político. La novela empieza a retratarse en una ágil retrospectiva desde su cadáver en la morgue y el testimonio de Martin Sorel, alguien muy cercano a la citada joya de la poesía de los setenta. Dos personas hilvanas en un destino común, pero diametralmente opuestas. Nacidas en la alcurnia y en la ciénaga, guardan una simbiótica o acomodada relación entre un bizarro afecto y el recelo.
Cumplir con una vieja deuda, tener un vehículo para plantear sus críticas a la literatura de marca Perú y la mediocridad intelectual, o fueron las redes que la poesía también empiezan a tejer sobre él, que lo llevaron hacia la crónica de Camargo. Luego de quince años de paro, la poesía no deja de ser una tentación. Sus dos últimas entregas evocan su presencia.
Una antología a cargo de Luis La Hoz (2007) recoge poemas suyos y los enmarca en las diez aves raras del repertorio peruano, aquellas que por alguna razón pocos citan y aún menos recuerdan. Entre las aves del mismo plumaje se despidió de Lima por el momento, en una inusitada y silenciosa lectura barranquina.