Arturo Corcuera
Arturo Corcuera: Arturo Corcuera: "A veces, en la playa, les leía poemas a los pelícanos"

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 24/01/06

La Universidad Alas Peruanas -con el sello del Fondo de Cultura Económica- ha publicado una nueva y muy bonita edición de Noé delirante, poemario de Arturo Corcuera ilustrado por el francés Gabriel Lefebvre. Acerca del libro, de la poesía y de su experiencia política, conversamos con Corcuera.

''Me gusta usar esta pluma porque se puede escribir rápido con ella. Uno puede pensar y escribir al mismo tiempo. Es más, tengo la sensación de que le estoy enseñando a escribir y que, por eso, a veces, escribe por su cuenta. Ha pasado que cuando no tengo este lapicero no dedico los libros", cuenta Arturo Corcuera acerca de su lapicero.
 

¿Cómo entró en contacto con los poetas de su generación?
Los poetas se huelen, ¿no? Entonces, en la universidad, hicimos amistad rápido con César Calvo y otros. Javier Heraud llegó después, porque él estudiaba en la Católica. Luego nos contó que él iba a San Marcos a escucharnos cuando recitábamos. Quería estar con nosotros, que hacíamos una vida en común. Leíamos poesía, alquilamos una casa juntos, en la Bajada de los Baños.

Esa era la Casa de la Poesía, ¿no? ¿Cómo era la vida ahí?
Leíamos, hacíamos fiestas. Cuando hacíamos fiestas, todo el trago que traían los que venían -cualquiera que fuera- lo echaban en un porongo que teníamos en la puerta. Ese era el trago de la poesía. Alucinante. Ahí fue la primera vez que vi bailar como un trompo a Javier Sologuren. En las noches, íbamos a la pérgola de abajo, a leer poemas, con velitas. Y durante el día nos íbamos caminando a la playa de pescadores, a leerles poemas a los pelícanos. Pero todo era muy sano. A lo más, unos tragos. Había mucho debate.

Ustedes alojaban a otros poetas.
Sí, cuando no tenían dónde quedarse. Gonzalo Rojas también estuvo ahí. Y teníamos manuscritos de poetas, como Neruda y Alberti. Pero todo eso se perdió, porque yo me fui a España, mataron a Javier Heraud, César se fue al Cusco. nos dispersamos.

¿Hacían actividad política?
Los de San Marcos éramos beligerantes. Queríamos una poesía panfletaria, perifoneable, íbamos a los sindicatos.

Ustedes eran de izquierda. ¿Se enfrentaban con el Apra?
Había unos choques enormes, sobre todo con Alberto Hidalgo. Una vez, él llegó a dar un recital en San Marcos y se armó la trompeadera.

¿Quiénes estaban?
Estábamos Romualdo, Calvo, Tomás Escajadillo, yo. Imagínese esa fuerza de choque, ¡de lo más frágil! Pero hubo un gesto de Alberto Valencia, que en esa época los comandaba y que siempre recordaremos. Él decía: 'A los poetas los respetan', pero a Hidalgo lo odiaban porque era provocador, había escrito cosas horribles contra Haya; entonces, los apristas empezaron a gritar: '¡Abajo los traidores! ¡Abajo los traidores!'. Y él, desde la baranda, dijo, 'efectivamente, abajo están los traidores'. Ahí le empezaron a tirar huevos podridos, que le cayeron a Gustavo Valcárcel, que también estaba ahí. Un poco le salpicó a Hidalgo; entonces, Romualdo le dijo, 'ahora eres Hidalgo de la mancha' (ríe). Tuvimos que escapar por los techos.

¿Qué pensó de la muerte de Heraud, que llevó la política tan lejos?
Éramos todos muy románticos. Si nos hubieran dado la oportunidad, habríamos estado con él. Él había estado en Cuba, becado. En esa época, Cuba tenía una palpitación que se contagiaba. Cuando visité La Habana, en el 60, estaba viajando en un bus y, de pronto, los pasajeros me reconocieron por una foto que salió en el periódico. ¡Pararon el carro para que leyera mi poema en el periódico! Cuando Javier regresó, él y Mario Razzeto se incorporaron a la guerrilla, aunque Mario se fue por razones de salud. La muerte de Javier fue, para nosotros, como si nos hubieran mutilado.

Cuénteme de Noé delirante. Tilsa ilustró una edición. ¿Eran amigos?
No. La conocí a propósito de Noé delirante, porque cuando ella lo leyó me mandó a decir que quería ilustrarlo. E insistió. Cuando fui a verla, mi sorpresa fue que ya había ilustrado medio libro.

¿Cómo era ella?
Fue una de las personas más generosas que he conocido en mi vida. Ella me regaló las ilustraciones. 'Te las doy porque tienes muchos hijos, para que, cuando necesites plata, las vendas'. Cuando ella estuvo mal y estaba por dejar la clínica, dijo, 'ya no voy a pintar para la gente rica, que tiene para comprar mis cuadros; voy a pintar para mis amigos'. Pero ya la vida no le alcanzó. Qué pena que muriera tan joven.

¿Y esta edición?
Fui invitado a Valparaíso, para un homenaje a Neruda. Allá me presentaron a Gabriel Lefebvre. Él ha ilustrado poemarios de todos los grandes, y estaba exponiendo las ilustraciones que hizo para Los versos del capitán. Me dijo que había conocido a Noé delirante y que quería ilustrarlo. Al poco tiempo me mandó 40 ilustraciones. Pero, sinceramente, no creo que este sea mi mejor libro. Está bien estructurado, lo he trabajado 40 años, tiene su magia, pero pienso que mi mejor libro es Puerto de la memoria. Además, tengo dos libros inéditos que espero publicar más adelante. Ahora demoro mucho en publicar. Ya no tengo esa urgencia de ver publicado lo que escribo.
 
Autoficha

Nací muy cerca del mar, en el puerto de Salaverry, en 1951. Mis primeros juguetes han sido esqueletos de pájaros, caracoles, estrellas de mar. Antes de mí hubo seis hijos más. Cuando yo nací, mi madre quedó muy grave, al borde de la muerte; entonces, mi abuela se hizo cargo de mí hasta que vinimos a Lima. Mi papá era juez. En San Marcos conocí a César Calvo, a Romualdo, a Javier Heraud y a otros poetas. Tilsa me regaló las ilustraciones que hizo para la tercera edición de Noé delirante y un óleo; me dijo que yo tenía muchos hijos, así que, si necesitaba plata, las vendiera.

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