Por José Miguel Oviedo
Fuente: Domingo, El Comercio, Lima 17/10/05
A sesenta años de su aparición. El autor evoca la importancia de Reinos en la historia de la poesía peruana, escrito cuando Eielson tenía veintiún años.
En 1945 un poeta peruano casi completamente desconocido y que acababa de cumplir veintiún años publicó una breve colección de poemas que tituló Reinos. No era, en realidad, un libro, sino una simple separata y ni siquiera de una revista literaria, sino parte del número 9 de una publicación llamada Historia, dedicada básicamente a esa disciplina. Es fácil imaginar que, debido a su limitada circulación en el pequeño ambiente intelectual de la Lima de esos años, sus lectores fueron muy escasos. El nombre del autor era Jorge Eduardo Eielson y esa primera y humilde separata se convirtió, con el tiempo, en un verdadero objeto de culto por su rareza, pero, sobre todo, porque dio un giro sustantivo a la poesía peruana e hispanoamericana del siglo veinte.
Eielson, nacido el 13 de abril de 1924, pertenecía a la importante Generación del 50, de la cual son también miembros dos notables poetas hoy vivos: Blanca Varela (1926) y Carlos Germán Belli (1927). Reinos es la pieza clave de su no bien conocido período inicial.
En la reciente Arte poética (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005), la primera gran recopilación conjunta de su obra poética y visual realizada por Luis Rebaza Soraluz, se recogen hasta ocho composiciones o colecciones -varias inéditas- del mismo período, entre las que cabe destacar el hermosísimo poema "Canción y muerte de Rolando" (1943) y "Doble diamante" (1947), que anuncia el cierre de su primer ciclo creador y los profundos cambios que se producirían más tarde en su visión poética.
Ese período está marcado por rasgos que permiten trazar el primer perfil estético de un poeta que, a muy temprana edad, presenta rasgos de un raro virtuosismo, un altísimo refinamiento y una madura asimilación de lo mejor de la poesía clásica, moderna y contemporánea.
Es visible el influjo de la tradición mística, la literatura del Siglo de Oro, el romanticismo, el simbolismo y el surrealismo, sin dejar de incorporarles una inflexión muy personal, a veces irreverente. Pero los modelos específicos que se le han señalado son Rilke y Rimbaud. El primero por ofrecerle un sentido del éxtasis que surge tanto de la esfera divina como de la humana; el segundo por ser el paradigma del poeta y de la poesía que se consumen en la intensidad de su propia tensión hacia lo absoluto.
Los poemas de Reinos (un total de diecinueve en su edición definitiva) tienen un perceptible sabor rilkeano y una impecable factura que consolida esa huella con imágenes surrealistas, visiones de la mística española y referencias al mundo cotidiano; con ciertas variantes, esa mezcla de lenguaje elevado y doméstico, de lo antiguo y lo moderno, es característico de Eielson y reaparecerá en otras fases de su obra. La delicada y exacta cadencia de los versos les otorga una seducción irresistible.
Este es el comienzo de "Nocturno terrenal":
Amo cierta sombra y cierta luz que
[muy juntas, creo yo, azulan
Las casas profundas de los muertos, amo
[la llama
Y el cabo de la sangre, porque juntas
[son el mundo
Y hacen de mí un muro que separa la noche
[del día.
Y éstos abren "Esposa sepultada":
Encerrado en tu sombra, en tu santa
[sombra,
Con el agua en las rodillas, te pregunto
¿Es el peso del manzano, claveteado de
[estrellas,
Sobre mi corazón oscuro, o eres tú,
[cabeza
Fugitiva de las horas, novia mía
[enterrada,
La que arrastras tu cabellera incesante
Como una botella rota, por entre mi
[sangre?
Reinos era solo el brillante comienzo de una obra vasta, experimental y polifacética que abarca prácticamente todos los géneros literarios y también las más variadas formas del arte visual: pintura, escultura, dibujo, instalaciones, performances, "acciones" y otras categorías difíciles de clasificar. Es importante subrayar que, pese a su lejanía física del Perú desde 1948, su obra visual (igual que la poética) presenta símbolos e imágenes que se inspiran en nuestras culturas precolombinas, como los quipus que ha trabajado y reelaborado una y otra vez como una metáfora que conjuga color, textura, tensión y fusión de los contrarios. Expresa, por igual, la fascinación de lo nuevo y la permanencia de lo ancestral.