Eduardo Chirinos
Eduardo Chirinos y el traspaso de la palabra Eduardo Chirinos y el traspaso de la palabra

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Fuente: Identidades Nº 21, Lima 23/09/02

La poesía de Eduardo Chirinos se ubica entre las voces más originales en el contexto hispanoamericano a partir de 1980. En ese decenio hay un grupo de bardos que destaca y que es un tour de force en la poesía hispanoamericana: Raúl Zurita, Lila Calderón y Andrés Morales, en Chile; Verónica Volkow, Víctor Manuel Mendiola y Ernesto Lumbreras, en México; y María Negroni y Daniel Freidemberg, en Argentina, sólo por mencionar algunos países.

La obra de Chirinos, aunque dispareja, aporta un diálogo distinto con la poesía, recrea un nuevo centro de imantación y dirección. Sus primeros libros son un proceso de aprendizaje. Ahí el lector observa y siente la presencia de la fábula cisneriana, entremezclada con algunos temas cotidianos y referencias a personajes bíblicos al estilo de Cisneros.

Sin embargo, las voces en la poesía de Eduardo Chirinos son múltiples, se amalgaman y dispersan en el texto poético para crear una estructura polifónica. Estas voces, a veces forzadas, hacen eco de los clásicos griegos y latinos, y de poetas como Robert Lowell (los deseos y las sirenas), W. B. Yeats (el advenimiento y la soledad), Kavafis (la superficie del cuerpo), Aleixandre (el silencio de las ondas) y Martín Adán (el vacío y la rosa).

En la obra poética de Chirinos destacan, entre otros, dos poemas: "Monólogo de Casandra" y "Habla Tiresias", de Rituales del conocimiento y el sueño (Madrid, 1987), en los que se practica la despersonalización de la voz poética en un intento por universalizar el habla. Ambos poemas tratan de la osadía (Casandra) y la prudencia (Tiresias).

El hablante de Chirinos se bifurca por estos dos senderos, para mostrar los trances de un habla que se manifiesta con un lenguaje de adivino y de profeta. El logro radica en la unidad que entretejen ambos poemas.

Sus temas son también los de la poesía: la lengua sagrada que aparece en el tiempo con los hados muertos o moribundos y la prudencia de la noche donde se controlan los impulsos de la voz. Estos dos poemas sugieren, además, otros tópicos nada comunes.

En este contexto, se observa a los personajes prediciendo el futuro y el destino oscuro de los hombres. Casandra -hija de Príamo y Hécuba- se subleva contra la lengua sagrada y cree en la tensión del arco: el punto modulado de la voz madura (y ésta es la voz que encuentra aquí el poeta).

Casandra vislumbra la destrucción y el odio, y Tiresias también, pero prefiere callar ya que "la noche (le) enseñó a revelar (sólo) lo necesario". Casandra se despliega sola por el texto. Tiresias, por gracia o desgracia de la Palas Atenea, puede ver a través de las tinieblas.
El adivino es el vate que controla los desbordes de la luz superficial cuando llega la noche. Chirinos consigue -a través de la máscara o del doble en el espacio poético, como lo ha denominado Pedro Lastra- unificar no sólo los recuentos míticos de una historia sin tiempo, sino que establece saludables conexiones con su propia poética y la del poema sonoro.
Casandra y Tiresias (Minerva es la niebla de la luz) nos sitúan en esa plataforma de fundiciones que no terminan y que ahora producen un eco gratificante en la lectura.
 
 

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