Por César Nieri
Fuente: El Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 01/09/07
Pregunto por César De María ya en el Peruano Británico -lugar en el que me citó para realizar esta entrevista-, y me indican a aquel señor que, de reojo al pasar, había visto, confundiéndolo con un padre de familia cualquiera que ha traído a su hija a ver la obra Amiguitas, con la que además César está colaborando actualmente. De María es un reconocido dramaturgo peruano y autor de Escorpiones mirando al cielo, Dos para el camino, ¡A ver, un aplauso! y La historia del cobarde japonés, entre otras piezas y acaba de publicar sus dos últimas obras en un libro titulado Salidas de emergencia.
En este reciente libro, De María retrata ese difícil proceso de búsqueda de identidad en que consiste crecer y establecer la ruptura con la infancia. Salidas de emergencia nos conduce en uno de los casos a un final feliz, mientras que en el otro nos enfrenta a un abismo tormentoso y oscuro. Comenzamos a conversar, me cuenta que sus años de colegio los cursó en el Hipólito Unánue, que hizo algo de Geología y Literatura en la Universidad de San Marcos, pero que no culminó ninguna de las dos carreras por falta de tiempo, dinero, o la constancia necesaria para hacerlo. Constancia que sin embargo sí admite poseer para la escritura, pasión que mantiene desde su niñez, y que en su juventud, al empezar a hacer teatro con Sara Joffré, decidió dedicarse a la creación de obras teatrales. De María guarda un fuerte lazo con esa infancia perdida, y su obra empieza a revelarnos este vínculo aún abierto y que muchos, erróneamente, tratamos de cerrar.
¿Por qué no te has animado a hacer poesía, o escribir cuentos o novelas? ¿Qué puedes comunicar por medio del teatro que no puedas por medio de otros géneros?
-Poesía sí escribo, pero hasta ahora todo está inédito. Cuentos. bueno, hice algo con Eduardo Adrianzén, ganamos incluso una mención honrosa en un concurso. Yo creo que es una cuestión de gustos y de capacidad. Es cierto que me encantaría hacer una novela, pero por una cuestión práctica el tiempo que le dedico a una novela se lo puedo dedicar a una obra de teatro con mejores resultados. Además, puede que con la novela fracase y yo quede como un pésimo novelista. En cambio puedo innovar sobre el terreno del teatro, que es un ámbito que ya conozco bien. También creo que uno de viejo tiende a hacer las cosas con las que se siente más seguro.
Ahora, tu seguridad también la logras trabajando en márketing. Pues tú tienes una doble vida, de alguna forma como los personajes de tu obra Superpopper.
-Sí, mi seguridad económica. Pero es verdad, además yo sí creo que la gente compra ilusiones, eso está demostrado en la publicidad. Pero la publicidad sirve para envolver pescado, y no puedes envolver pescado con un libro de Shakespeare.
En la publicidad hay que saber a quién diriges el mensaje; sobre todo al leer Superpopper me pregunté para qué tipo de público era, porque por momentos se tocan temas muy sórdidos.
-Yo siempre pensé Superpopper para un grupo de teatro que trabajara para adolescentes, algo que no existe actualmente en el país, y que le cuestionara a ellos todo. Entonces se me fue poniendo densa la obra, porque era una historia dentro de otra; es por una parte la historia del cómic, del super héroe complejo, y por otro lado la vida pesadamente plana de un manicomio para niños.
En todo caso los niños de tu obra parecen más bien adultos disfrazados de niños, hasta por su manera de expresarse.
-Yo me lo imaginaba como las fábulas o los cómics, en donde el lenguaje que usan los personajes es uno más adornado, con frases como "acabaré contigo pronto y con las huellas de tus vástagos y de todas tus futuras generaciones", en lugar de decir "te voy a sacar la.". Y me pareció bonito integrar ese lenguaje, porque es propio de las fábulas, donde los personajes dicen todo con el empleo de un vocabulario más culto y complejo.
¿Si tus obras tienen algo de fábula, buscabas con ellas dar alguna moraleja?
-Sí. Yo creo que soy un poco dinosaurio en lo que respecta a la crítica social. He convivido con gente mayor haciendo crítica social y literatura social, y siento que no debería perderse de moda la visión del individuo interactuando con la sociedad. Es muy difícil ahora escribir una obra totalmente individualista como lo era antes escribir una obra totalmente socialista. El momento actual pide que uno vuelva a mirar dónde está, sobre todo el momento nacional o tercermundista.
El profesor de la obra El último barco hace una reflexión para sí mismo acerca de un estado de adormecimiento de sus alumnos y en general del país ¿Tú piensas que en realidad el país está dormido?
-Sí, el país se duerme en muchos terrenos, no ha construido metas como la Nación. Hay países que nacen para ser el más rico del mundo, otros para poseer la mayor diversidad, y desde niño te lo dicen. Acá hay objetivos sueltos, los intereses están tan divididos que gana un presidente socialista y los empresarios no lo odian porque sea de esta corriente, con tal de que trabaje a favor de la empresa. Y eso que es pragmático en otros países acá es contradictorio, porque todo pasa a la vez, es como un teatro de seis pistas. Y esto exige despertar a las personas, porque lo peor de todo es cuando la gente toma una posición política, o comete una falta, sin darse cuenta ella misma de lo que está haciendo, sin ser conciente, simplemente llevada por las circunstancias.
¿Y se ha quedado dormido también en la promoción de la cultura, no?
-El Estado no entiende la relación inmediata entre cultura y generación de riqueza. Porque hemos sido tan pobres que primero hemos pensado en el pan.
En estas dos obras existe como punto de confluencia el tema de la niñez, ¿te parece que el artista es un niño que nunca termina de crecer?, ¿o que en todo caso se niega a perder esa infancia, esa inocencia?
-Yo creo que todos, artistas o no, somos niños que no terminamos de crecer; solo que el artista no esconde que no ha crecido.
Hasta se siente orgulloso de ello, ¿cierto?
-Exacto, está orgulloso y con los procesos creativos infantiles genera cosas más ricas, más llamativas, más lúcidas; esa lucidez del niño que voltea y te dice cosas que nadie había notado.
Además el niño en tus obras tiene derecho a abarcar todos los temas. Incluso habla de la poesía. Por ejemplo, en Superpopper, Brunella, la heroína, necesita matar a La Lengua y luego a La Fantasía. A la primera por no dejarla expresar todo lo que lleva dentro, y a la segunda por generar todas estas imágenes en su interior.
-En ese caso también es una metáfora del arte, y en mi caso en particular del arte teatral. En el teatro hay una operación intermedia entre lo que se dice, lo que se hace, y lo que imagina el espectador, que es el teatro en realidad.
Me parece que el teatro que tú imaginas es muy emocional. Creo que el espectador no solo va a reflexionar sobre la obra sino a su vez a sentirla, a vivirla.
-Sí. Le corro a la idea de que todo lo social se discuta pero no se vea ni se represente. Creo que la gente habla de algunas cosas socialmente, pero hace otras y ve otras. Y le corro también a la preeminencia del autor; es decir, hay muchos autores que porque lo son piensan que son los reyes, y eso es absurdo en un arte que es colectivo.
¿Si te encontraras con el César niño, aquél que eras tú a los 8 ó 9 años, qué crees que te diría, te reclamaría o felicitaría por algo?
-Creo que me reclamaría no dedicarme solamente a escribir. Y el César grande y racional le diría que también hay que ganar dinero para comprar los cuadernos. Pero creo que le gustaría ver las historias que escribo. Siempre he pensado que mis obras, que son escabrosas y no son paran niños, tienen un toque infantil y titiritesco. Entonces siento que este niño viejo, que era yo, entendería un montón de cosas que a veces uno cree que debería ocultarle a los chicos.