Samuel Cardich
Samuel Cardich y la nueva narrativa andina Samuel Cardich y la nueva narrativa andina

Por Manuel Baquerizo
Fuente: Revista Expresión Cultural. 3/15/1993

1. Malos Tiempos (1986)

En los últimos años ha comenzado a sobresalir en la ciudad de Huánuco un valioso grupo de jóvenes narradores. La figura central que opera en el interior del país, es Samuel Cardich (Huánuco, 1947). Cardich -como los demás- vive, escribe y padece en la misma localidad. "Malos tiempos", es su primero y excelente libro de relatos, vuelto a editar en 1989. Para tener una idea de esta literatura de provincia, tan estimable como poco difundida, cabría remitir al lector a la bibliografía reciente, sino fuera porque también ella es una fuente lejana e inaccesible. Andrés Cloud y Mario Malpartida, "Narrativa. Antología Huanuqueña Siglo XX", Tomo I (1989), la antología "Enconjunto" (Ediciones Convergencia, 1989) y Rosa Mendoza de Malpartida, "La Literatura Huanuqueña en Debate: Nuevos Aportes" (1989).
 

2. La materia narrativa

Lo primero que llama la atención en los relatos de Samuel Cardich es la ausencia de aquellos viejos tópicos que caracterizaron a la literatura regional de épocas pasadas. En las ficciones de Cardich difícilmente se podrá encontrar la descripción de detalles ambientales, cuadro de costumbres o pinturas de paisajes; y si los hay, estarán completamente transfigurados y recreados por la nostalgia y el recuerdo. La realidad imaginaria de sus cuentos por lo general abarca personajes, situaciones y escenarios del universo urbano de provincia. En esto Cardich es un notable renovador de la materia poética; pero, lo es más todavía en su personalísimo estilo de enfocar dichos temas. A este cuentista no le preocupa tanto registrar los hechos y acontecimientos sino verbalizar la repercusión que estos sucesos tienen en la vida íntima de sus criaturas. Cardich incorpora en sus cuentos la subjetividad del hombre contemporáneo y se mueve en la pura subconciencia de los personajes. En vez de la contemplación del mundo, nos muestra una autocontemplación del individuo. Desde que Freud apareció en el horizonte cultural ya no somos, en efecto, los mismos, como podría afirmarlo Lawrence Durres. Si el culto de la vida interior en la novelística había sido hasta hace poco un privilegio de las clases sociales altas, hoy día, es igualmente una forma de auscultar la oscura existencia de los grupos desvalidos. Tal vez por eso, los conflictos en los relatos de Cardich son más sicológicos que sociales. Esto lo acerca -sin que el autor lo copie, imite, o siquiera lo advierta- a Faulkner, Onetti y Rulfo, más que a Guy de Maupassant o López Albújar. Corriente narrativa que algunos críticos, a falta de otro moción más apropiada, llaman neorrealista. Las técnicas que mejor habrán de prestarse para este enfoque tenían que se naturalmente la primera persona gramatical, el monólogo interior y el relato objetivo, que permiten una identificación mayor del lector con los personajes y su universo poético.
Samuel Cardich es un formidable conocedor de las capas medias provincianas. Lo que no significa que su obra literaria sea un documento sociológico, ni mucho menos que el autor pretenda hacerlo. Sus relatos -de índole más bien imaginaria y poética- están situados en una fase histórica en que la vida rural principia a ceder espacio a la vida urbana y en que la ciudad crece rápidamente, ante la mirada perpleja y desorientada del poblador originario y emigrado. Sus personajes -seres apartados de sus propios usos culturales, deslumbrados por los espejismos de la gran urbe y por el embrujo de la modernidad y sometidos a la neurosis del consumismo -encarnan, en forma por demás grotesca y ridícula, esta confrontación entre el mundo tradicional y el mundo contemporáneo. Que sepamos, nadie había novelado hasta ahora esta realidad difusa e inédita y tan inmediata, a la vez. Ningún autor había sabido desentrañar, con la emoción y la fuerza expresiva del escritor huanuqueño, la angustia lacerante que viven las poblaciones emergentes. Y pocos seguramente, como Samuel Cardich, han podido penetrar en sus anhelos, delirios, frustraciones y desesperanzas, con esa risueña ternura, con la simpatía y humor, que recuerdan a menuda la carcajada doliente y la tristeza irrisoria de Gógol y Dostoiewski. En lo cual es más intenso y entrañable que, por ejemplo, Julio Ramón Ribeyro, el escritor nacional a quien más se parece -dicho sea de paso- por su estilo de narrar y por su amarga poetización de los sectores empobrecidos de la sociedad capitalista.
 

3. La alienación de la mujer

En las ficciones narrativas de Cardich, las mujeres son quienes sufren más el impacto de la modernidad, de la llegada de las nuevas ideas y de los cambios que implica el proceso de urbanización de la aldea. "Recuento" -el texto que mejor ilustra este problema- describe el desventurado fin de una adolescente que emigra a la capital, atraída por los señuelos del progreso. Relato de "iniciación", muestra el doloroso descubrimiento de una muchacha de provincia de lo que es el macrocosmo citadino. Vera Suana tiene 20 años, de pronto reniega de su aldea, porque, dice, "es un pueblo chico que produce de todo, menos esperanza" (p. 72). Los "folletines", las "Revistas" y las vanidades que leía" 8p. 71) habían forjado en su imaginación un engañoso mito, tal como lo haría el cine en las argentinas de la pampa, en La traición de Rita Hayworth (1968), la renovadora novela de Manuel Puig. "Con la cabeza llena de fantasías", Vera Suana, "creía que Lima era el ansiado edén y que aquí iban a encarnarse sus sueños" (pp. 69-70). Viaja a la capital para trabajar de secretaria, hacerse modelo profesional y, por añadidura, estudiar alguna otra carrera más, pero termina brutalmente atrapada en las redes del narcotráfico. No es, ciertamente, el final de todas las mujeres que emigran, sin embargo ya se ha hecho un leitmotiv en la narrativa peruana. Andrés Cloud también lo toca en "Secretarias privadas de profesión", de su libro "Usted comadre debe acordarse" (1986). Pero, Cardich ahonda más en la repercusión moral del problema. Para el campesino y aldeano no hay nada tan aterrador como la pérdida del buen nombre. El sentimiento del honor sigue siendo en él muy vivo y fuerte. De allí que sería muy difícil hallar en la vida andina algo parecido a lo que Guy de Maupassant relata en la "La casa del placer", donde uno de los personajes declara con verdadero cinismo: "Es un buen negocio, y manda a su hija a explotar un harén de mozas, como lo enviaría a dirigir un colegio de señoritas".
En el relato, "Déjala ir, Criollita", de ambiente también ciudadano, el autor expone el drama de una mujer que no tiene otro horizonte que el de una existencia pobre y degradada. Un día es tentada por un rufián, para que le entregue a su hija a la conductora de un burdel, llamada Mestiza. La argumentación del mandadero no puede ser más descarada e impúdica y llena de humor cómico: "Mestiza quiere endulzarle el destino sacándola de esta barraca de tablas para ponerla a trabajar en una de las cuarenta habitaciones de lujo del amplio local que vamos a inaugurar en breves días" 8p. 58).

La estructura del cuento tiene la apariencia de un diálogo. Quien habla es Tacho y la interlocutora es Diodola. Las reacciones de esta las conocemos solamente por las palabras, las apreciaciones y los comentarios de Tacho. Con este original procedimiento, el autor soertea cualquier caída en el melodrama y el patetismo y nos ofrece más bien una comedia grotesca plena de humorismo ("Me respondes que debo tener las pelotas de este tamaño para venir con toda la pachorra a hacerte una proposición de esta índole" (p. 54). "Ya ves, Criollita, recién cuando te doy razones de convencimiento dejas de fruncir el ceño y muestras en tu rostro una expresión amigable" (p. 62) "Eso es, así me gusta que me indiques con una amplia sonrisa que estás dispuesta a conversar con más tranquilidad y detalle sobre el brillante futuro que le espera a tu hija" (p. 65). El relato -como se ve- tiene un desarrollo enteramente coloquial, sostenido en todo momento por el pintoresco modo de hablar criollo, pícaro y canallesco de las prostitutas y rufianes.
 

4. El mito de la infancia

Todo verdadero artista crea sus propios mitos. El mito de Cardich parece ser la infancia. En efecto, los héroes de sus ficciones son casi siempre niños y mujeres que empiezan a despertar ante un mundo extraño y complejo. "En esta casa llena de niños", por ejemplo, la narradora es una pequeña, que va descubriendo en forma adolorida, tierna e íntima, la dura existencia, la dura existencia de una familia de una familia de clase media baja. Ella confiesa que tiene que contar esta historia, "porque es necesario que hable para que vaya saliendo por mi boca esa larga tristeza que tengo…" (p. 19). El hecho es que la madre, de condición modesta, vive paradójicamente encandilada por el lujo y placeres de los ricos. Y como no puede participar materialmente de estos goces, se dedica, de modo extravagante, a fisgonear las fiestas de la vecindad para reproducirlas luego en su imaginación: "Se iba a mirar la fiesta de los ricos … y mirando la fiesta se quedaba toda la noche para después regresar cansada como si ella hubiera ido a bailar (p. 99), explica con raro discernimiento la niña.

Estos relatos -según habrá podido advertir el lector- describen el drama de la gente humilde y de la pequeña burguesía provinciana, que se atormenta por ascender en la escala social y ocupar lugares expectantes. Cardich, con su gran arte para calar en sus sueños y amarguras, es su mejor poeta y analista. Huánuco, ciudad de reciente y relativa modernidad, tiene en él a su intérprete más agudo. Pero, el escritor es capaz igualmente de desplegar ingenio y humorismo cuando pulsa otros temas. Por ejemplo, en su cuento más popular, "Un ángel bajado del cielo", con una fantasía desaforada a lo García Márquez, hace la parodia de un relato popular que trata de la credulidad y la fe ingenua del campesino que fácilmente puede ser engañado por una patraña seudo religiosa. El protagonista de este relato es un licenciado, ex servidor de un convento, quien en complicidad con la maestra de la escuela rural, simula ser un ángel enviado por Dios, para salvar al pueblo de sus pecados. La grotesca mascarada da lugar a una divertida serie de concentraciones de fe, de rogativas y recogimientos, de limosnas y tribulaciones, hasta que el engaño es descubierto. El relato está inspirado en una anécdota que circuló hace algunos años en Huánuco. Al parecer, el hecho habría ocurrido realmente en la comunidad de Pomacucho. Manuel Scorza también lo recoge en su novela "El cantar de Agapito Robles" (1977, caps. 16-20). Cotejando ambos textos se puede apreciar la superioridad literaria de nuestro autor en el manejo narrativo. Scorza, a fuerza de hipérboles, convierte la anécdota en una descomunal caricatura; en cambio, Cardich compone una risueña ficción, cargada de fantasía y humor, utilizando, según es su costumbre, la perspectiva de un narrador ficticio. El hablante -en este caso, un personaje campesino anónimo- conoce la historia sólo indirectamente, por lo que no se compromete con la verdad de los sucesos y se limita a reproducir lo que él ha oído contar ("dice el dijo", "comuneros dice creeron", "dice rizó en quechua", "sólo voy cuentarte quen parte principal ángel dice le dijo"). La forma distanciada de narrar, que suponen el "dice", "dijo", significa que el campesino de hoy ya no es tan crédulo. El cuento produce por eso en su trasfondo una sensación de ambigüedad y sarcástica sospecha. Con ese mismo tono coloquial y festivo, Cronwel Jara ha urdido una historia similar, pero que no tiene nada que ver con la tradición huanuqueña. El texto se titula "El milagrero", y forma parte de "Las huellas del puma" (1986).
 

5. La perspectiva narrativa

El estilo más conveniente para esta manera de enfocar la realidad tenía que ser, de hecho, el relato objetivo. En las ficciones de Cardich surge constantemente un yo narrador que no es del autor sino de uno de sus personajes literarios. El autor desaparece por completo del escenario. Ya no hay, por lo tanto, quién analice, quien comente o juzgue los hechos y la conducta de los personajes, ni siquiera quién guíe los relatos. Los cuentos están referidos siempre desde el punto de vista de los mismos protagonistas o de la persona ficticia que actúa como testigo o intermediario. Esta técnica reduce naturalmente el espectro de la realidad, pero esta realidad es más directa, y emocionalmente más rica, que la expuesta en las narraciones convencionales, escritas en tercera persona y forma omnisciente. Como dice Mariano Baquero Goyanes en Proceso de la novela actual: "Se trata fundamentalmente no de hacer hablar a unos seres de ficción, sino de relatar hechos que viven esos seres, y aunque el novelista los haga dialogar, lo esencial es la marcha del relato. Todo ello quizá responda psicológicamente a la actualidad de un hombre que contempla y capta el mundo no tanto en su externa dimensión sonora como a través de su más tenue latido". Samuel Cardich, por supuesto, no recurre a estos sofisticados procedimientos, por mero ejercicio lúdico o por exhibir su notable conocimiento de la narrativa moderna sino porque lo exige su cuentística y el mundo que describe, donde nada es sólido y seguro y donde todo parece estar amenazado de rupturas, de cambios y de zozobra.

Una muestra de ello es "Día de crecida", monólogo de un niño de 11 años. El cuento carece de historia o argumento. Toda la acción se enmarca dentro de la conciencia del personaje. Lo que aquí se refiere es una sucesión de recuerdos, de emociones y experiencias (juegos, abusos del gobernador, desgracia de la madre, muerte del negro Simón, despojo de Telo Reymozo, relaciones eróticas, etc.); o sea, una realidad evocada y revivida por la memoria infantil. Pero, lo interesante y sugestivo de esta evocación es que los recuerdos del niño se confunden en un juego de correspondencias entre lo real y lo imaginario, entre lo personal y lo histórico, entre las pretensiones y los hechos: maldades del gobernador se confunden con el "juego de los apaches", la creciente del río con la leyenda de la princesa Mamayatay y el sentimiento de odio y de muerte con la furiosa y destructora inundación del río. Todo esto naturalmente expuesto mediante un torbellino de imágenes, con una prosa desbordante, sin puntuación y sin pausa, y con un intenso ritmo lírico, de donde proviene esa atmósfera mágica e irreal que caracteriza al cuento. Podría notarse en él una lejana semejanza con el estilo de Faulkner y de los primeros cuentos de Carlos E. Zavaleta (por ejemplo, "Discordante").

La elección del punto de vista resulta igualmente crucial en "En esta casa llena de niños". En el relato habla una niña, quien cuenta la historia de sus padres a la monja del convento, que no es sino una interlocutora, como Diodola en "Déjala ir, Criollita". Esta perspectiva le permite al autor poner de relieve la individualidad de la niña, cuyo discurso, transido de infinita ternura y delicada ironía, aparece siempre en un primer plano. Cardich ofrece un cuento de estilo lineal, donde la acción se desenvuelve progresivamente hasta alcanzar el desenlace.

"Malos tiempos" viene a ser un libro que renueva y enriquece las técnicas y los procedimientos narrativos, tempranamente introducidos por Carlos E. Zavaleta y Julio Ramón Ribeyro en el cuento. Cardich llega en esto hasta la supresión completa del autor y el relato plenamente objetivo. En lo cual seguramente muy pocos lo aventajan a nivel nacional.
 

6. El lenguaje

Samuel Cardich es, además, un buen prosista que tiene la gran virtud de trasponer el ritmo oral del lenguaje a la obra literaria. El autor es capaz de asumir, con la mayor naturalidad, el habla del niño, del campesino, del criollo y del hombre de barriada; lo recrea y le da forma artística. En "Día de crecida", el discurso del niño -aparte del empleo de los diminutivos y las palabras gruesas- se distingue por la intensa animación de las cosas (el río Huacarmayo, dice "baja con cólera", "se acerca con odio", "sigue como un loco", p. 27) y por la metaforización general del universo campestre. "La carta poderosa" es, a su vez, una suerte de pastiche ("estilización literaria", le llamaría M. Bajtín), una parodia humorística de la escritura de aquellas misivas remitidas en cadena a diversas personas, para que éstas a su turno las reproduzcan y las envíen a otra. Son cartas redactadas en una prosa burda e irregular, con faltas ortográficas y una sintaxis enrevesada. El cuento, al mismo tiempo que una sátira carnavalesca de esa costumbre tan difundida en el bajo pueblo, constituye una excéntrica exploración de la contracultura popular. A Christian Fernández le debemos un experimento parecido, en "Carta de candelaria purísima" -incluido en su libro "Somos de junto al río" (1986)- donde explora al máximo el lenguaje coloquial, procaz y atrevido. En general, los cuentos de Cardich tienen el sabor idiomático de la cultura criolla y plebeya. Solamente en "Un ángel bajado del cielo" el autor hace un recreación del español dialectal o regional.
El intento de trasponer a la literatura la manera de hablar del campesino quechua-hablante (o hablante en español bilingüe incipiente), al igual que otras unidades lingüísticas heterogéneas, representa, por supuesto, uno de los grandes aciertos de Samuel Cardich y de los jóvenes narradores andinos. Expresa a cabalidad -quiérase o no- la dislocación lingüística y cultural y la encarnizada confrontación entre los mundos que representa la realidad actual del país.
 

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