Por Pedro Escribano
Fuente: La República 1/08/05
El escritor Juan Morillo reside hace 27 años en China, quizás por eso ha hecho de su escritura también una suerte de camino de regreso a nuestro país. Confiesa que nunca dejó de escribir, que en su larga estadía escribía y escribía historias que se quedaron truncas. El trabajo le cerraba el paso al escritor. Eso sucedió hasta que un buen día quedó desempleado y, para su regocijo, coincidió con la adquisición de una computadora. "Estaba sin empleo, pero feliz. Tenía la computadora y todo el tiempo para mí, para escribir", manifiesta Juan Morillo.
Es así que se dedicó a verdaderas jornadas de creación. Y desde 1999, cada vez que retorna al Perú, lo hace con un nuevo libro bajo el brazo. Esta vez ha traído Aroma de gloria (Ed. San Marcos). La novela cuenta la historia de Benito, un joven cuyo sueño de un mundo mejor lo lleva a integrarse como mensajero -a pesar de su propia historia de amor- entre los líderes de quienes habían apostado por la revolución. La historia recrea toda esa gesta de una generación que se armó en guerrillas en los años sesenta.
-Tus libros anteriores recreaban historias de tu pueblo. ¿Dejaste ese universo?
-Efectivamente. Lo que pasa es que el tema de mi infancia, en el pueblito de Taurija, que está más allá del Marañón, se ha constituido en una especie de fantasma que, de verdad, cuando empecé a escribir una historia situada allá, su imagen iba creciendo más y más.
-¿Esta novela conjura el fantasma expansivo de tu pueblo?
-Así es. Me dije que existen otras experiencias importantes en mi vida, y esa era mi experiencia de estudiante en Trujillo en los años sesenta. Esos años en que toda una generación soñaba con la revolución. Esa es el gran tema de Aroma de gloria.
-Es una novela sobre una época de grandes ilusiones.
-Era una época en que toda la juventud intelectual comulgaba con la misma ideología, los mismos sueños políticos y literarios. Era los años sesenta. Nuestra generación, y quizás más la gente que vivía en provincia, como en mi caso, en Trujillo, vivíamos soñando con cambiar el mundo. Un hecho histórico que nos marcó fue la Revolución Cubana. Nos hizo pensar que aquellos sueños eran posibles, pero a la vez eran terriblemente reales. Esas cosas que parecían utopías parecían de verdad. Si la revolución se hizo allá, también podemos hacerla aquí, decíamos. Ese sueño nos unió pero también al poco tiempo nos separó. Ese sueño se acabó cuando se derrotó a la guerrilla en 1965, fecha en que acaba la novela.
De carne y hueso
-¿Los personajes tienen vinculaciones históricas?
-Hay personajes históricos, quiero decir identificables. Algunos con nombres propios como Luis de la Puente, otros son protagonistas un tanto distantes de la cúpula Creo que hay gente identificable, por ejemplo considero históricos o referentes reales a los personajes del Palermo. En la novela son personajes de ficción, pero nutridos por una realidad. Esta novela está llena de referentes reales.
-¿El ánimo para escribir la novela ha sido la nostalgia o quizás la frustración?
-Podría ser una sensación de frustración. La novela empieza con esa cosa más o menos sombría, pero luego hay una voluntad que pretende ser colectiva, la de no dejar morir la esperanza.
-¿Cuánto de alter ego hay en Benito?
-No lo sé, pero el personaje pretende recoger todas las versiones de los intelectuales de una generación. Reconozco que puede haber algunos rasgos casi biográficos.
-¿Podríamos decir que es un tema deuda?
-Los temas deuda son los temas de mi experiencia, como mi infancia, mi época en Ayacucho antes de Sendero y mi estadía en China. Estos temas cuentan mucho como factores claves de mi creación.
-¿Para acabar, el conjuro funcionó entonces?
-Ni tanto, aunque esta novela concluye cuando el personaje es nombrado profesor en la Universidad de Huamanga. Y ya estoy pensando en una historia de los tiempos pre Sendero.