Pablo Guevara
La semilla de Pablo La semilla de Pablo

Por Ronald Portocarrero
Fuente: Ronald Portocarrero, cineasta Lima, enero 2008

Pablo Guevara murió casi de improviso, en noviembre del 2006. Hablé con él dos semanas antes de su partida. Siempre conciente, siempre lúcido, con su morral lleno de libretas de notas, que en verdad eran sus cuadernos para navegar entre los sueños imposibles. Pablo tenía una navaja entre los dedos, una navaja contra la mediocridad. Navaja siempre afilada, incluso con su propia obra. Nunca satisfecho, siempre polémico, tierno y al mismo tiempo, áspero y rebelde. Fue el más joven de los poetas de la generación del 50.
 
Todos conocen su obra poética, a pesar de que publicó poco. Pero su pasión por el cine era tan intensa como su escritura poética. Si en el Perú hubiera habido condiciones favorables para hacer cine, Pablo también tendría una importante filmografía.
 
Nunca pudo hacer el largometraje que soñaba. El guión estaba listo, el plan de rodaje también, el ICAIC le aseguró equipos, laboratorio y el montaje. Pero no se pudo conseguir el dinero necesario para el rodaje. “Inkarrí o los dobles” sólo quedó en guión y en proyecto allá por los años 80.
 
Pablo estudió en España a finales de los años 50, en la única escuela de cine que había en Madrid. Carlos Saura fue su compañero de aula. El español encontraría a Elías Querejeta y un clima estudiantil favorable y revuelto, a pesar de la censura franquista. Pablo regresó a Lima durante el primer gobierno de Belaúnde. Aquí se reencontró con amigos peruanos que también regresaban de Europa: Lucho Garrido Lecca que estudió en la DEFA (la Escuela de Cine de la República Democrática Alemana) y con Rodolfo Hinostroza. Belaúnde creó el Programa Cooperación Popular a cuya cabeza nombró a Eduardo Orrego. Orrego organizó una oficina de cine que debería documentar las actividades del Programa. Se filma un documental de 25 minutos, “Pueblos Olvidados”, dirigida por Lucho Garrido Lecca. El siguiente proyecto, vinculado al programa del gobierno, lo realizaría Pablo. Las precisiones burocráticas hacían prever un documental más de propaganda del régimen. Pablo organiza el viaje con Juan Bullita que operaba como un asistente de producción, dirección y cronista de rodaje. El destino fue Puno. Irreverente y provocador, Pablo dejó de lado las indicaciones de la dependencia gubernamental y se lanza sobre una historia que encontró en el camino, mitad ficción y mitad documental.
 
El resultado fue “Semilla” un corto de 20 minutos en blanco y negro, con escenas en color, que mostraba las peripecias de un niño danzante de las pampas de Taraco, que viaja a la gran ciudad de Puno para participar como danzante en las fiestas de la Virgen de la Candelaria. Al regresar a su comunidad se entera que ha muerto su madre y le cuentan como ocurrió y como fue su entierro. Aquí se introduce un flash back de enorme intensidad dramática, un verdadero entierro aymara, un ritual celebratorio, con danzas y canciones más que de duelo, que revela la cosmogonía indígena en su relación con la vida y la muerte. El tratamiento de “Semilla” incorporaba la estética del neorrealismo: actores no profesionales, escenarios naturales, historias de la vida cotidiana de una familia campesina y una mirada limpia y distante, como debe ser un buen documental.
 
Imagino a Pablo, casi clandestino en la mesa de montaje, tratando de hacer “su película”, mientras los burócratas de Cooperación Popular, le urgían terminar pronto el documental para organizar los ditirambos a la acción gubernamental. Grande debió ser su sorpresa. Pablo fue enjuiciado administrativamente por malversación de fondos y separado de su cargo. Había cometido el delito de hacer una película no autorizada. Pudo sacar una copia y presentarla a un concurso que la Casa de la Cultura había convocado. Ganó el primer premio. Los funcionarios que querían ver a Pablo tras las rejas, subieron al escenario a recibir el premio, como productores.
 
Probablemente, Eduardo Orrego impidió que se consumara el juicio. Se retiraron los cargos, pero Pablo perdió el trabajo y la oficina de cine de Cooperación Popular se cerró. Poco después, el 3 de octubre de 1968, Belaúnde fue derrocado por el General Juan Velasco Alvarado.
 
Como dato significativo, fue en 1972 y gracias al General se promulgó el Decreto Ley 19327 – sin ningún congreso ni deliberación “democrática” - , que dio inicio a 20 años de promoción del cine peruano, con más de 1200 cortometrajes y cerca de 80 largometrajes, hasta que Fujimori y el ultraliberal Ministro de Economía, Carlos Bologna, clausuraron la ley y el cine peruano fue, otra vez, la ceniza tras la hoguera.
 
Pablo era una pulga en la oreja. Polémico, arrebatado, iconoclasta, rebelde por convicción, erudito de la poesía y el cine, incomprendido también y siempre insatisfecho, incluso de su propia obra.
 
El poeta puede corregir hasta el hartazgo sus propios escritos. El papel arde más rápido en el fuego. Pero las películas de nitrato podían provocar explosiones e incendios. Hasta que el celuloide apareció como la gran renovación tecnológica. Con el celuloide, la dinamita iba por dentro.
 
Los ensayos y críticas de Pablo Guevara, colaborador de la revista “Hablemos de Cine”, inspirada por Desiderio Blanco y continuada por Isaac León, provocaban urticarias. “Pablo habla mucho, pero no ha hecho cine,” decían sus detractores.
 
Viene un reto, entonces. Que Pablo haga un corto para la exhibición obligatoria. El reto es aceptado y hace un notable documental: “Periódico de ayer”, que gana el primer premio en los Festivales de Cine, Radio y Televisión convocados por la Universidad Católica. El premio consistía en hacer un nuevo documental. Se embarca entonces en una nueva película: “Historias del Ichi O´lljo”, sobre una leyenda de la costa norte cercana a Lima.
 
Pero Pablo insiste y convence al CETUC de financiarle una serie de cortos sobre los mitos de Huarochirí, investigados por Arguedas, pero publicados por Alejandro Ortiz Rascaniere. El proyecto se ensancha. Filma también “Waqón, el señor de la noche” y “Cuniraya”. Pero no acaba con ello, filma un tercer proyecto, casi simultáneamente: “Un Yana del Norte”.
 
Desde la perspectiva de la producción Pablo era insoportable. Los tiempos se disparaban y Pablo siempre quería volver a filmar nuevos planos que en el montaje aparecían como indispensables. Ahora el problema era el dinero y el contrato con la Universidad Católica no podía expandirse más.
 
Era finales de 1983, cuando Pablo me llama para terminar de editar “Waqón” y “Cuniraya” y salir del atolladero. El tiempo era limitado ya que yo debía viajar a España en mayo de 1984 y llevar los cortos para el proceso final. Pablo terminó de hacer todas las películas.
 
Entraron al circuito de exhibición obligatoria y luego el CETUC, archivó las copias. Me sé de memoria cada plano de sus cortos. César Pérez fue el Director de Fotografía y un gran colaborador de Pablo.
 
Después de esta experiencia intensa, apasionada, Pablo no volvió a hacer cine. Era verdad, Querejeta, no era peruano, sino español. Y Pablo era hijo de un zapatero en una de las calles de Breña, donde soñamos juntos con el largometraje que se quedó dormido para siempre.
 
El poeta escribe imágenes con las palabras. Pablo escribía también sin palabras. El cine era su instrumento del otro lenguaje, el lenguaje de la luz.
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