Por Carlota Yauri
Fuente: La Primera, Huaraz, 19/08/08
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/huaraz/noticia.php?IDnoticia=5273
Hace poco han llegado a mis manos dos poemarios de Azágar (seudónimo del trujillano Santiago Azabache García). El primero de ellos, es de De piedra y mujer, editado por el sello limeño Arteidea el año 2004. Impreso en formato sencillo, este breve conjunto de poemas es, sin lugar a dudas, el jardín de entrada a su lírica, rica en matices, sabores y emociones.
Desde el principio es fácil percibir la forma cómo Azágar le ha conferido a la poesía cuerpo de mujer: “Pienso en esa mujer humedecida por la lluvia/Cuando la luna atina a mirarme/y hecho un bobo digo que la quiero”. Como una secuencia de ello, sentimos que el amor al arte no deja de estar presente en su obra, la pasión de crear, de entregar las energías a la poesía: “Entonces apuro el paso y me marcho a casa/Para escribir hasta agotarme”. Más allá, una oda a la familia, al hogar, dulce hogar: “Nuestra casa/es lo que separa al mundo de nosotros/lo que determina la calle sola y monótona”. Ya sea nuestro hogar modesto o suntuoso, significa para el sujeto poético un recinto sagrado de protección: “Esta casa/es nuestra paz y escapatoria/Dentro de esta intimidad/hemos vuelto a descubrir el fuego y acaso/nuestro primitivo instinto de vivir”.
Pero así como le ha entregado un cuerpo, Azágar también le ha otorgado un nombre a la poesía: María, la mujer con quien el poeta dialoga en sus versos. Ella es la que comprende su melancolía: “Al menos María me ama/aunque yo sea así de triste/en minúsculas”. Pero no solo es consuelo, sino también esperanza: “si espero algo bueno de esta vida/a María se lo debo”.
Su poesía refleja como un espejo su universo interno, ese lugar sagrado que todos poseemos y forma parte de nuestros más grandes tesoros: “tengo otro mundo, María,/que se borra en mis ojos/solo cuando duermo”. El poeta busca la aceptación a través de María: “Y el hombre/ que querías que yo fuera, María,/no lo soy/No puedo ser el hombre que querías/Que amara la calma/el empleo/la casa/la rutina”. Es un ser distinto, diferente a los demás, pero capaz de amar, así se confiesa ante María: “Soy rupestre y libre/en tu siglo de encanto/y te amo así, María”.
De piedra y mujer, de Azágar, es el punto de partida a una lírica nueva, capaz de seducir al lector a descifrar los mensajes ocultos de cada uno de sus versos; constituyéndose, sin duda, en un bello y bien logrado poemario.
El segundo libro es En noviembre y otros días (Ornitorrinco editores, 2007), donde hallamos una prueba de que la verdadera belleza se encuentra oculta dentro de la simpleza de la vida y hay que saber apreciarla con el corazón. Es esa la manera correcta de sentir este bello poemario. Digo sentir, porque la poesía está hecha para dialogar con el espíritu. En noviembre y otros días está dividido en cinco partes: Las notas mágicas, Eternidades, Piedra de silencio, En noviembre y otros días y Ya no llores.
Todas estas secciones están unidas hacia el mismo propósito: ser un espejo para el lector, que fácilmente se identifica en los versos; ya sea por la remembranza de un amor idealizado, que todos hemos sentido alguna vez, y que luego atesoramos en el lugar más sublime de nuestros recuerdos, pero que lamentablemente nunca vuelven a nuestro presente: “¡Cómo quieres que te quiera!/si entre nosotros jamás hubo besos/ni abrazos/ni cabezas atrapadas…”. La pasión de crear, de entregarse a la poesía sin poner medida, sin que nada más importe: “y si me han creído un loco/y me he sentido cerca de la muerte/ si no he sido feliz/fue por escribir poesía”. La soledad de la creación. Esa soledad incomprensible, pero necesaria que es alegre y triste a la vez: “flores negras crecen al pie de las sementeras/porque mi soledad es una alegría/difícil de aclarar”. La cercanía del verano, con la alegría del sol que comienza a alumbrar con sus rayos, unida al regocijo de retornar al hogar: “Más que en abril/en noviembre he vuelto a casa/a mi pequeñez/a mi primera plana”. El retorno al hogar luego se torna triste, al descubrir que el paso del tiempo se ha llevado lo mejor: “He regresado a contemplar el jardín que no hay más en casa/Es una pena larga que en ella cada vez queden menos cosas de qué hablar”. El deseo de regresar a la infancia: “Más que en abril/en noviembre he vuelto a casa queriendo ser un niño más”. La vida mostrando su fugacidad: “una rosa nace/otra muere”. Nuevamente la vida, pero esta vez, oponiéndose a la muerte: “El día que muera/voy a morir sonriendo la pluma entre los labios/y mi último verso no querrá morir/pues mi alma no querrá marcharse”. El anhelo por recuperar lo perdido, y otra vez la alegría del verano derrotando a la tristeza del otoño: “Más que en abril/en noviembre he soltado mis alas/para caminar/para encontrar mi almohada/mi paz soñada/queriendo erigir una mañana”. Otra vez la soledad, reflexionando en nuestros pasos, aquellos que hemos dado a lo largo del camino de nuestras vidas: “he conversado a solas con mis zapatos/en un andén del mundo”. El sentirse un extraño, un incomprendido dentro del mundo, tal vez porque a veces el mundo gira sin nosotros: “Conozco mi tormento, alma,/sé de lo extranjero que soy en el camino…Del mundo que quise/que quise siempre como un tesoro y no lo tuve”.
Al igual que el poeta hindú, Rabindranath Tagore, reconocido por la belleza de sus versos; la lírica de Azágar no solo está cargada de hermosura, sutileza y lenguaje ágil, que atrapa al lector desde la primera página (pues leer este poemario es un premio, una bendición y a la vez una alegría), sino también de profundos pensamientos encerrados como una sorpresa, dentro de sus sencillos versos.