Por Gonzalo Pajares Cruzado
Fuente: Perú.21, Lima 29/05/07
http://www.peru21.com/P21Impreso/Html/2007-05-29/ImP2Cultura0730188.html
Arturo Corcuera es un fabulador que les canta a las cosas cotidianas: a las higueras y a las buganvillas, a los sillones y a su máquina de escribir. También es el poeta de la nostalgia, alguien capaz de recuperar a Eguren en un verso y de resucitar a Rose, Westphalen y Humareda en un poema.
¿Por qué en su poesía hay esa necesidad de hablar de lo cotidiano?
Ningún tema está vedado a la poesía. Lo que importa es el resultado. Por supuesto, lo que me rodea, lo que está a mi lado tantos años -como los objetos y frutales de mi casa-, me sugiere versos y excita mi capacidad de fabulación, de evocación, enriqueciendo mi imaginario personal. La poesía tiene mucho de fábula, de acto lúdico, de humor.
Hay mucha nostalgia en los poemas de A bordo del arca.
Sí. La nostalgia me sirve para evocar algunos objetos. A mi edad hay mucho de memoria. Uno recuerda su infancia, mira el espejo y todo nos sugiere el paso de los años. A través de una fotografía se evoca a los padres, a los hermanos. Todo esto alimenta mi imaginación y mi fantasía poéticas.
¿Qué es más fértil: la nostalgia del pasado o la perspectiva del futuro?
Cuando uno es joven, no tiene afinado el instrumento expresivo. Todo lo que uno quiere decir no lo podemos expresar. En cambio, cuando uno está en la madurez, cuando se ha vivido mucho, cuando se ha aprendido a escribir, se hace más fácil expresarse sobre las cosas que nos motivan. Uno puede escribir con más propiedad. Así, uno recuerda la infancia, amores olvidados, ciudades que nos marcaron. Todo esto va configurando un universo poético.
¿Dónde quedan el brío, la libertad y el desparpajo con los que el joven describe y juzga el mundo?
Un poeta tiene la obligación de tener siempre 20 años; mantener una juventud interior que lo impulse a trastrocar, a romper, a unir las palabras. A transformarlas según su voluntad y forzarlas a decir lo que uno quiere. Este ejercicio no siempre es placentero; incluso, puede ser angustiante. Recuerde usted lo que escribió, refiriéndose a las palabras, Octavio Paz: "Chillen, putas".
En uno de sus versos dice que guarda en su memoria, más que los halagos, los juicios adversos.
El poeta debe ser humilde. Los elogios sirven cuando uno recién empieza a escribir y necesita un estímulo. Después, uno espera una crítica seria, responsable, reflexiva, que explique lo que quiso decir el poeta. Que no se juzgue al autor por cosas que este no se propuso. Vicente Aleixandre me contaba que si los críticos hubiesen sido severos con Rubén Darío cuando este recién empezaba, se habría perdido un gran poeta, pues sus primeros versos fueron malísimos.
¿Cuán riguroso es con sus textos?
Mucho. Yo me demoro en publicar. Parece que no fuera así, pero mis textos han madurado durante un largo tiempo. Estoy convencido de que un buen libro no se escribe en menos de quince años. Y, aun así, uno no queda conforme con sus textos. Los abandona.