Por Ricardo Ayllón
Fuente: La Primera, Huaraz 27/08/08
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/huaraz/noticia.php?IDnoticia=5382
Dentro de las nuevas promociones de poetas peruanos, surge Harold Alva (Piura, 1978), autor de seis poemarios y conductor del sello editorial Zignos. Su trabajo literario, integrando grupos de escritores y dirigiendo revistas culturales, ha ido de la mano con su estancia en diversas ciudades del país. Para hablarnos de poesía, su elemento primigenio, lo ponemos ante las siguientes preguntas.
Tu primer libro de poesía, Firmamento, es de 1996, cuando solo tenías 18 años (o quizá menos). Si bien es cierto que en la historia de la poesía hay un caso excepcional, el de Rimbaud, que a esa edad ya había publicado toda su obra, ¿no te parece que dejar a “un hijo” que vaya solo por el mundo con tanta juventud, es un riesgo?
Fue un riesgo, sí. Lo que pasa es que yo venía de publicar una serie de plaquetas y a mis 17 tenía ya un conjunto de poemas que para esa época sentía que podía presentarlos como un libro, les tenía fe. Es la razón por la que arriesgué, eran poemas bucólicos, casi como el canto del adolescente que llegaba a una nueva ciudad y quería que conocieran su experiencia.
¿Y cuál fue el resultado de ese riesgo?
El resultado fue un golpe certero a mi vanidad. Yo sentía que era el poeta joven que entre sus contemporáneos tenía mayor destreza en el lenguaje. No fue así. Gracias a ese libro conocí a otros poetas que estaban a cuadras de distancia, adelante, en sus poéticas. Fue una puerta que se presentó y yo me atreví a cruzarla. Fue, digamos mi primera puerta.
Luego de haber cruzado algunas otras puertas por la poesía, ¿qué te ha dado la poesía en este pasadizo de riesgos estéticos y personales?
Me ha dado amigos, cómplices, tristeza. Pienso que estar en poesía es permanecer en un estado donde la nostalgia se ensaña –con toda la naturaleza del mundo– contra nosotros. Lo grave es que a pesar de esto no escapamos, seguimos allí, la enfrentamos en cada instante cuando liberamos nuestras manos sobre la página en blanco (o sobre el teclado). Ahora pienso que no estoy en ningún umbral, ni en ninguna parte; me he convencido que la poesía es un territorio imaginario cuya puerta de salida se abre con la muerte.
¿Y tú, qué le has dado a la poesía?
Espero haberle dado muchos dolores de cabeza. Honestamente, no pretendo darle nada a la poesía, si algo de lo que he escrito sirve para excusar su proceso histórico, bien. Por mi parte, es algo que se lo dejo a los investigadores. En todo caso, siempre me he parado con honestidad frente a ella, y lo único que tengo para darle es mi palabra y estos años sobre los que aún pretendo caminar sobre la tierra.
Tú procedes de Piura, luego estudiaste en Trujillo y, ahora, resides en Lima. De la misma forma en que te has desplazado físicamente, tu poesía debe haberse trasladado temática y estéticamente.
He vivido en Piura, Cajamarca, Trujillo, Tumbes y, desde hace diez años, en Lima. La primera vez que publiqué un poema fue en Tumbes, cuando tenía 12 años, allí el tema era el campo. Fue en Trujillo, sin embargo, donde conocí y aprendí teoría literaria. Mi primer grupo fue “Triángulo4”, éramos alumnos de derecho que estábamos más interesados en los surrealistas que en los códigos, entonces me dejé vencer por el poema y elegí a la poesía como acción para la vida. Cuando llegué a Lima ingresé al grupo “Neón”, a su segunda etapa, cuyos postulados ya habían dejado de ser la poética de la urbe y el malditismo, apostábamos por una estética de la postmodernidad en la que resumíamos todos los movimientos y propuestas que nos habían precedido para hallar al fin la voz que definiría nuestra estilo. Pese a sentir que tengo un registro escritural, esto no es definitivo.
Este recorrido por diversos escenarios nacionales y literarios, ¿pueden permitirte hacer una lectura de la poesía actual en el Perú?
Tenemos una propuesta sólida. Poetas como Jorge Hurtado (Trujillo), Patricia Colchado (Chimbote), Ana María Chávez (Arequipa) o Romy Sórdomez (Lima) proyectan poderosamente nuestra literatura. Sin embargo, no debemos dejarnos ganar por la vieja costumbre de repetir que tenemos la mejor poesía de Latinoamérica, tenemos una de las mejores, sí, pero cuidado, debemos mirar más allá, pienso que Chile y México nos acompañan en esto que, claro, no es una competencia, pero debería servirnos para que nuestros jóvenes poetas asistan más allá de la anécdota y se empapen al máximo de los aportes teóricos de la postmodernidad. La poesía está más allá de la experiencia.