La voz del poeta Pablo Guevara Miraval (1930-2006) permanece viva en la voz de sus amigos, quienes se juntaron para leer su poesía y darle el último adiós, evocando así a uno de los mayores exponentes de la generación del 50, al maestro, al padre, al entrañable amigo. 

 

"Íntegro, consecuente, vital y optimista. Siempre rompiendo esquemas", ha dicho la poeta Rosina Valcárcel. "Un hombre de una gran entereza y sinceridad, libre de ataduras", recordaba el escritor Jorge Puccinelli, mientras sus colegas sacaban del sombrero algo de la magia de Guevara, plasmada con genialidad en diversos poemarios que lo llevaron a recibir el Premio Nacional de Poesía en 1954 y el premio Copé de poesía en 1997.

 

"Si yo llegara a ser rector de la San Marcos contrataría a Pablo, no para que dé clases en las aulas, sino para que vaya a la cafetería a conversar con los alumnos, que estoy seguro lo rodearían". Eso fue lo que le dijo Washington Delgado al poeta José Watanabe, entendiendo, como han coincidido la mayoría de quienes lo conocieron, que luego de la poesía, la mayor pasión de Guevara fue conversar y aconsejar a los jóvenes poetas.

 

"Siempre fue una persona muy hogareña. Le gustaba la naturaleza, la tranquilidad del campo y el cine. Trabajaba incansablemente todos los días. Mi padre acumulaba una cantidad de poesía que no terminaba, que no podía cerrar, era siempre material perfectible para él", cuenta con nostalgia Diego Guevara, el mayor de los hijos del gran poeta. 

 

Su último trabajo, el cual realizó durante su estancia en el hospital, será editado próximamente. "Tenemos una misión con él. Con 'Hospital' nos dijo que se cumplirían 50 años desde la publicación de su primer libro. En el verano del 2007 se completará ese ciclo. Vamos a hacer que se cumpla su deseo", cuenta Rodolfo Ibarra.

 

Guevara era uno de esos hombres que uno sabe que está enfermo, pero cuyo dinamismo y lucidez hacen sospechar que otros se mueren pero él no. Descanse en paz, maestro.