Eduardo Adrianzén
"Yo manipulo emociones"

Por Miguel Ángel Cárdenas M.
Fuente: El Comercio, Lima 11/07/05

Eduardo Adrianzén cumple diez años como dramaturgo con la obra "Azul resplandor", en el teatro Británico. También veinte años como guionista de miniseries y telenovelas desde "Carmín". Su éxito empezó con "La Perricholi", hoy ha escrito la historia de Villa El Salvador.

Una bomba molotov casi le parte la cara pálida. Quizá el virus de sus historias lo inhaló en los años 80, cuando desistió de matricularse en la Universidad Católica, como lo exigía la tradición familiar, y optó por San Marcos, en la época en que "era la caldera del diablo" del terrorismo. Eduardo Adrianzén tenía 16 años --ya han pasado veinticinco-- y la hiperrealidad le inundó y escurrió las alas al muchacho que desde los 11 años grababa en caset los diálogos de las telenovelas mexicanas de los años 70 como "El milagro de vivir" o "Mañana será otro día", para luego tipearlos en una máquina Olivetti y analizarlos.
 
¿Te molesta que nadie se olvide de que fuiste El Esclavo en la película "La ciudad y los perros"?
Como Juan Manuel Ochoa que se quedó con el Jaguar, ja ja ja... Fue solo una diversión, un vacilón. Me sirvió para empezar en "Carmín", como asistente de Augusto Tamayo, el editor de "La ciudad y los perros". A él, precisamente, le debo la carrera. Cuando se fue para una beca me dejó en el staff de escritores. Yo siempre quise escribir para televisión. En "Carmín" aprendí a escribir cosas para que los actores se lucieran, así como a que el escritor es parte de un proceso y no alguien que vive en su torre.

Tus guiones cuestionan siempre la idea de belleza, cuando hiciste "Regresa" declaraste que te gustó Lucha Reyes porque "era mujer, pobre, negra y fea". Has escrito "Demasiada belleza" sobre un hombre de gran nariz... ¿Te obsesionan los estereotipos sobre lo bello y lo feo?
Sí, "Qué buena raza" también. Debe ser porque siento que una vez que pasan todas las modas y las corrientes de ideas, la única realidad concreta es tu propio cuerpo, que sobrevive a todo, tu propio físico que se va transformando con el paso del tiempo.

Y miras ese tiempo con nostalgia. Se siente en tus obras de teatro, con aquel padre hippie y su hijo yuppie en "El día de la luna" o la miniserie "Bolero"...
Yo no soy nostálgico porque no extraño nada. Pero funciona muy bien para la dramaturgia. Aunque mi defecto es tratar de explicármelo todo, ser reflexivo, lo que es un lastre que trato de quitarme.

Es evidente, además, que tienes una tendencia a los personajes marginales: Tatán, Chacalón, Sarita Colonia...
Es que tienen vidas novelescas. Alguien con plata no sabe qué es no tener para comer, vivir perseguido, que te choleen y que te traten mal. Los marginales te dan material porque te dan conflictos, porque tienen obstáculos para todo. No los escojo por ninguna cuestión emocional, sino práctica.

"Los de arriba y los de abajo" fue un hito, era la asunción de los migrantes en una ciudad mestiza y segregadora. ¿Te consideras un observador de esta nueva Lima?
La suerte de "Los de arriba..." es que respondió a un momento social y político del Perú, en el cual se creía que éramos una nación moderna de jóvenes neocapitalistas, empresarios pujantes y optimistas. Todo esto se fue al demonio, no es igual ahora y no fue igual en los años 70. La televisión anda por detrás de la sociedad, coge lo que ella le da, no es precursora ni adelantada. "Los de arriba..." recogió esa sensación optimista. Ahora puedes decir que Chacalón y la nueva serie sobre Villa El Salvador recogen más la sensación de conquista provinciana.

¿Pero no hiciste una idealización con Chacalón? Quizá Dina Páucar o Los Olivos puedan representar el sector próspero, pero él era más "el otro migrante", el que rozó lo criollo, La Victoria, y se volvió 'achorao', lumpen...
Sí hubo una idealización y fue consciente. El personaje tenía aristas bien duras, me hizo recordar mucho a Tatán, que sí fue un delincuente real. Él representa al hijo de provincianos que sale adelante con algo que te condena a morir de hambre, como es el arte. Se idealizó, sí, porque lo contrario era traicionar el mito popular. Deconstruir los mitos es tarea de sociólogos.

¿Pero no caes en la moralina, en la intención de ser edificante?
Es espantoso, lo ideal es que la moraleja pase bien piola. Sí, es cierto que uno puede caer en el defecto de ser discursivo y sonar a ONG, es el gran peligro.

En tus trabajos hay una presencia de lo religioso que parece obsesionarte. En "Sarita Colonia", en "Eva en el Edén"; en teatro, con "Cristo Light", con "Espinas", sobre las amigas de Santa Rosa.
Debe ser que no he tenido formación religiosa, mi viejo es agnóstico, mi mamá es esa cosa ambigua peruana de quien cree y no cree. Yo soy panteísta, medio budista. Pero me ha parecido fascinante la religión como institución, cómo funciona ese edificio mental que es la ideología judeocristiana.

Nunca le has hecho ascos a la política, ¿no? Siempre aprovechas coyunturas para incluirlas. ¿Nunca te censuraron?
La televisión peruana es un medio muy especial, te permite 'deschavarte' o trabajar el tema que quieras porque lo único que te pide es ráting. Eso es lo que no saben muchos creativos de televisión que se autocensuran, la televisión te aguanta lo que el ráting aguanta, ya está en ti hacer de eso una basura o algo interesante.

¿Y no tienes autocríticas de cómo se manejan las telenovelas comercialmente? En esta tuya última, "María de los ángeles", hay actores que protestan por lo bajo por haber traído un actor extranjero que no marca la diferencia.
Los factores son más complicados de lo que pueda opinar un actor. Nadie hace bestialidades a propósito, las que cometemos las hacemos de buena fe, no hacemos un budín a propósito. Luego uno ve que metió la pata hasta la cadera, y claro, hay que ser autocrítico para reconocerlo.

Ahora has pasado de Michel a Michelle. Con Michel Gómez tienes una relación conflictiva...
Ese nombre me persigue. Con Michel tuve una bronca pública que ojalá nunca vuelva a pasar, yo trabajé con él del 90 al 98, nos 'bronqueamos' terrible por la telenovela "Amor serrano", luego trabajamos en el 2001 hasta el 2004. Y ahora no estamos peleados, él tiene un rumbo que ya difiere del mío.

Michelle Alexander tiene una leyenda negra...
Es muy buena. La primera miniserie que ella dirige es una mía, "Las mujeres de mi vida", en el año 92, en que debuta Javier Echevarría. Ahora nos reencontramos para Chacalón y para lo de Villa El Salvador y me ha sorprendido lo fluido de su trabajo.

¿Por qué las telenovelas brasileñas siempre son las mejores?
No podemos estar en un mismo saco con ellas. Yo los invito a que vean la cantidad de recursos que movilizan, es un país con 180 millones de habitantes, con una competencia asesina, con presupuestos de 120 mil dólares por capítulo. Con eso yo me hago dos miniseries.

Pero el presupuesto es una excusa. Por ejemplo, en el cine, si comparamos el último bodrio de Spielberg con una película argentina extraordinaria como "Historias mínimas", no es cuestión de gran presupuesto...
Claro. Lo que sí podemos exigir es parecernos a la telenovela brasileña en la dramaturgia. Yo las veo desde 1979, con "Isaura la esclava", la primera que llegó al Perú. Aprendí portugués para no verlas dobladas. Pero aquí tenemos una cultura más de telenovelas mexicanas.

Que son esquemáticas, con un estándar de sobreactuación ...
Responden a una ideología, la del PRI que dominó México por 71 años; que eran tan capos que infiltraron sus contenidos ideológicos, conservadores, machistas, de inmovilismo social. Y Televisa es su producto. En cambio en el Perú la libertad temática es envidiable, en México me hubieran censurado. Aunque la competencia, Televisión Azteca, tiene el otro extremo, que es la pedantería seudointelectual.

¿Y qué te parecen las telenovelas venezolanas?
Es el único país que en los años 70 el Gobierno estableció por decreto cuántos capítulos debían tener y cuál sería su contenido. Los venezolanos cuando quieren hacer las cosas bien las hacen muy bien, pero cuando tienen pereza las hacen como el 'orto'.

Supongo que para ti no es lo mismo escribir para televisión que para teatro. El texto teatral tiene valor literario, que trasciende.
Es otro disco duro. Tienes que tener un cuidado por la palabra. La televisión es el brochazo, el teatro es más de detalles. La dramaturgia televisiva es caótica y es una manipulación absoluta y total de las emociones y no hay que tener miedo a decirlo. En el teatro te puedes dar el lujo de ser más impúdico. La televisión tiene que ser un producto en conserva. Lo que siento cuando tengo éxito en televisión es "ay, vendí bien mi truco", lo que siento en el teatro es "uy, diablos, qué fuerte, me vieron calato". En el teatro tienes que ser honesto, para ser tramposo tengo la televisión.

"Azul resplandor", tu última obra, es divertida, pero controversial. En la literatura está de moda criticar a las argollas, y tú denuncias también a las élites.
Las argollas están para ser rotas, para entrar en ellas, para cambiar o expandirse, y existen en todas partes, en el magisterio, en el periodismo, en las iglesias. No creo que la argolla per se sea mala, acá hay una de gente extraordinaria que hace el mejor teatro que yo veo, concretamente la de la Católica, de un rigor impresionante. Son gente que se ha sacado la mugre más de 20 años para pertenecer a un patronato. La otra argolla saltimbanqui de Comas hace bien su chamba con zancos, máscaras y contenido político. También la que monta "Hay un negro en mi cama. Versión libre de Otelo" en el Canout. Lo que friega es la gente que lo hace mal.

¿No te incomoda que exista algún director de teatro pretencioso y vanguardista como tu personaje en la obra, que se haya sentido tocado?
Espero que no, porque sería paranoia, me daría mucha pena, diría que esta obra habla de mí, de mis miedos y obsesiones, si quieren encontrar a quien se parece. Todos los que trabajamos en teatro pasamos por el mismo problema de que somos un arte de minorías... La vida entera me la he pasado tocando carne, pero siempre sin mala leche. Aunque con los políticos sí, no tengo problema en parodiar a un tipo tan desagradable como Rafael Rey y le pondré Rafael Príncipe en una novela diciendo sus sandeces. Pero en el teatro nunca.

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