Por Rafael Robles
Fuente: Domingo. Suplemento de La República, Lima 21/06/09
http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20090621/24/node/201330/todos/1558
Acaba de publicarse “La paz de los vencidos” (XII Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro del BCR), la historia de un inmigrante peruano y su pequeño grupo de outsiders en la Tenerife de los años noventa. Con este libro, de no más de 200 páginas, Jorge Eduardo Benavides confirma por qué ocupa un lugar de privilegio dentro de la narrativa peruana contemporánea y le da un giro de 180 grados al perfil que sus lectores nos habíamos formado de él.
Sentado sobre una de las butacas de un conocido café miraflorino, con el buen humor del hombre que atraviesa por un gran momento, Jorge Eduardo Benavides confiesa haber sido el primer sorprendido cuando recibió la llamada del Banco Central de Reserva. “Yo estaba tomándome una copa con mi novia. Cuando contesté y dijeron de parte de quién llamaban, pensé que no había pagado los impuestos y que me habían pillado, hasta que me explicaron que era por lo del premio”.
Aun cuando es el autor de una serie de novelas que giran en torno al poder político (“Los años inútiles”, “El año que rompí contigo” y “Un millón de soles”), el escritor arequipeño conserva una actitud optimista frente al futuro de nuestro país, al que visita cada vez que su trabajo como profesor en el extranjero le otorga un respiro. “El Perú que yo dejé era desastroso, con una inflación vertiginosa, un gobierno infame, el terrorismo, las bombas, el parque automotor más exhausto de América Latina y ninguna esperanza en la gente. Hoy estamos yendo por buen camino, aunque a paso lento”. Su carrera como novelista, por el contrario, se mueve vertiginosamente entre librerías españolas y condecoraciones de nivel internacional. Benavides, sin entrar en el ejercicio literario del raje, ha publicado cinco libros en siete años y, le pique a quien le pique, todos son de excelente factura.
–Dicen que todos los libros esconden una historia detrás de su publicación. ¿Cuál sería esta en el caso de “La paz de los vencidos”?
–Yo escribí esta novela hace diez años, pero no quería publicarla en medio de las que forman mi trilogía política. Ese fue el motivo por el que recién decidí sacarla a la luz. Un día me metí a una página web que habla de concursos y vi el del Banco Central de Reserva, que yo considero prestigioso. Esto ocurrió cuando faltaban solo quince días para el cierre. Fue gracias a mi amigo Richard Primo que pude participar, él fue quien me ayudó a imprimirla y entregarla en el Perú.
–¿Es difícil enfrentarse con un texto después de una década? ¿Cómo lo tomó tu lado autocrítico?
–No la hubiera enviado al concurso de no creer que estaba absoluta y minuciosamente trabajada. Yo no soy la persona más indicada para decir si es buena o mala, pero sí que está corregida y editada.
–Pero sí admitirás que es una novela muy diferente de lo que se ha leído de ti anteriormente.
–Sí, los lectores van a encontrar una historia sencilla y al mismo tiempo con una cierta dosis de complejidad. Van a encontrar la perspectiva de una persona inmigrante y la extrañeza que representa vivir en otro sitio y acomodarte a otra realidad tan parecida y al mismo tiempo tan lejana como es la española. Y sobre todo van a encontrar un poco de la vida de una parte de España que es Tenerife, lo más similar que hay a Hispanoamérica. Es como si fuera un país sudamericano próspero.
–Se toca entonces el tema del peruano inmigrante, una constante en las novelas de los autores de tu generación, como “Memorias de una dama”, de Santiago Roncagliolo, “Paseador de perros”, de Sergio Galarza y hasta el premio BCR del año pasado, “Entre el cielo y el suelo”, de Lorenzo Helguero.
–Es una feliz coincidencia. En todo caso es una historia que habla de cuando empezó la inmigración. No hay conflictos raciales, no hay once de setiembre, no hay celulares, las cartas eran de papel, llamar por teléfono era carísimo, no existía correo electrónico. Una persona que vivía fuera de su país estaba aislada.
–¿Padeciste lo que otros escritores para establecerte en España?
–Cuando yo llegué lo primero que hice fue trabajar como obrero de construcción. Luego lavé platos para toda mi vida. Estuve en mil cosas hasta que entré a trabajar en prensa y poco a poco fui haciéndome de un lugar en esa sociedad. Es una situación que puede resultar difícil, pero hay que aguantar.
–Aparte de la condición de inmigrante, tu protagonista también muestra ambiciones literarias. ¿Qué tanto hay de Jorge Eduardo Benavides en él? ¿Tu padre tampoco te apoyó en la idea de vivir de la literatura?
–No, por el contrario. Hay un contraste bien grande. Mi padre siempre me apoyó para que hiciera lo que quisiera. El mío es un personaje que, más que contar su experiencia, es un observador de lo que sucede a su alrededor.
–¿Y puedes vivir de la literatura?
–Yo siempre digo que vivo de la literatura, pero no de la mía. Hace mucho tiempo me dedico a los talleres de creación literaria. Llevo uno en Ginebra, otro en Miami y uno más en la Universidad de Viena. Además acabo de crear el Centro de Formación para Novelistas, en Madrid, en el que brindamos asesorías para novelistas profesionales o amateurs. Ellos nos envían sus textos y nosotros les proporcionamos informes de lecturas, correcciones y contactos con editoriales.
–Es un negocio que sonaría descabellado en el Perú.
–Claro. En España hay un mercado editorial muy potente. Hay muchos escritores que tienen obras pero todavía no pueden publicar.
–Aquí hubo algunos comentarios malintencionados que intentaron restarle mérito a “La paz de los vencidos”, basándose en la amistad que te une con Alonso Cueto, uno de los cinco miembros del jurado.
–Me parece una tontería porque ¿cuántos escritores somos? Tarde o temprano a alguien le tocará estar de jurado. Además Alonso es una persona absolutamente decente, que no se metería a hacer eso y yo tampoco tengo la necesidad de hacerlo. Cuando Santiago Roncagliolo ganó el Premio Alfaguara, Fernando Iwasaki estaba en el jurado. A nadie se le ocurre pensar que Iwasaki ha hecho algo para que gane. Es algo que no tiene mucho sentido.
–¿En España también se ven este tipo de envidias contra el exitoso?
–Supongo que es cierta la frase que dice: “En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solamente se cuecen habas”. Yo entro muy poco a los blogs, pero hace unas semanas un escritor venezolano me confesó que había visto blogs de todo tipo, pero que los peruanos eran como pasar por el callejón de las siete puñaladas.
–¿Qué estás escribiendo ahora?
–Hace tiempo que estoy trabajando en una novela que ocurre en ocho ciudades que a mí me gustan mucho, como Damasco, Venecia, Nueva York, Ginebra y Cuzco. Es una historia muy sencilla, más en la línea de “La paz de los vencidos”, con un solo personaje y una mirada en primera persona. Trata sobre la identidad, pero no puedo adelantar mucho más porque la estoy terminando y todavía no sé si pueda tener cambios.
–¿Trabajas mucho para escribir, corregir y editar una novela?
–Escribir es un trabajo que requiere de toda tu disponibilidad y yo, desde que estoy en España, he intentado (y conseguido) que mis trabajos me dejen mucho tiempo para escribir. Actualmente puedo hacerlo por las mañanas, de nueve a dos y media de la tarde, con mucha disciplina. Entiendo que nadie tiene ni el tiempo ni la vida ideal para escribir, y como no existe te la tienes que buscar, algo que no me parece malo, al contrario, yo me siento muy feliz por eso.
–Por último, ¿qué harás con el dinero que te dieron por el premio?
–Lo voy a donar íntegramente a la Fundación Jorge Benavides para ayudar a Jorge Benavides (risas).