Gerardo Alcántara Salazar
Si la producción y las exportaciones crecen, ¿por qué no hay chorreo en el Perú? 1 Si la producción y las exportaciones crecen, ¿por qué no hay chorreo en el Perú? 1

Por Gerardo Alcántara Salazar
Fuente: Lima, agosto 2008

Lejos de cumplirse las apocalípticas predicciones sobre el torbellino de crisis y turbulencias que provocaría la globalización en el Perú, los gobernantes de turno han empezado a dar cuenta del inusitado crecimiento del producto bruto interno, PBI, y de las exportaciones, despertando desmesurados sueños de bonanza en un país que tiene cuando menos el 40% de su población en estado de pobreza.

Las exportaciones se han incrementado en cerca de diez veces, desde principios de la década de 1990, convirtiéndose la balanza comercial crónicamente deficitaria en positiva. Sin embargo, tan extraordinario caudal apenas bordea los 27 mil millones de dólares, en un país con treinta millones de personas, de modo que si todo, absolutamente todo, fuera dinero a repartirse en partes alícuotas entre los pobladores peruanos, correspondería a novecientos dólares anuales per cápita. No se trataría de un chorreo, sino de un goteo, como metafóricamente se dice cuando se habla de redistribución mesiánicamente igualitaria.

Este tema lo estoy escribiendo para una publicación autónoma, pero tratándose de la segunda edición de Perú frente a la globalización, me parece oportuno adelantar algunas ideas sobre por qué no solamente no hay el tan esperado “chorreo”, sino que mientras no se cambie radicalmente el modelo de producción tampoco habrá en el futuro. Cambio que no lo entiendo, como suele hacerse cuando se confronta liberalismo con populismo u otras opciones, sino en lo relativo a las estrategias para producir potenciando el valor agregado.

En capítulo 4 de este libro, parágrafo 4.4, titulado “exponencialidad en el progreso técnico”, se explica sobre la velocidad precisamente exponencial con que progresa la tecnología empleada en la producción, atributo que corresponde no a países como Perú sino a las potencias industriales que tienen como soporte básico el software. Como es de conocimiento público, China produce en extraordinarias magnitudes para el mundo, incluyendo los Estados Unidos de Norteamérica, basándose no solamente en el uso intensivo de la mano de obra, sino en el empleo de las modernas tecnologías que multiplican la velocidad productiva.

Esa exponencialidad en el progreso técnico de países como China afecta directamente a nuestro país. Pero antes de explicar de qué manera se producen esas implicancias, es necesario comprender que este concepto exponencialidad tiene un doble sentido. El primero es que reduce la magnitud o tamaño del tiempo que se requiere para realizar un producto; cada vez es menor la cantidad de tiempo que se inyecta en cada uno de ellos. O para decirlo de otra manera: en una misma magnitud de tiempo se producen más de los mismos bienes. En este caso, merced a la tecnología se multiplica la riqueza y la posibilidad de que el bienestar se vaya generalizando.

La otra consecuencia de la exponencialidad del progreso técnico es incrementar la velocidad de la obsolescencia de los productos. Menor tiempo invertido para realizar un producto, el cual va a estar de moda poquísimo tiempo, porque esa exponencialidad implica que los nuevos productos que están haciendo ya, inmediatamente, vienen no con la tecnología de ayer, sino con la de hoy día. Y así, sucesivamente.

¿Y cómo afecta nuestra economía, si nosotros no estamos comprometidos con este tipo de producción? Resulta que los productos que se van volviendo obsoletos, tanto por su función, como por su presentación, requieren ser reemplazados. Los que se vuelven obsoletos van a la basura y deben ser reemplazados. Entonces los productores requieren cada vez más y más así de manera sostenida− materias primas y van a los lugares donde estas se encuentran. Miran la enorme cordillera de los Andes y llegan al Perú. La naturaleza nos hizo una jugada, nos limitó para la agricultura y la ganadería pero nos dio ingentes cantidades de oro, plata, hierro, cobre, zinc y otros minerales. Nuestro país se convierte en proveedor de esos insumos que demanda la industria extranjera. La exponencialidad del progreso técnico es la muestra de cómo usan la inteligencia traducida en conocimiento la gente de otros países, mientras en el Perú más que inteligencia se hace derroche de las emociones, orientadas a la frivolidad. Esa exponencialidad no está comprometida únicamente con la producción de mejores objetos, en menos tiempo, sino también en la creación de nuevos modelos y en la diversificación que tiene que ver con la división del trabajo.

Los países industrializados se llevan ingentes cantidades de minerales, magnitudes que se miden en toneladas métricas, para hacer con ellas objetos a los que les inyectas no más peso físico sino intangibles, inteligencia, conocimiento, que es lo que más vale.

Lo queda en el Perú es el valor que se agrega a esos minerales que exportamos. La fuerza más física que mental de nuestros obreros agregan un valor casi invisible. Los ingenieros y demás técnicos también le agregan valor, pero no el valor de los obreros, sino un valor igual al valor del trabajo de los obreros elevado a una relativa potencia. Tanto el valor simple de nuestros obreros, como el valor potenciado de nuestros profesionales se quedan en el Perú. Eso es todo, porque también participa el valor de los grandes expertos internacionales que tienen las empresas transnacionales, que optativamente trabajan en uno u otro país, en un continente o en otro. Ese valor migra. Lo mismo sucede con el valor altamente concentrado de la maquinaria sofisticada que se emplea en la extracción y demás procesos que implica la explotación de los minerales. Pero estas máquinas como están fabricadas en el extranjero, su valor también migra. En el Perú además de los sueldos de nuestros trabajadores, obreros y profesionales queda el canon en las regiones y los impuestos de exportación a través de la SUNAT. Esos casi inexistentes valores que agregan los obreros hay que multiplicarlos por el volumen de trabajadores que participan. En la década de 1995 al 2004, el sector minero metálico y el petrolero no representaron más del 8.6% del PBI y, en cuanto, a empleo en el 2000 no significó más que el 0.4%2 en el Perú. En el lenguaje metafórico, esto significa que a menos de la mitad del uno por ciento de la PEA le cayeron algunas gotas de esos millones de dólares que ingresaron por la exportación de minerales, además de los gobiernos regionales que recibieron el canon y el estado por los impuestos que recaudó la SUNAT. Eso no produce inundación ni chorreo.

En el 2007 las exportaciones alcanzaron la suma de 27,870 millones de dólares, de los cuales 21,535 millones correspondían a productos primarios y solamente 6,334 a productos manufacturados 3. Por productos primarios hay que entender productos que casi no incorporan valor, porque el trabajador que participa es poco calificado, motivo por lo que su salario, o sea la cuota de liquido con el que se moja, se presenta como casi invisibles gotitas de salario. En el 2007 los productos mineros (cobre, hierro, plata, plomo, zinc, oro, estaños y otros minerales), representaron la suma de 17,031 millones de dólares, casi las dos terceras partes del monto total de las exportaciones 4, de ese total de 27, 870 millones de dólares que fueron las exportaciones.

Debe quedar claro que el volumen de dinero que ingresa por la exportación de minerales, el cual representa el 60% de lo exportado no coincide con el tamaño de su aporte al PBI, que como acabamos de ver es menos del nueve por ciento y peor aún no compromete al 60% de la fuerza laboral, sino a menos del uno por ciento. Lo que sucede es que casi todo el mineral que se extrae se destina a la exportación.

En el Perú al informar sobre los volúmenes de extracción de mineral se cambia la semántica de los conceptos y dice que por ejemplo que está creciendo la producción de oro, plata, hierro o zinc, cuando ningún ser humano produce esos recursos naturales. Como nadie los produce, tampoco se invierte en salarios para producirlo y solamente se requiere trabajadores para extraerlo, proceso en que más que la mano de obra juega rol central las megas máquinas sofisticadas que se emplean. El trabajo de los obreros y personal técnico agregan valor, pero más transfieren esas gigantescas máquinas, porque estos aparatos a diferencia de los minerales sí lo ha hecho el hombre, pero no el peruano, sino los extranjeros quienes más que energía física le inyectaron energía mental, conocimiento, que es un valor altamente concentrado. Como esas máquinas se fabricaron en el extranjero, la recompensa por su valor agregado retorna al extranjero.

Si tuviésemos economías basadas en el trabajo intensivo y con alguna calificación, todos los trabajadores empleados obtendrían sueldos o salarios compatibles con esa adecuada calificación. Porque la producción tecnificada, con trabajadores calificados, genera mayor productividad que la producción incipiente. Mayor productividad significa producir mayor cantidad de bienes en menor tiempo. En otras palabras generar mucho más riqueza en una jornada de trabajo. Esto trae como consecuencia la posibilidad de mejores salarios. Esta es la única explicación de por qué los países que intensifican la producción industrial pagan mejores salarios que países de tecnologías incipientes como las nuestras. Por eso la gente trata de migrar hacia los países técnicamente más avanzados. La producción con tecnología más avanzada implica también trabajadores que además de su fuerza física tengan mejor ingrediente mental que adicionar.

Esto no es lo que sucede en el Perú. Aquí se producen y exportan espárragos o frutas que tienen cierto valor agregado. Pero como se viene insistiendo lo que más se exporta son minerales que al no producirlos, sino solamente extraerlo empleando muy poca mano de de obra, por buenos que sean los salarios, como sucede en Yanacocha, en términos absolutos y relativos, muy pocos se benefician. Otro de los rubros que también aportan a las exportaciones es la harina de pescado. Pero nadie cría a los peces; nadie les agrega valor. Por eso nadie cobra por criar los peces del mar. Como tampoco se los alimenta no hay trabajadores que ganen jornales produciendo esos alimentos. El único valor que se agrega es al momento de capturarlos. Pero más que mano de obra, son las gigantes embarcaciones las que les agregan valor. Y como esas embarcaciones son fabricadas en el extranjero, el precio de ese valor agregado migra fuera del país. Muy pocos son los trabajadores que laboran en la transformación del pescado en harina, en empacarlo, trasladarlo al puerto. Por eso muy pocos se mojan con el negocio de la harina de pescado.

Los gobernantes pensando en ganar dividendos políticos difunden presurosos los montos globales de las exportaciones que tienden a acrecer no por mérito de los gobernantes, sino por la demanda de los países industrializados, demanda que se incrementa debido a la exponencialidad del progreso técnico que ocasiona la cada vez mayor variedad de productos, que a su vez se vuelven inmediatamente obsoletos, de modo que hay que renovarlos, para lo cual requieren de materias primas y todo lo que hacen los gobernantes tradicionales es propiciar que se extraigan cuanto mineral es solicitado.

Al crear la idea de una bonanza creciente de la economía despiertan expectativas en el ciudadano común, quien reclama el derecho a participar en la fiesta, exigiendo que a ellos también les “chorree”, o sea que desean participar de la gigantesca torta, parcialmente cierta, pero en todo caso, fundamentalmente ajena, provocando reacciones de protesta, como la que se acaba de producir el nueve de julio de este año.

El caso es que no solamente los políticos participan fomentando el error en la gente, sino también los denominados gurús. Me llamó la atención que uno de ellos (muy reputado en el país), consultado sobre el descontento popular pese a los éxitos macroeconómicos del gobierno y la reducción de la pobreza en unos cinco puntos, respondiera: “la economía anda muy bien pero la política está muy mal” 5, frase que fue muy celebrada y no faltó quien enviara una carta a El comercio, diario que publicó la entrevista, proponiendo que el autor de esa opinión fuera propuesto para integrar el parlamentario. ¡Cosas de la grandiosa sabiduría local y del marketing mediático!
 
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Notas:

1 Fragmente del libro PERÚ FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN, La economía crece, las exportaciones crecen, ¿por qué no hay chorreo? Editorial San Marcos, Lima, 2008.

2 Anthony Bebbington (Editor), Minería, movimientos sociales y respuestas campesinas. Instituto de Estudios Peruanos y Centro Peruano de Estudios Sociales, Lima 2007

3 Sociedad de Comercio Exterior del Perú. http://www.comexperu.org.pe/estadistica.asp

4 Prompex, http://www.prompex.gob.pe/Prompex/Documents/c0df1a83-cb22-42f2-b5ca-9066177171c3.pdf

5 Julio Cotler luego de recurrir a la habitual argumentación del bienestar y satisfacción de los ricos versus el malestar de los pobres, que en nuestro medio se lo suele usar como si se cortase un texto de un lado para pegarlo en otro, habló de dos sensaciones y un parecer: “Aquí la cosa es de lo más paradójica. Hay una sensación de crecimiento económico, pero a la vez una sensación de desaprobación al régimen político, a la democracia y al presidente. Esto nos dice que la economía anda muy bien pero la política está muy mal. El presidente parece más un gerente de relaciones públicas de empresas que un político que busca consensuar acuerdos”. “la economía anda muy bien pero la política está muy mal”, entrevista a Julio Colter, publicado en El comercio en la página a2 del domingo 1 de junio del 2008.

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