Los perros hambrientos, novela fundacional
Por Moisés Sánchez Franco
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 28/07/07
http://www.elcomercio.com.pe/EdicionImpresa/Html/2007-07-28/ImEcDominical0761196.html
El escritor noruego Knut Hamsun en su novela Sult (1890) describió, de manera contundente, la capacidad deshumanizadora del hambre, al narrar la aventura de un periodista que termina masticando madera para aplacar el intenso clamor de su estómago vacío. Es muy probable que Ciro Alegría haya conocido el texto de Hamsun. En Los perros hambrientos (1938) configura de manera visceral el enfrentamiento del hombre contra la amenaza principal de la condición humana. Esta vez el hambre destroza la dignidad de toda una comunidad de la sierra norte peruana, la cual es incitada a cometer actos tristes y despreciables para enfrentar la sequía y salvaguardar a toda costa la vida.
La historia literaria nos dice que Alegría escribió Los perros hambrientos cuando convalecía de tuberculosis en un sanatorio. Tal vez durante esas pequeñas treguas que le otorgó la enfermedad, Alegría imaginó los hilos conductores de la historia, los perros pastores del cholo Simón Robles: la matriarca Wanka y su descendencia Güeso, Pellejo y Zambo. Porque en la novela los perros tienen un papel protagónico al lado de Simón Robles, el crítico y piadoso narrador oral, y los otros personajes que dotan al texto de una presencia múltiple, comunal: la pastora Antuca, Martina y su hijo Mateo y los bandoleros Julián y Blas. No obstante, la voz y el pensamiento de los perros llaman la atención del lector contemporáneo. Pero, ¿de dónde proviene esa fascinación de Alegría por dotar a los perros de un mundo interior y de una voluntad irredimible?
Jack London ya les había otorgado voz y pensamiento a los perros en cuentos como La hoguera (1908) o en novelas como Colmillo blanco (1906) y El llamado de la selva (1903). En dichos textos, se describe a los hombres y animales de las gélidas tierras de Alaska de fines del XIX, una realidad tan agreste y hostil como la de la sierra norte peruana. Al parecer la descripción de una sociedad sumida en una naturaleza adversa permite a los narradores abolir las distancias que separan lo humano de lo bestial. Por si fuese poco, los textos de London y Alegría comparten el aliento trágico de la narración, la preferencia por el personaje aventurero, la descripción sobria de los horrores de la muerte y el protagonismo de la inmisericorde naturaleza (en London, el frío polar; y en Alegría, la sequía).
En nuestro medio, plantear que un conjunto de textos extranjeros ajenos al naturalismo y al romanticismo ha influido en uno de nuestros clásicos indigenistas puede ser tomado como una profanación a un santuario. Es claro que existe una tendencia a creer que la novela latinoamericana ligada a la tierra surge de la pura observación de escritores sensibles y comprometidos o de la lectura de otras novelas latinoamericanas relacionadas con el tema. Acaso esto se deba a que los novelistas del boom hispanoamericano rechazaron y trataron de sepultar a toda la literatura latinoamericana que los antecedía, y se instauraron como los primeros escritores que adoptaban las técnicas modernas y procesaban la lectura de los libros extranjeros en el continente. Sin embargo, en Los perros hambrientos, Alegría muestra toda su pericia literaria y el gran conocimiento que poseía de la literatura de su tiempo, al utilizar técnicas narrativas novedosas para la época, como el estilo indirecto libre y la efectiva interpolación de microcuentos orales.
Una novela fundadora
Conocer sus influencias extranjeras, nos obliga a preguntarnos qué otros secretos guarda esta novela. Pensemos que Alegría configura todo un cuadro social sin mencionar una localidad precisa. Constantemente, menciona como escenario de su historia palabras genéricas como "puna", "cordillera andina" o "sierra norte". No obstante, es posible advertir por señas topográficas el mundo representado en Los perros hambrientos. Por ejemplo, la mención de los cerros Huaira, Rumi y Manam en el conmovedor episodio donde el niño Mateo, acosado por el hambre, muere en su viaje inútil hasta la casa de Simón Robles. Esta mención nos permite saber que un escenario de la historia es Cajamarca. Pero, ¿por qué el narrador oculta esa información al lector? Posiblemente Alegría tenía dos pretensiones: primero presentar un cuadro amplio sobre la rudeza y penuria de la feudal sierra norte peruana y segundo dejar entrever la ausencia del Estado y sus órganos articuladores e integradores, como son los topónimos, que permiten las divisiones políticas y administrativas en departamentos y ciudades. Para el narrador peruano, el Estado en aquellos terrenos está ausente y cuando se hace presente se convierte en un agente del caos, en un verdugo implacable, como el corrupto subprefecto don Fernán Frías y Cortés o el sanguinario alférez Chumpi.
En todo momento, Alegría nos presenta una realidad que, desde su parecer, el lector desconoce. Por ello, es fácil encontrar frases donde opera una mirada antropológica, didáctica y generosa: "Las indias que se entregan en los campos no lo hacen por plata. Se acuestan sobre la ancha tierra y, mirando el cielo azul o las estrellas, reciben al hombre noblemente y una ruda y pura voluptuosidad les alumbra la vida".
La famosa estudiosa americana Doris Sommer piensa que la narrativa latinoamericana del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX fue un instrumento muy útil para construir los cimientos nacionales en América Latina, pues novelas como María (1867), Amalia (1851) o Doña Bárbara (1929), ayudaron a integrar paisajes y comunidades y ampliaron los horizontes de representación y reflexión del imaginario colectivo; acaso en el Perú ese proceso de adopción de otras realidades ajenas a las ciudades letradas ocurrió de forma más lenta y tardía. Por ello, en Los perros hambrientos, Alegría pretendía mostrar una realidad ignota para el lector de 1938. Cabe preguntarnos si casi setenta años después la nación peruana ha terminado de configurar su estructura social y ha podido articular a esas comunidades descritas o, en su defecto, si el hombre de la sierra norte o del ande sigue siendo, como en la época en que Ciro Alegría convaleció de tuberculosis, una realidad ajena y negada para nuestra nación.