Por Gerardo Alcántara Salazar
Fuente: Lima, setiembre 2008
Si vivir en la globalización fuera un acto voluntario, habría que evitarlo, sin lugar a dudas, tomando en cuenta su lado nefasto. Sin embargo, se trata de un fenómeno que nos atrapa, nos deja sin escapatoria; y al que debemos afrontar, preparándonos para ello. Si la globalización fuese asunto de usar zapatillas Adidas o de McDonald’s-ización y de hablar inglés −como sostienen algunos teóricos2 − no habría prácticamente ningún inconveniente; porque si en el Perú el uno por ciento hablase inglés sería demasiado y tan poco porcentaje no representaría problema3 . Si el quid del asunto radicase en el consumo de fast food como McDonald’s, seríamos casi totalmente extraños a la globalización, pues muy pocos peruanos lo hacen en comparación con quienes prefieren comida criolla o chifa, pollo a la brasa, cebiche o anticuchos y toda una gama de platos típicos. Por si fuera poco, la cultura alimenticia, incluidas las advertencias contra el colesterol, conspiran contra la proliferación de comida chatarra de origen norteamericano. Y si la esencia del tema radicase en el uso de las zapatillas norteamericanas, hay que aclarar que en el Perú, antes que las originales, se usan zapatillas Adidas “bamba”, como se les suele denominar a las inauténticas, las que a su vez soportan la fuerte competencia de otras marcas.
Si la globalización fuera sinónimo de elites empresariales entroncadas en la llamada “Cultura Davos”, los conocidos yuppies, o el Faculty Club4, como se le denomina a esa pléyade de intelectuales formados académicamente en las universidades norteamericanas, encargados de difundir el modelo empresarial y el imaginario mítico global; tampoco habría motivo de preocupación. Ese modelo de empresarios y de intelectuales está interviniendo tarde en el Perú y no tiene la repercusión que se advierte en Chile5, país que se fue preparando para ingresar -hasta ahora exitosamente- en la globalización desde la mitad del siglo pasado, mediante la influencia de los Chicago boys en las universidades.
El verdadero problema de la globalización es la idolatría del mercado, el imperialismo cultural y económico de origen estadounidense6, cada vez más sobredimensionado. Disney y, en general, la cultura del entretenimiento, aunado al asedio del protestantismo, a la que se suma el Opus Dei –como aporte europeo-, van convirtiendo la soberanía nacional en un concepto ilusorio. Sin embargo, identificar de este modo a la globalización sería retrotraernos a la clásica caracterización del imperialismo. La globalización es algo más, un fenómeno que crece exponencialmente, al ritmo del progreso del software, exponencialidad en el progreso técnico, en la caída de los precios, exceso de competitividad, sustitución de la fuerza física por la mental, innovación permanente con rasgos de sucesivas subrevoluciones; de modo que el país que no camine a esos ritmos queda excluido del mercado -sin poder vender y por tanto sin poder comprar-, rezagado a una trágica prehistoria, excluido del mercado global y más bien sujeto a la pérdida de su pequeño mercado interior, al desempleo y a la pobreza crónica.
Entre quienes dicen rechazar la globalización están los integrantes de instituciones afines a esta cultura, tales como líderes de algunas ONG’s, de movimientos ecologistas o feministas, o quienes se declaran defensores de los derechos humanos; y lo hacen convocando a la gente mediante Internet o utilizando telefonía móvil y computadoras, pretendiendo demostrar que se encuentran a la vanguardia de la información. Su antiglobalismo declarativo sirve muchas veces para hacernos notar el confort en el que viven, la facilidad con que se desplazan por el mundo y cuán bien ubicados están en el mundo de la globalización.
Quien profese un antiglobalismo consciente, sin posturas y sin chabacanerías, debe plantear alternativas viables, porque lo único que se sabe de algunos antiglobalistas peruanos es que rechazan la globalización, pero no plantean alternativas viables, conscientes y dignas de crédito. Al menos cuando se cuestionaba al imperialismo se planteaba como alternativa inmediata el socialismo. Pero ahora el socialismo no aparece ya como una alternativa posible. Primero porque en las llamadas repúblicas democráticas populares o en los países denominados socialistas, el marxismo como práctica y como ética no se dio, si se tiene en cuenta que la estatificación de la economía que sí se llevó a cabo en esos países, según la teoría marxista, es un medio mas no un fin. Además, el socialismo según la teoría marxista es la dictadura del proletariado; pero tendencialmente, el proletariado está siendo reemplazado por el cognitariado, de modo que las premisas del socialismo se esfuman. Y si en algunos países el proletariado -que ya se evapora en los países industrializados- ni siquiera aparece, no es posible que se ofrezca como hegemónico. Porque los países tercermundistas quedarán como tales sin proletariado, bien porque queden anclados en la primera ola o porque se incorporen a la tercera. Ingresar a esta hora a la era industrial o segunda ola, es ya extemporáneo.
Reconocer que de la globalización no hay escapatoria no supone asumir la postura del pez que sólo espera ser engullido, sino plantear de qué manera nos ganamos un espacio digno, mediante las armas que la propia globalización plantea, tales como conocimiento, información, ciencia y tecnología, productividad, competitividad. Lo que se viene haciendo contra la globalización es simplemente lanzar letanías, al modo como se hacía contra el imperialismo. Eso es chamanismo, creer en la magia de los gritos, de las imprecaciones. Después de todo, la globalización quizá sea más bien un concepto que crea expectativas, muchas veces no sin razón, como lo evidencian los tigres asiáticos y aquí muy cerca de nosotros Chile, cuya balanza comercial es positiva. Con una población que es la mitad de la peruana, exporta el triple de lo que exporta Perú, lo cual equivale a una exportación per cápita seis veces la exportación peruana7.
Lo que sí y de modo contundente debe rechazarse es la idolatría del mercado y el sometimiento al Fondo Monetario Internacional, cuyas nefastas consecuencias han sido denunciadas, con argumentos irrefutables, por Joseph Stiglitz8.
Sin embargo lo que resulta apocalíptico es esta disyuntiva: Si nuestro país innova exponencialmente la tecnología para poder competir con los países desarrollados, se puede incrementar desmesuradamente el desempleo. Si, por el contrario, se privilegia el trabajo con tecnologías arcaicas nuestros productores pierden competitividad y quedamos excluidos del mercado por no poder vender y por no tener con qué comprar. Marx previó estas tendencias y explicó que el socialismo sería la solución. El problema del capitalismo radica en que cuanto más progresa la tecnología aplicada a la producción se incrementa la productividad y los volúmenes de producción, pero al mismo tiempo se contrae el mercado debido a que los desempleados -expulsados del proceso productivo por la tecnología- carecen de capacidad adquisitiva. Los productos requieren de consumidores. Carlos Marx ofrece el siguiente razonamiento respecto de la relación dialéctica entre producción y consumo: El productor produce el objeto de consumo, la necesidad de consumo y el modo de consumo; el consumo crea en cierto modo la producción, planteándole la necesidad de nuevos productos. Por tanto la producción es también consumo y el consumo, producción. Producción consumidora (de materia prima y de energías vitales), consumo productivo9. En el capitalismo, los productos se transforman en mercancías y, por tanto, las tecnologías al potenciarse y expulsar o no atraer trabajadores, generan muchos más productos de los que se pueden vender. En el socialismo, la producción puede crecer ilimitadamente sin problemas, porque no existen para el mercado sino para satisfacer las necesidades de la gente. En el capitalismo las crisis y recesiones, según la visión de Marx, son inevitables. Por ese motivo, cada vez que las empresas crean más productos de los que pueden vender paralizan la producción, crean recesión. En cambio en el socialismo, la economía puede crecer ilimitadamente sin problemas porque siempre habrá quien necesite los bienes elaborados, gratis, sin el requisito de venderlos o comprarlos.
Como reflexión teórica estos fundamentos de Marx son irrefutables. Lo único que lo rebate es la realidad, porque para que el modelo funcione se necesitan que se cumplan algunos requisitos, tales como que la gente cuide la empresa pública como si fuese suya. Esta exigencia no se cumplió y el modelo colapsó.
En este ensayo se ofrece una visión de cómo el Perú fue configurándose en la antesala de la globalización. Tuvimos el gobierno de Velasco que creó las bases de la gran recesión económica que en nuestro país dura ya décadas y también del mega endeudamiento económico internacional. Le siguió el gobierno retórico de Belaunde incapaz de resolver los problemas del país y que terminó con un cinco por ciento de aprobación. Luego vino el gobierno de Alan García, extraordinario, incomparable en crear condiciones para convertir la economía de la mayoría de peruanos en una enorme pesadilla; y, a la vez, crear las condiciones para que de ese proceso hiperinflacionario sacaran ventaja los banqueros, quienes recibieron los ahorros de la gente en moneda nacional, los transformaron en dólares y al devolver dinero devaluado, prácticamente no devolvieron nada. Como si fuera poco, con el control de precios, se fomentaron las mafias. Al crear una lista de productos que no deberían ingresar al Perú, se creó un mercado cautivo a favor de empresarios incompetentes, obligando al pueblo a comprar productos malos y caros; y se fomentó el contrabando. Probablemente para muchos, el antiglobalismo no sea más que un retorno a la cataclísmica economía de Alan García.
El país no necesita prédicas irracionales. Hace falta asumir responsabilidades personales y como país. No queda más remedio que utilizar las herramientas de última generación y aplicarlas a la economía. Para esto nuestro país necesita superar un problema central que es la anomia, que se hizo evidente como nunca durante el gobierno de Alberto Fujimori, pero que definitivamente no se fomentó solamente en este gobierno. Durante el gobierno de Belaunde, prácticamente todos los días aparecían en los medios de prensa denuncias contra malos manejos económicos de encumbrados funcionarios del oficialismo, se nombraban comisiones investigadoras y nunca más se tenía noticia del tema. ¿Acaso no hubiese pasado como uno de los gobiernos más exitosos el de Alberto Fujimori, si Montesinos no hubiese registrado los actos delictivos, como lo hizo? ¿Y por qué los economistas no calculan a cuánto ascienden los ingresos ilícitos de quienes no solamente lucraron con la venta de dólares MUC, o la venta de Mirages, o la construcción del Tren eléctrico durante el gobierno de Alan García? ¿Por qué quienes presumen de críticos del gobierno aprista no tocan la pulpa del asunto, que fue obviamente el fomento del mercado negro? ¿Cómo olvidar que Velasco había estatificado casi toda la gran empresa, respetada por Belaunde, administrada por el APRA y sometida al negocio turbio mediante el control de precios? Los productos salían de las fábricas a un precio fijado por el gobierno para que se vendieran a precio oficial al público, pero se desviaban en el camino y nunca llegaban a donde debían venderse al precio fijado por el gobierno, sino que, por el contrario, sólo aparecían en el mercado negro al doble o triple del precio oficial. ¿Quién lucró con todo eso? Y no preguntemos quién perdió, porque la respuesta es obvia: todo el que no manejaba esos negocios pagaba las consecuencias.
¿Qué porcentaje del PBI controlaba el Estado como consecuencia de las estatificaciones realizadas por Velasco? Y, como corolario, ¿a cuánto ascendió este negocio mediante el mercado negro? ¿A diez mil millones, quince mil millones de dólares al año? Ojalá algún economista alguna vez nos dé la cifra. Sabiendo lo que se sabe y lo que falte por saber sobre el gobierno de Fujimori, ¿qué gobierno batió récord en cuanto a manejo de dinero ilícito? ¿El de Fujimori o el de Alan García?
Lo cierto es que desde la independencia se ha ido fomentando en nuestro país un ambiente anómico. La anomia tal como la define Merton10 no solamente consiste en utilizar medios vedados para lograr fines personales, sino también sus consecuencias, las conductas de los perdedores, de aquellos que de alguna manera quisieran excluirse de este mundo: renuncia total al bienestar y a asumir responsabilidades, frustración total, resentimiento -que es una mezcla de frustración, envidia y agresividad-, o bien, tendencias a la autoeliminación: prostitución, alcoholismo, drogadicción, suicidio, o la violencia de Sendero Luminoso y del MRTA, y la tan cuestionada moral de los funcionarios gubernamentales durante toda la república, entre ellos los más cercanos, los de Belaunde, Alan García, Fujimori, además de lo que se viene denunciando del gobierno de Alejandro Toledo.
Si el Perú está como está, se debe a su estado anómico. La anomia tiene causas históricas, pero ha ganado independencia y ahora es factor causal y como tal tenemos que combatirlo. Quienes lancen letanías o imprecaciones contra la globalización, como lo hacían contra el imperialismo, realizan su catarsis, pero no ayudan en nada a resolver el problema. Más bien lo complican. Mientras ellos se enfadan y distraen con sus gritos a la gente, la globalización avanza sin cesar.
Una tendencia básica de la globalización es la innovación tecnológica a velocidades exponenciales y sus implicancias: incremento de la productividad, versatilidad en el diseño de productos, reducción de precios, velocidades en la difusión e información tanto para la oferta como para la demanda. ¿Y qué hacemos los peruanos? ¿Algo más que lanzar imprecaciones?
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Notas:
1 Fragmento del libro Perú frente a la globalización, La economía crece, las exportaciones crecen, ¿por qué no hay chorreo?. Edit. San Marcos, Lima, 2008.
2 Cf. Berger, Peter L. y Huntington, Samuel P.: Globalizaciones múltiples. La diversa cultural en el mundo contemporáneo. Paidós Estado y Sociedad 104. Barcelona, 2002.
3 Sin embargo, hay que tener en cuenta la tendencia de la gente a denominar a los negocios con nomenclaturas en inglés, o de bautizar a sus hijos con nombres anglosajones. Aunque, en este último caso, habría que considerar también que muchas personas bautizan a sus hijos con el nombre de renombrados futbolistas brasileños, manera mediante la cual Brasil también participa en el proceso de globalización.
4 Berger, Peter L. y Huntington, Samuel P.: Op. cit.
5 Fontaine Talavera, Arturo: “Tendencias hacia la globalización en Chile”, en Berger, Peter L. y Huntington, Samuel P.: Globalizaciones múltiples. La diversa cultural en el mundo contemporáneo. Paidós, Estado y Sociedad 104. Barcelona, 2002.
6 Berger, Peter L. y Huntington, Samuel P: Op. cit p. 14.
7 A partir de este año, sin embargo, las noticias en cuanto a la expansión de las exportaciones peruanas empiezan a ser favorables, debido a que por primera vez, cuando menos en las últimas décadas, la balanza comercial se vuelve positiva.
8 Stiglitz, Joseph: Op. cit.
9 Carlos Marx: Fundamentos de la crítica de la economía política. Instituto del Libro, La Habana, 1970. Tomo I, Pp. 29-33.
10 Merton, Robert: Estructuras y sistemas sociales. F.C.E. México D:F:, 1970.