Sandro Bossio
Drácula, antes y después de Stoker Drácula, antes y después de Stoker

Por Sandro Bossio
Fuente: Ciudad Letrada Nº 9. Julio 2001

El príncipe Vlad Tepes de Valaquia, conocido por los turcos como "el empalador", por su sangrienta costumbre de atravesar a sus enemigos en unas estacas y dejarlos agonizar durante días, fue al parecer el germen del personaje literario más prolífico de la historia: el conde Drácula, quien ha inspirado una incontable cantidad de películas y no menos novelas, y ha sobrevivido como el héroe de ficción más célebre en el mundo entero.

Históricamente, el príncipe que enfrentó la ocupación otomana de Rumania en el siglo XV, y que inspiró a personaje tan pertinaz, fue el hijo del rey valaco Vlad Dracul, encargado apenas acabada la pubertad de enfrentar a los turcos. El príncipe, fiel a la promesa que le hizo al padre, demostró un temperamento radical en cuanto tuvo las tropas en sus manos. Las crónicas bélicas carpetovetónicas dan cuenta de la proclividad de Vlad al encarnizamiento: ordenaba empalar, desollar vivos a los prisioneros o hervirlos en aceite mientras él degustaba remolachas, cuyos rojos jugos dejaban en sus dientes el color de la sangre, costumbre que tal vez originó la leyenda del vampirismo, un tema, por demás, propio de esas regiones.

El renombre del cruel Vlad Tepes sobrevivió al tiempo, cruzó fronteras y, en 1897, llegó a manos del escritor Bram Stoker (Clontfard, Irlanda, 1847), quien lo inmortalizó en su novela Dracula or The Undead (literalmente "Drácula o el no muerto").

Pero Stoker, pese a lo que el gran público cree, no fue el pionero en el tema, pues un buen número de escritores anteriores a él recogieron la gesta y la redondearon con ingredientes propios.

Así, John William Polidori (1796-1821), un siglo antes, fue al parecer el verdadero transformador de la leyenda de Vlad Dracul, y a él se debería la conversión del feroz guerrero en el misterioso aristócrata que se deleita con la sangre humana. Polidori, por un tiempo secretario de Lord Byron, confesó antes de su precoz muerte que había creado a su vampiro (un noble de apellido Ruthven) a imagen y semejanza de su jefe, quien le parecía "romántico, enigmático, frío, a la vez que elegante y apasionado". Pero Lord Ruthven, quizás el primer vampiro del mundo literario, inicialmente no fue plasmado en un libro: Polidori sólo le dio vida en unas cuantas veladas poéticas, en las que su creación fue elogiada, y se suicidó antes de escribir el libro que había prometido.

Sin embargo, inspirado en este inquietante personaje, en 1819, el inglés de ascendencia alemana Ernesto Berchtold escribió una novela titulada El vampiro, que fue publicada por la revista New Monthly con una condición: que apareciera firmada por Lord Byron, quien gozaba de una adecuada celebridad para atraer lectores. Así fue, y antes de que el inglés desmintiera su autoría, se vendió una impresionante cantidad de ejemplares. Data de esa época la anécdota que Goethe leyó la obra y la calificó como lo mejor del poeta inglés. Larga vida y salud para el canallesco Lord Ruthven auguraron sus cada vez más gruesas legiones de lectores con la inmediata proliferación de sectas, estudios, obras teatrales y óperas que giraban en torno al personaje. El furor que produjo en Londres este vampiro humano fue realmente grande, al punto que la iglesia hizo escuchar una airada advertencia, a mediados del siglo, considerando perverso todo lo relacionado con el vampirismo, y amenazando a sus seguidores con excomulgarlos.

La euforia suscitada fue ideal para que el escocés James Malcolm Ryder publicara en 1847 una extensa novela de título: Varney el vampiro o la fiesta de la sangre, otro éxito de librerías pese a sus excesos góticos y su mal diseñado personaje. Sobre el tema escribe Marco Rivera: "Su protagonista, Sir Francis Varney, tenía tal capacidad de resurrección (sobrevive incluso a la famosa estaca en el corazón) que aparecía ridículo y caricaturesco. Pero el ambiente gótico victoriano estaba demasiado inmerso en la moda vampiresca como para dejar de encontrar atractiva esta historia que, desde su publicación, se convirtió en un best-seller". Pero si algo debemos rescatar de esta olvidada novela, son los componentes tradicionales -como el temor del vampiro a la luz del sol, su vulnerabilidad ante las estacas de madera, su costumbre de dormir en un ataúd- que más adelante cobrarían inmortalidad.

Medio siglo después, tras varios años de investigación, llegó la novela de Bram Stoker, en realidad la obra cumbre del vampirismo. Poco se conoce de la gestación de este libro, pero se dice que Stoker fue inspirado por una de sus pesadillas, debido a un atracón de cangrejos, y que la redacción del libro se debió a una apuesta entre el autor y Enrique Irving, quien desdeñaba el talento del irlandés para componer una novela gótica.

Otra versión señala que fue el trotamundos húngaro Arminio Vamberry quien, en realidad, influyó sobre Stoker con sus tremebundas historias de vampiros del este europeo. Es probable que el propio autor no conociera bien la leyenda de Vlad Dracul de Valaquia, puesto que en muchas ocasiones afirmó haber sido inspirado también por un "conde que vivió en Transilvania y era especialmente cruel con sus enemigos de la aristocracia".

Como fuere, desde su aparición la novela ganó una inmensa audiencia, fue traducida a los más importantes idiomas, y múltiples compañías teatrales empezaron a disputarse sus derechos de autor (se dice que el más beneficiado en este aspecto fue Enrique Irving, quien maniobró empresarialmente para apoderarse de los derechos de la adaptación). La pericia de Stoker, que a la sazón contaba ya con la novela El paso de la serpiente (1890), se hizo patente con esta novela. "El texto combina múltiples narradores y distintos tipos de material narrativo: cartas, textos periodísticos, entradas de diarios, bitácoras y hasta transcripciones fonográficas. Asimismo, el ambiente gótico recreado es insuperable y encajó perfectamente con la moda oscura y de terror del Londres de aquel entonces", afirma Marco Rivera.

El personaje principal de la novela no es ya un lord, ni un barón, ni un duque, como en las historias predecesoras, sino un conde resurrecto de apellido Drácula (nótese el acercamiento al nombre del rey Vlad) que habita en un neblinoso castillo de Transilvania y vive de beber la sangre de sus víctimas. En contraposición a la imagen atildada de los vampiros anteriores, la del conde Drácula es decadente y repulsiva, y su entorno fantasmagórico, si bien ha sido ornado con los detalles de la mitología nórdica y los elementos ya descritos, se ha enriquecido hasta la galanura: Stoker dota de nuevas características a su vampiro, como su incapacidad para reflejarse en los espejos, su facultad de convertirse en murciélago, lobo o niebla, su vulnerabilidad no sólo ante las estacas y el sol sino también ante las rosas frescas, y su temible capacidad de hipnotizar a sus víctimas, peculiaridades que el cine, con la adaptación fílmica de 1922 de Wilhelm Murnau, explotaría hasta el límite. Muchos críticos de arte descubrieron en la propuesta de Stoker subjetivas referencias sexuales, conductas enfermizas y hasta un sutil regodeo en el sadomasoquismo, que el irlandés, paradójicamente conservador, deploró de plano.

Aunque la novela fue bien recibida por la crítica y el público, tuvo detractores, sobre todo uno de mucha influencia, H. P. Lovecraft, quien cuestionó duramente el tratamiento del tema y aseguró que el verdadero autor de la novela no fue Stoker sino un escritor fan tasma caído en la miseria que, a cambio de dinero, le entregó el manuscrito a aquél.

Bram Stoker murió en 1914 a causa de los estragos de la sífilis, pero su obra maestra, y más aun su inmortal personaje, le sobrevivieron largamente, tanto que a la actualidad se han escrito más de cien libros y rodado cerca de trescientas películas del género. Una de las más importantes novelas en los últimos años es Entrevista con el vampiro (1990) de Anne Rice, y una de las películas mejor logradas es Drácula de Bram Stoker, dirigida en 1992 por Francis Ford Coppola.

Pero el vampirismo no sólo fue tema de literatura de evasión; fue también abordado por escritores de pluma maestra como Petrescu, Sadoveanu, Iorga, Boksai, Benedet, Cankar, Cioran y sobre todo por el yugoslavo Ivo Andric, premio Nobel de literatura en 1961, quien supo acoger en su impresionante novela Un puente sobre el Drina elementos de la literatura oral de esas vastas regiones, detallando en los primeros capítulos el castigo del empalamiento, el enterramiento prematuro durante la construcción de los puentes, y el vampirismo desde la perspectiva campesina.
 

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