Luis La Hoz
Pasión a través del tiempo
Por Diego Otero
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 08/07/07
http://www.elcomercio.com.pe/EdicionImpresa/Html/2007-07-07/ImEcDominical0750389.html
Por Diego Otero
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 08/07/07
http://www.elcomercio.com.pe/EdicionImpresa/Html/2007-07-07/ImEcDominical0750389.html
El poeta Luis La Hoz acaba de publicar Diez aves raras de la poesía peruana, una peculiar selección de escritores de calidad que, por motivos diversos y a veces incomprensibles, pasaron al olvido.
Hace pocos días, apenas una o dos semanas después de publicado el libro, Luis La Hoz recibió una llamada de Walter Curonisy, uno de los poetas antologados. La voz, al otro lado del hilo telefónico, le agradecía la inclusión y le decía que Diez aves raras de la poesía peruana (Fondo Editorial Cultura Peruana, 2007) era "una contraradiografía de la historia de nuestra poesía". Es decir, un espejo invertido: lo que pudo ser; lo que no fue; el costo. La Hoz, que tenía este proyecto en mente -con título y todo- desde hace más de quince años, asegura sin embargo que ninguno de estos poetas es ajeno a nuestra tradición. Todos conservan algún giro, algún clima, algún regusto de eso que está ahí, vibrando como una cuerda invisible, entre las obras de nuestros poetas fundacionales. También asegura que todos son de primer nivel. ¿Qué pasó entonces?, ¿por qué se volvieron invisibles?
Difícil saberlo. Generalmente son varios los factores que separan del canon y del ojo público a ciertos artistas. La Hoz cree que los antologados en este libro poseen un denominador común, un denominador que es también, de algún modo, una virtud: desconfiaron o desconfían de la Institución Literaria. O dicho de otra forma: optaron por vivir fuera de la República del Poder. (De las ceremonias del exitismo, de los pactos silenciosos con un sistema que consideran corrupto o inservible). Existe, sin embargo, otro factor, acaso más mundano, prosaico, aunque indudablemente ligado en uno de sus extremos con el anterior. El miedo o la resistencia frente a la asunción de un profesionalismo. O como lo pone el propio La Hoz: "En algunos casos también es probable que no hayan querido evitar el trabajo que exige la poesía. Evitar el compromiso con la disciplina. Aragón -Oscar Aragón, otro de los poetas antologados-, por ejempo, prefirió dedicarse a caminar, y a hacer poesía en las conversaciones casuales. Y lo sigue haciendo".
Rutas migratorias
En la calle San Carlos, muy cerca de (donde quedaba entonces) la librería de Juan Mejía Baca, existía una librería de viejo que Luis La Hoz recuerda como maravillosa. Ahí, en el año 71 o 72, se topó "con un libro bellísimo, editado en México en el 52, e ilustrado con viñetas de Leonora Carrington". Se trataba de Los Puentes, el único poemario que publicó Augusto Lunel, un poeta refinado, con una lectura personal, desconcertante, del surrealismo. Y La Hoz fue cayendo en una especie de lenta fascianción ante la obra y la vida de Lunel: un hombre evasivo, con algo de bandolero y algo de dandy. "Lunel desapareció entre las sombras de París. Se especula que está muerto, pero no hay pruebas. También he escuchado que se han encontrado otros conjuntos de poemas suyos, inéditos, pero que no poseen la calidad de Los Puentes". Pocos años después, en una reunión, La Hoz conoció a Guillermo Chirinos Cúneo. Un poeta de mirada perturbadora, violenta, que pasó buena parte de su vida recluido en un sanatorio, y al que su familia le publicó una breve plaquette titulada Idiota del Apocalipsis, en los sesenta. "Cuando leí esos poemas, y los vinculé en silencio con los de Lunel, supe que tenía entre manos la posibilidad de esta antología".
Chirinos Cúneo y Lunel, el aventurero y el recluido. Los dos extremos de una misma historia subterránea. Aunque es muy probable que esos no sean los poetas más interesantes de esta antología. Ahí está, por ejemplo, Pedro Gori. Sus poemas aparentan la consistencia de las canciones simples y seductoras, y se mecen entre la vocación por el juego y la melancolía. Otra cosa: poseen una humildad que es tan lúcida como desarmante. O los poemas de Enriqueta Beleván, que son breves pero contundentes, y que parecen reverberar en el vacío y deslizarse hasta los límites de la página: "Nada ha de protegernos ya. / Sobre la lluvia / el hermoso ignorado canto / del ruiseñor mecánico. / Es el último refugio, / la sombra inmensa de nuestros brazos cerrados". O los poemas de aire medioriental de Curonisy, profundos pero leves. O el inquietante Yo The Ripper, de Patrick Rosas, que estremece y hechiza a pesar de una cierta previsibilidad rítmica. "Londres. / Negra / como las calles de un sueño / Alquitrán y / carbón / y el cielo del East End / nocturno / y pálidas sombras / y amenazas..."
Hay un evidente espíritu romanticista detrás de un proyecto como Diez aves raras de la poesía peruana. El olvido, el fracaso o la renuncia suelen ser más atractivos (más literarios, aunque parezca paradójico) que cualquier forma de reconocimiento. Más allá de esas u otras consideraciones, sin embargo, queda la certeza de que toda tradición es una playa de arena movediza -algo devora siempre, algo devuelve-, y este libro no hace más que enrostrárnoslo con transparente convicción.