Jorge Eduardo Eielson
El testamento poético de Eielson El testamento poético de Eielson

Por Guillermo Niño de Guzmán
Fuente: Domingo, El Comercio, Lima 24/09/06

El último libro de un gran creador. Aunque apareció pocos meses antes de su muerte, Del absoluto amor y otros poemas sin título (Pre-Textos, Valencia, 2005) tiene todas las trazas de un testamento literario. Este libro de Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) marca el fin del camino de uno de nuestros poetas más singulares.

A diferencia de otros autores, Eielson contaba con una visión multiforme y proteica que excedía la dimensión verbal. Para él, toda la realidad -incluso el universo de la ciencia- era susceptible de transmutarse en poesía. Como el vidente de Rimbaud, podía identificar elementos maravillosos agazapados en la rutina cotidiana y detectar la belleza emboscada tras los actos más simples y casuales. No era tanto un demiurgo como un transfigurador, pues tenía la capacidad de transformar la materia y aspiraba a rehacer el mundo, valiéndose del juego con las palabras, colores o sonidos.

De allí que Eielson se obstinara en rechazar las etiquetas, como aquellas que pretendían reducirlo a las categorías de poeta o pintor. Más bien, se trataba de un artista total para quien escribir poemas, pintar un cuadro o tocar el piano no eran sino algunas de las diversas manifestaciones de su espíritu creativo. Por ello, se empeñó en titular Poesía escrita a la primera recopilación de su obra, dejando en claro que su concepción trascendía el ámbito del lenguaje. Para decirlo de otro modo, Eielson continuaba haciendo poesía cuando dejaba de escribir y hacía nudos con unas telas coloridas, concebía una escultura subterránea o realizaba una 'performance'.

Eielson siempre había sido reticente para publicar sus poemas y, si lo había hecho, eso se debió a la insistencia de amigos como Javier Sologuren antes que a su propia voluntad. Cuando el Instituto Nacional de Cultura decidió lanzar su poesía reunida en 1976, insinuó que su producción había cesado hacia el año 1960. Y, ciertamente, no parecía preocupado por aquilatar su contribución literaria, ya que abrigaba otras inquietudes creativas, más afines con el mundo plástico. Es probable que hasta ese momento no se hubiera percatado del interés que su obra suscitaba en las letras peruanas e hispanoamericanas, tal vez porque vivía en Europa y su mirada estaba más atenta a otras expresiones artísticas (por ejemplo, las 'performances' de Joseph Beuys). En todo caso, el virus poético volvió a apoderarse de él, a tal punto que en los últimos quince años de su vida entregaría a la imprenta más poesía que en toda su etapa anterior.

Esta recuperación de las musas se notó a partir de 1989, año en el que publicó en Lima la serie Noche oscura del cuerpo, y reeditó en México, con el sello Vuelta de Octavio Paz, su Poesía escrita. Desde entonces, como impulsado por una nueva llama, Eielson difundirá varios poemarios, entre estos Ptyx (1994), Sin título (2000), Celebración (2001) y Nudos (2002), así como otra recopilación titulada Vivir es una obra maestra (2003) y la voluminosa antología general Arte poética (2004). Es decir, en las postrimerías, Eielson quiso seguir galopando con el caballo espumoso de la poesía. Y el último hito fue el volumen que mencionamos al principio, fechado en Milán en el lapso 2001-2004 y escrito bajo la sombra creciente de la muerte.

Del absoluto amor es el hermoso y conmovedor canto de un poeta a una persona amada. Este largo texto abre el libro y difiere del resto del conjunto, conformado por poemas de corte lúdico e irónico, similares a los agrupados en Sin título (y con una portada semejante, en la que no figura ni el título ni el nombre del autor, sino apenas una pintura), en los que predomina un tono agridulce y los juegos con la rima. Sin embargo, a medida que uno avanza en la lectura se puede percatar de que la actitud traviesa de la superficie disfraza el sentimiento hondo de alguien que ve cómo se acerca el fin y, pese a ello, afirma: "Una cosa es cierta/ No sólo la vida/ Sino también la muerte/ Es una fiesta".

El notable poema inicial fue escrito después del fallecimiento de Michele Mulas, el pintor sardo (uno de sus acrílicos ilustra la carátula) que acompañó a Eielson durante largas décadas. Sin duda, la intensidad de los versos se debe al hecho de que, mientras los ponía sobre el papel, el poeta sabía que un cáncer lo corroía y que pronto seguiría los pasos de su amigo. Estas circunstancias le dan un tinte peculiar al libro, en el que la pasión no tiene ese sesgo uranista que se advierte en una obra como la de César Moro, sino que se traduce en una exaltación de la vida y de la complicidad que irradia el amor.

Jorge Eduardo Eielson quiso que este fuera su último libro y, en ese sentido, Del absoluto amor cierra maravillosamente una trayectoria impecable. Sus poemas, sencillos, frescos y certeros, resplandecen como diamantes bajo el agua.
 

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