Por Carlos Batalla
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 09/03/08
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-03-09/un-tributo-jose-adolph.html
Un tributo a José B. Adolph (Stuttgart, 1933-Lima, 2008), un escritor atípico en la tradición narrativa peruana.
José B. Adolph tuvo siempre la sana costumbre de no tomarse en serio. Lo dijo en muchas entrevistas, pues intuía que lo que importaba eran sus 15 o más libros, no él. Pero la verdad es que se equivocaba. Fue ante todo un narrador nato. De esos que no puedes dejar solo sin que, al poco tiempo, te reciba con un manuscrito recientemente escrito, en donde dejaba traslucir sus viejas manías, los nombres de recurrentes calles, o donde la realidad se convertía en un pretexto para la fabulación, la imaginación desbordante y la reflexión más profunda. Porque su literatura tenía todo ello, y sus historias se fueron convirtiendo en libros que surgían irreverentes, impetuosos e inesperados.
Que los escritores dejen huellas en sus lectores es una verdad de perogrullo; en el caso de Adolph no solo se cumple esta norma con creces sino que se amplía, puesto que su huella se prolonga a toda la literatura peruana de una manera peculiar. Lo peculiar radica en su aporte a un género casi olvidado o negado en la tradición literaria nacional: el de la ciencia-ficción.
En el Perú pocos son los escritores que se han atrevido a ser (digo ser, no parecer) anticonvencionales. Quizás la verdadera vocación literaria esté en ese grupo de "rebeldes con causa", en aquellos que han recorrido varios puentes culturales para vivir nuevas sensaciones, examinar nuevas miradas y vivir mundos posibles. Políticamente incorrectos o disidentes, los escritores como Adolph no tienen otra salida.
Aclaremos un punto: Adolph no escribió todo el tiempo en clave de ciencia-ficción. Su registro es, más bien, variado, heterogéneo; pero lo más vital de su obra sí puede ser considerada dentro de esas páginas dedicadas a la reconstrucción de mundos probables, con vuelos imaginarios que no hacen sino proyectar sutilmente miedos colectivos, de alcance universal.
Hay algo que debemos reconocer en la mayoría de los cultores del género de ciencia-ficción: privilegian los contenidos frente a la forma; perciben con más cuidado la construcción del mundo representado y menos los detalles de la forma, del estilo. En ese sentido, Adolph nunca dejó de ser un autor de ciencia-ficción atípico, pues no dejó de apreciar el cuidado de la prosa. Fue un autor con simpatías por el género, pero no un mariscal del culto. Siempre se sintió libre de entrar y salir de esos parámetros.
Camino hacia lo incognoscible
Su primer libro, El retorno de Aladino (1968) contiene diez relatos de cuidada prosa, en la que el mundo abordado es una ciudad real, Lima, pero marcada por la nostalgia y la bruma de las propias imágenes que se van hilvanando en la memoria del autor. Su estilo no deja entrever aún claramente ese rasgo crítico y mordaz que abundaría en sus libros posteriores, pero sí deja sentir su calidad poética.
Aunque se aventura a publicar con cierto retraso (visto generacionalmente), lo hizo -quizás por ello mismo- con una gran seguridad y destreza, ajena ya a los titubeos o desajustes de los aprendices. Con esa fuerza y firmeza estilísticas, Adolph logra sorprender al lector con dos obras que ven la luz pública casi simultáneamente: Hasta que la muerte (1971) e Invisible para las fieras (1972).
Estas series de cuentos dieron comienzo a una nueva historia. Publicados algunos de ellos en revistas o periódicos -lo que permitió incluirlos en la Antología de ciencia-ficción latinoamericana (Buenos Aires, 1970)- el contenido de Hasta que la muerte son 21 relatos cortos pero muy eficientes, donde el autor trata de explorar lo que sería una fijación en su obra inmediatamente posterior: los (des)encuentros entre "eros" y "tánatos", los principios de vida y muerte, respectivamente, presentes en la trayectoria y el destino de sus atormentados personajes.
Pero es precisamente en el último relato de este libro, el mismo que le da título, que Adolph publica una historia de ciencia-ficción, una entre muchas otras historias de esa estirpe. El relato "Hasta que la muerte" describe a una sociedad futurista, sin clases, donde hombres inmortales se enfrentan a un mundo en el que la muerte ha sido derrotada. El libro es una joya literaria, con historias de humor negro y reveladora además de una angustia existencial que irá matizando a lo largo de sus obras.
En la serie Invisible para las fieras, el autor refina sus instrumentos expresivos y acentúa su mirada incrédula y desafiante, plena de interrogantes y cuestionamientos a la existencia humana. A estas alturas, no hay duda que Adolph ya tenía conciencia de sus dominios y de sus recursos como narrador de calibre. Después vendrían dos libros más, Cuentos del relojero abominable (1973) y Mañana fuimos felices (1974), con los que termina una racha literaria admirable.
En el prólogo que Alberto Escobar escribe para el libro de 1973, se menciona un detalle importante. El reconocido crítico peruano pondera algo que había detectado en las obras que hasta ese momento había publicado el autor: "En cuanto crítico, me siento atraído por lo que denomino la autonomía del universo fabuloso en que discurren los personajes y acontecen las historias de Adolph".
Para Escobar, los personajes de Adolph están marcados por un mundo urbano obsesionado por la vigencia de "antiguos anhelos, de mitos sacralizados, de maneras de razonar que acaban siendo contradictorias y complementarias". Ese espíritu contradictorio provoca un desajuste "orgánico" e incluso "inconsciente", dice Escobar, sobre todo ante convenciones que se perciben como caducas, y ante las cuales no hay alternativa posible.
Esa sensación de "pérdida de un centro" es algo que se detecta también en las novelas del autor, sobre todo en su reaparición en la década de 1980, con Mañana, las ratas (1984), otra vez una historia de ciencia-ficción, futurista y fatal del destino humano, que puede interpretarse como sintomática del estado de ánimo colectivo de esos años, pero que concretamente es lo que el autor construye como un mundo paralelo al orden social establecido. Una Lima irreconocible se nos revela aquí como el espacio donde se exponen las bajezas y los delirios de una humanidad en decadencia.
Adolph profundizará esa mirada proyectiva, escéptica, sarcástica e inmisericorde, no en las novelas o libros de cuentos que vendrían aún en la década de 1980, sino en obras más recientes como La verdad sobre Dios y JBA (2001) y Un ejército de locos (2003).
Sin embargo, antes de ello el escritor incursiona en otros predios, por un lado con relatos más "personales e introspectivos" o con la "exterioridad de lo interpersonal" como leit motiv, como él mismo refiere, en La batalla del café (1984); y por otro, en la esfera de lo histórico con Dora (1989), donde intenta una novela histórica, cuyo centro es Dora Mayer, una de las más importantes luchadoras sociales de las primeras décadas del siglo XX en el Perú.
Antes de retomar su más radical mirada de las cosas, Adolph deambuló por el mundo de lo heterogéneo, por esa temática variopinta que significó el libro de cuentos Diario del sótano (1996), hasta llegar al nuevo siglo con una novela: De mujeres y heridas (2000). En esta trilogía formada por las historias "Ningún Dios", "Especulaciones sobre otro Barco" y "La profunda maldad del Universo", se remarca en un principio una mayor comprensión de las complejidades psicológicas y emocionales de los seres humanos, para finalmente volver a un conocido y acendrado descreimiento.
Una actitud así solo puede ser medida por los principios que la rigen, o, por lo menos, por los motivos que la mantienen vigente. En el caso de Adolph esas razones no eran ajenas a la búsqueda de los secretos de la vida, a la incrédula pero necesaria idea de que el amor y la esperanza pueden vencer a la muerte y al dolor.
Alberto Escobar, en el prólogo mencionado, decía algo que puede generalizarse a toda la obra de Adolph: "(El autor) tiene una extraña habilidad para conducir su relato hasta un grado en que la agudeza y el ingenio se tiñen de crueldad, de sarcasmo o cinismo, a fin de postular que el reconocimiento de la frustración es una forma de rebeldía moral". Una rebeldía moral que para José B. Adolph era la única forma de vivir con dignidad. Por eso escribía y por eso no cejaba en sus grandes temas. Como hacen los escritores de verdad.