La historia detrás de una novela

Por Enrique Planas
Fuente: El Comercio, Lima 26/07/07
http://www.elcomercio.com.pe/EdicionImpresa/Html/2007-07-26/ImEcLuces0759500.html

Modernidad petrolera y pensamiento mágico, chamanismo y actualidad urbana: la norteña talara es el fértil territorio de "El huevo de la iguana", novela que cimentó el prestigio de un narrador imprescindible.
 
Empezó a escribir "El huevo de la iguana" en París, a mediados de los años 70. Por entonces, Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946) era uno de esos jóvenes latinoamericanos que buscaba en la Ciudad Luz su iluminado camino como escritor. Por entonces sobrevivía haciendo de 'negro literario', escribiendo textos que firmaban otros.

En la soledad del autoexilio, Calderón Fajardo rebuscó en su memoria los años más felices de su vida: su infancia en Talara. La ciudad norteña, dominada entonces por la International Petroleum Company, empresa en permanente tensión con su sindicato de obreros y más tarde expropiada por el gobierno del general Velasco, se impuso a esa capital francesa que lo acompañaba tras la ventana. "Yo estudiaba en el colegio Ignacio Merino de Talara, una especie de arca de Noé, pues en ella estaban todos: hijos de ingenieros petroleros, obreros, técnicos, militares, médicos. Nos íbamos a pescar a la playa de La Chira, usando como carnada lombrices que los pescadores sabían extraer de las fisuras de las rocas. Íbamos al barrio de pescadores, apartado de la ciudad, y las comprábamos en la tienda de un hombre muy extraño. No solo salíamos de allí con las lombrices, sino también con la cabeza llena de historias que el chamán compartía con nosotros", recuerda.

"Entre esas historias, la que más me impactó contaba que las iguanas del desierto de La Brea y Pariñas no eran otra cosa que chamanes muertos reencarnados". Terminada la pesca, los muchachos salían a buscar las iguanas y se internaban en el desierto para buscar sus madrigueras. "Algunos de mis compañeros sabían silbar de tal forma que atraían a estos animales. Entonces recuerdo que salió una y se me quedó mirando fijamente. Solo a mí. En ese momento, como si fuera un animal totémico, sentí que algo se introdujo dentro de mí. Allí fue cuando nací como narrador", señala.

Con esta anécdota, el autor explica el origen del imaginario y los temas que lo han acompañado en todas sus novelas y relatos: el mundo del desierto, el mar, y los hombres que habitan entre ambos mundos, y cómo no, el origen de su novela "El huevo de la iguana". "En París ese mundo volvió a mí --señala--. Quería escribir la novela total, meter todo dentro de ella: cartas, diarios, comunicados de la empresa petrolera y del sindicato de trabajadores, poesía, cuentos, era un verdadero zafarrancho".

Así, una de sus primeras novelas fue creciendo hasta adquirir dimensiones épicas. "Regresé al Perú y en 1982 presenté el libro de 600 páginas al premio Gaviota Roja (el jurado estaba integrado por los críticos Alberto Escobar y Antonio Cornejo Polar)". Calderón Fajardo recuerda la borrachera inmediatamente después de recibir el premio que, sin embargo, no contemplaba la publicación del libro. "Hablé con Abelardo Oquendo, quien entonces llevaba la editorial Mosca Azul. Él me hizo ver la imposibilidad económica que era lanzar una novela tan extensa. Fue el crítico Alberto Escobar quien me sugirió publicarla por partes", explica. Sin embargo, su primer tomo, titulado "Así es la pena en el paraíso", no vendió más de 200 ejemplares.

Y allí habría quedado la historia si la colección Diamantes y Pedernales, de la editorial San Marcos, no hubiera emprendido el rescate de la novela y la tarea de editarla hoy, tras un riguroso proceso de condensación. (El autor redujo las 600 páginas del proyecto inicial a las 426 del actual volumen). Quienes no han leído la primera etapa de Calderón Fajardo, más social, más ligada al realismo mágico, encontrarán en esta aplaudida reedición a un autor distinto, pero igualmente sorprendente.