Sandro Bossio
Novela e historia<br>Dicotomías en la mesa Novela e historia
Dicotomías en la mesa


Por Sandro Bossio
Fuente: Identidades 88. El Peruano, Lima 04/07/05

Ficción y veracidad histórica no tienen por qué ser conceptos radicalmente opuestos. En la novela histórica, ambas pueden armonizar si el escritor ha sabido congregar en su escritura métodos y elementos historiográficos presentados en forma artística.

La novela histórica -un género que empieza a ponerse de moda en el Perú al influjo internacional- aprovecha el límite entre la ficción y la historia, un límite cada vez más polémico por cuanto en él se enlazan los cabos de la ciencia histórica y de la literatura; es decir, de la verdad y de la mentira.

Sobre el tema, Valeria Grinberg Pla dice que "la sola comparación de las novelas históricas con los estudios históricos (o los epígonos más o menos recientes de los mismos) nos remiten a una controversia nacida el día en que la historia se hizo literatura, y, por qué no, la literatura historia. He ahí el marco de esta polémica que, por definición, envuelve a la novela y a la historiografía" (1). Nosotros agregamos que el de la novela en razón a que es el género literario al cual está sometida, y el de la historiografía debido a que con ella comparte no sólo tema, sino también objetivo: la escritura de la historia.

A partir de las coincidencias y las divergencias entre la historia y la novela histórica, el análisis discurre por las más diversas rutas para explorar los puntos de confluencia de las dos disciplinas narrativas. Así, los problemas en torno al género planteados son, en primer lugar, el punto de encuentro entre la novela histórica y la ciencia histórica contemporáneas (y las múltiples cuestiones que éste dimana); los recursos que aprovecha el novelista para cubrir los vacíos históricos; y la condición social de los personajes en este tipo de narraciones en el Perú.

Respecto a lo primero, es claro que la novela basada en hechos comprobables, surgida en el siglo XIX, germinó de las entrañas de la metodología positivista de la historia, pero con una característica propia: libertad para recrear los hechos y poca afinidad con los modelos historiográficos. Con ese espectro, es lógico que los teóricos de la historiografía (Hayden White o Jacques Le Goff) nieguen a las obras literarias históricas como fuentes científicas para el conocimiento de la historia, aunque resulta intolerante que piensen que, por su condición fictiva, la novela histórica no entrañe información, ambientación y testimonios sociales y generacionales fidedignos. En otras palabras: la novela histórica no está escrita para servir como fuente histórica, sino para ser utilizada como fuente testimonial de un pasado recreado sobre la base de la historia.

Por otro lado, y ya en el plano estrictamente literario, cae en la obsolescencia la percepción de que la novela histórica, por los temas que aborda, incurre siempre en un esquematismo técnico y estructural. Esto porque la novela histórica no ha sido ajena a la evolución de las técnicas literarias: no es de extrañar que así como la escasa ficción histórica peruana del siglo XIX se inscribe por sus procedimientos narrativos en el realismo y el costumbrismo, las obras históricas actuales se agreguen a las tendencias novelísticas contemporáneas. Vale decir que los relatos actuales de este género no apelan a la retórica, ni a la grandilocuencia ni se cobijan ya en los conocimientos de la novelística de otra época, sino que utilizan recursos narrativos acordes a la época y a las necesidades expresivas (sobre todo las referidas a técnicas narrativas innovadoras, como los monólogos interiores, la multiplicidad de puntos de vista, o la reflexión metatextual del proceso de escritura e intertextualidad). Como ejemplo, y sólo tomando en cuenta sus novelas históricas, sirven el estilo realista monoperceptivo de Walter Scott en el pasado y el estilo moderno multiperceptivo de Mario Vargas Llosa en la actualidad.

En relación con el segundo tema, circunscrito en la licitud de los métodos que el novelista emplea para cubrir los vacíos históricos, debemos partir marcando la diferencia entre la historia y la literatura. Adolfo Cisneros nos ilustra: "Sabemos bien que lo que escribe el historiador es comprobable en la realidad y se supone legitimado en lo real, mientras que existe la otra versión, la literaria, que no necesita ser sometida a un riguroso examen de criterios de verdad extratextuales" (2). Alberto Julián Pérez explora esta misma hipótesis con otras palabras: "Si la historia es lo que es, o lo que fue, la literatura es lo que no es, es ficción, y trata de lograr por medio del juego de las palabras que lo que no es, sea" (3).
Tomando en cuenta estas razones, inferimos que el novelista no está en la obligación de regirse por una severidad histórico-cronológica, pues su objetivo no es científico, sino, sobre todo, estético (descontando lo social), y dispone de toda la potestad de "reinventar" la historia. No obstante, es claro que la creación de esa falsa realidad histórica se debe basar en un minucioso estudio del pasado, haciendo uso de las mismas fuentes y ciencias alternas que el historiador para que el resultado revierta solidez y verosimilitud. Por medio de un procedimiento diferente (recrear la historia sin documentación histórica), algunos autores europeos, por ejemplo, cometen descomunales desbarros al "inventar" para sus novelas un imperio incaico alfabeto, lleno de vacas y mujeres rubias, y ejércitos con armas occidentales, todo lo cual obra a favor de la originalidad del libro, aunque en contra de la persuasión literaria.

Los personajes de la novela histórica -al igual que la ambientación social y arquitectónica de épocas pasadas- son otras cuestiones que llaman a la reflexión. Resulta curioso, pero los actuantes de las novelas históricas peruanas, casi en su totalidad, han sido recreados bajo dos peculiaridades comunes: carencia de identidad y marginalidad social. Nuestra literatura histórica última privilegia, así, a actores entregados al arte y a la erudición; seres que, por letrados o artesanos, se convierten en figuras representativas de los conflictos novelescos históricos.

En resumen, podemos afirmar que la novela histórica peruana, habiendo evolucionado al mismo ritmo que las tecnologías literarias y habiéndose servido de ellas igual que cualquier otra especie narrativa, se enlaza con la historiografía en el empleo de fuentes y métodos de investigación; rutina imprescindible para conseguir la esencia persuasiva de la obra.
 
 

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