Por Esther Castañeda
Fuente: * Originalmente publicado en la plaqueta Magdala. Literatura escrita por mujeres. 9 de marzo de 2006. Directora: Elizabeth Toguchi, Coordinadora: Esther Castañeda.
Sobre mi vida.—
Nací en Lima en 1947. Provengo de una mezcla de culturas que veía todos los días en paredes y sobre muebles, retratos de familiares cuyas muertes mi madre no cesaba de recordar, en otras paredes colgaban paisajes por los cuales secretamente paseaba. Una tarde encontré la estampa de San Martín de Porres que mi padre guardaba. Y así, entre el ser y parecer fui construyendo mi vida.
Pienso que mi infancia, sobre todo la que pasé en Chosica, fue libre, esa energía fue encauzada luego hacia la lectura. Primero por una profesora de castellano, Delia Moreno y segundo por las propinas que me daba mi padre y que yo invertía en lo que sería mi biblioteca. Descubrí allí todo un mundo de ficción, sonidos, lugares y personajes. La lectura suplió a la hermana o hermano que nunca tuve, y los sitios que no conocí.
En la universidad.—
A despecho de mi madre que quería que fuera costurera, ingresé a la universidad; allí la amistad tierna y castradora dio forma a la palabra literatura. Diría que en la segunda mitad de los 60, ya había creado un mapa de lecturas que se extendía como un ramo de flores gigantesco, sabía con quién compartir todo, pues yo tenía una amiga, Carmen Ollé era mi cómplice. Algunas veces saliendo de la Biblioteca Central, que estaba en la Casona, encontraba la puerta principal cerrada por la represión policial. Mientras corría al Patio de Letras a humedecer un pañuelo, comprendí que la universidad no solo forjaba académicamente sino que era el cerco en donde los estudiantes luchábamos por la democracia y los derechos humanos.
Algunas veces debí ir al área de Ciencias mientras avanzaba por el corredor y esquivaba a los que venían en sentido contrario, sus conversaciones en el túnel se mezclaban formando un coro extraño, para mí era un sitio mágico, en sus paredes habían inscripciones de distinto tipo, a veces miraba a lo alto, al techo abovedado y perdía noción de lugar y tiempo.
Pre-Letras.—
Los mejores recuerdos son los de los profesores, con ellos tuve una relación respetuosa, no sé si fueron sus conocimientos, su experiencia, su bondad desprendida, lo que me hacía apreciar lo valioso que eran esos “maestros” y la suerte que tuve de conocerlos. Recuerdo la alegría del Dr. Javier Pulgar Vidal convenciéndome de cuán fácil era hacer un invernadero en el patio de la casa y cuán buen negocio podría ser cultivar orquídeas allí, la monografía para su curso fue naturalmente “Las orquídeas que se venden en Lima”. Gracias a Francisco Bendezú, que estaba puntual a las 7 de la mañana, a esa hora comenzaba su curso, leí a Hölderlin y a pesar de que curiosamente en las librerías no sabían quién era Novalis, conocimos con mucho esfuerzo la flor azul de Enrique de Ofterdingen. Augusto Salazar Bondy y Alberto Tauro del Pino eran de una sapiencia y agudeza singular que hacían que sus alumnos y alumnas los escuchemos tan atentamente que parecía que estuviéramos esperando el dictamen de nuestro destino. La pasión y el saber del Dr. Carlos Araníbar y la soltura y versatilidad de la Dra. Ella Dunbar Temple nos daban en sus clases una nueva forma de entender la Historia del Perú y las ideas, la voz y los gestos tensos del Dr. José Russo Delgado me hicieron intuir el respeto que siempre le tuve, al cabo de un tiempo, lo encontré en la puerta del Repertorio Bibliográfico al finalizar de sustentar mi tesis, su palabra amable y su abrazo es una de las satisfacciones que guardo de esos años.
Si me pregunto qué me dio San Marcos, la respuesta es todo. De estudiante, conocí a profesores de la talla de Estuardo Núñez, Luis Alberto Sánchez, Augusto Salazar Bondy, Augusto Tamayo Vargas, Washington Delgado, José Jiménez Borja, Jorge Puccinelli, Luis Felipe Alarco y en la especialidad recuerdo la personalidad de la Dra. Gred Ibcher, de la Dra. Martha Hildebrandt, Pedro Benvenutto Murrieta, Javier Sologuren, Francisco Carrillo, Luis Alberto Ratto y Antonio Cornejo Polar. Hice amigos como Ana María Gazzolo, Marco Martos, Miguel Gutiérrez, Hildebrando Pérez, Carlos Garayar, Raúl Bueno, Antonio Gonzales, Eduardo Urdanivia, Eduardo Hopkins, Manuel Larrú, Gisela Jörger y muchos más. Casi al borde de los estudios y en compañía de Rosa Carbonel, nos encontramos en un curso con María Emilia Cornejo cuyos poemas siempre releo. Ya profesora, tuve muchos alumnos, de esos que tarde o temprano superan al profesor, como Mariela Dreyfus, Esther Espinoza, Yolanda Westphalen, María Elise Escalante, Gonzalo Espino, Juan Zevallos, Carlos Orihuela, Jorge Eslava, José Antonio Mazzoti, Edgar Álvarez, Julio Heredia, Camilo Fernández, Carlos García Bedoya, Julio Villanueva Chang, Rocío Silva Santisteban, Miguel Ángel Huamán, Sandro Chiri, entre otros.
De la especialización.—
Recuerdo que Luis Fernando Vidal me invitó a integrar un proyecto sumamente ambicioso sobre Hemerografía de la literatura peruana, acepté, estuve en el trabajo en equipo, las sesiones, el intercambio de información y las exposiciones coordinadas por Vidal y dirigidas por el Dr. Jorge Puccinelli, todo ello y mucho más, fortaleció una amistad duradera con los amigos del Instituto Raúl Porras Barrenechea.
La especialización constituyó un desafío, éramos pocas las mujeres que seguíamos la carrera y la mirada de los otros no sólo era inteligente sino también desdeñosa, paternalista e indulgente con nosotras. Había que probar que una era audaz y perspicaz, pues a una mujer siempre se le exige el doble. Seguí haciéndolo como algo natural y me doy cuenta ahora —antes no me percataba, ni tomaba conciencia de esta diferencia—, que buena parte de los años fueron eso, una sucesión de pruebas que como estudiante y luego como profesora debí pasar.
Seguí mis cursos casi místicamente, no podía entenderme sin ellos, así como el salmón está configurado para ir contra la corriente por el agua dulce, así instintivamente seguí la especialidad. Eran los estudios, lecturas dosificadas y rigurosas, no pensé ser profesora universitaria ni tener algunos cargos académicos, pero ahora estoy muy orgullosa de ellos. Haber sido Secretaria Académica e integrado el Consejo y otras comisiones de la Facultad de Letras, como también participar en la Comisión de libros incunables de la universidad y representar a mi departamento ante el Instituto de investigaciones humanísticas y ocupar el cargo de la dirección de Bibliotecología y Ciencias de la información, me hizo sentir útil a mi facultad y a la universidad. Sin embargo, a veces pienso que la carrera académico-administrativa en la universidad no se compara con la libertad estudiantil que lleva a leer lo que una quiere y no lo que una debe. Cuando me presentan como literata siento que suena rimbombante y que proyecta una imagen que no es la mía. Yo solo he sido una profesora de literatura y tanto más de lo que tomé de mis maestros fue lo que tomé de mis alumnos.
Docencia.—
Mis comienzos en la docencia están unidos a los nombres de Washington Delgado y Francisco Carrillo porque fui en 1972 y 1973 su “jefe de práctica”, primero de Delgado y después de Carrillo, más tarde fui “asistente” de Antonio Cornejo Polar y seguí las fases previstas para un profesor contratado.
La percepción de ser las mujeres apenas menos del 1% de los treinta profesores de literatura (en ese momento Carmen Luz Bejarano y yo) y la participación en el movimiento feminista a comienzos de los 80, me llevó a impulsar la lucha por un espacio para la mujer que se concretó en el Primer Encuentro de Poetas Sanmarquinas en mayo de 1981, cuando veo fotos de esos días, siento cierta nostalgia por las personas que concurrieron y por el lugar, ahora tan distinto al de 1981. Ese evento reunió aproximadamente a una treintena de sanmarquinas que hacían poesía, fue un compromiso que asumí y que se hizo con la colaboración de profesores y alumnas de esos años. La mayoría de escritoras persistieron y muchas de ellas se volvieron a reunir en 1991 en el Segundo Encuentro, ahora en el Instituto Raúl Porras Barrenechea. En el 91, se unieron trabajos críticos, testimonios y poesía; y constatamos ausencias y presencias de amigas. En el año 2001 organizamos el Tercer Encuentro de Poetas Sanmarquinas, el 29, 30 y 31 de octubre, este evento se diferenció de los anteriores por la intervención de colegas varones de otras especialidades.
Había dicho que en varios cursos sustituí a profesores pero hay uno que inauguré en 1997 y me dio muchas satisfacciones, lo dicté por varios semestres hasta que me retiré, me refiero a “Literatura escrita por mujeres”.
Sobre mi proyecto editorial.—
En el 95 creamos Magdala Editora junto con Elizabeth Toguchi y como asesoras tuvimos a Mihaela Radulescu y a Diana Miloslavich, publicamos la poesía de sanmarquinas de modo casi artesanal. Su cortísimo tiraje, las grapas y el fotocopiado de lo anterior así lo prueban. Con cerca de 10 años seguimos en la brega con algunos cambios y mucho esfuerzo, ahora preparamos y sacamos la plaqueta Magdala: Literatura escrita por mujeres, que es breve, no venal y coyuntural.
*********************
Finalmente debo decir que soy consciente que la brecha generacional entre maestros y alumnos la marca entre otras cosas el estilo de la educación que recibimos, también sé que en estos tiempos de Internet son otras las expectativas pues cada generación busca otros horizontes, en suma, impone su voluntad de vivir a su modo y a fin de cuentas, también a su modo, trabajar y reescribir la literatura.
ESTHER CASTAÑEDA VIELAKAMEN (Lima, 1947). Estudió Educación y Literatura en San Marcos. Poeta, docente universitaria y editora. Obra: Interiores (1994), Carnet (1996), Falso huésped (2000), Piel (2001) y Chosica/ Fiebre de familia (2005).