Por Carlos M. Sotomayor
Fuente: Expreso, Lima 08/11/04
La década del noventa no sólo fue de una podredumbre política descarada, también se caracterizó por una escasez de talento en los narradores que emergían por aquellos años. Salvo raras excepciones, claro.
Ahora las cosas parecen ser diferentes con la aparición de jóvenes promisorios. Luis Hernán Castañeda es uno de ellos. Su ópera prima, La casa de Islandia, acaba de salir a circulación gracias al esfuerzo de Estruendomudo editores y, a pesar de ciertas falencias -que suelen acompañar a casi todo primer libro-, su autor demuestra un pulso narrativo firme y un extremado cuidado con el lenguaje. EXPRESO conversó con él sobre esta trama que aparentemente enfrenta al creador y al crítico.
-Muchos han dicho que tu novela parece un manifiesto contra los críticos.
Más que un manifiesto contra los críticos, yo quería plantear una relación compleja entre dos funciones que se encuentran dentro de la creación. Una es la de la producción del texto y la otra que corresponde a una etapa posterior que yo llamo crítica pero que en realidad consiste en la relectura, en la reelaboración racional del material.
-¿Es de alguna manera un arte poética?
En todo caso puede leerse como la evolución de las creencias de un escritor con respecto a su arte. No hay un arte poética definida sino una que se va construyendo con la escritura, con el tiempo, que se cuestiona a sí misma, que va cambiando y que es una suma de contradicciones, de divisiones parciales que no llegan a unificarse; y esa fragmentación equilibrada es parte de la propuesta del libro.
-Una de las características que me llama la atención de tu libro es la preocupación por el lenguaje, algo que no se apreciaba en la mayoría de los narradores de la década pasada.
-El cuidado por el lenguaje es un requisito básico de la escritura. He notado que esta preocupación que es necesaria, ha sido descuidada en algunos casos, no en todos, sobre todo por los narradores de la generación precedente, la de los noventa. Para quienes parece que lo más importante era el hecho de contar historias impactantes que por su misma materia pueden resultar interesantes. En mi caso, y en otros narradores de mi generación, si bien la preocupación por el lenguaje no es una obsesión, está dentro de nuestra propuesta.
-Esos narradores de los que hablas se autoproclamaron parricidas -aunque más por ignorancia que por otra cosa-. Tu caso es distinto.
Me parece que el manual del correcto parricida debería prescribir un conocimiento cabal de la tradición. En mi caso no planteo mi narrativa como un parricidio, sino como un diálogo que implica resolver preguntas que se han quedado pendientes, incorporar registros diversos y nutrirme de la tradición con la finalidad de producir un texto original, contemporáneo.
-Se encuentran referentes borgeanos en el libro.
Es cierto, he tomado ciertos tópicos borgeanos con la finalidad de producir una imagen convincente de un escritor adolescente que se interesa mucho por Borges. Y lo utiliza a veces como un modelo y a veces como un antimodelo; pero en todo caso está en constante diálogo con Borges.