Por Enrique Planas
Fuente: Domingo 16 de Enero del 2011 http://elcomercio.pe/impresa/notas/testimonio-inocencia/20110116/699204
El pintor Fernando de Szyszlo y la socióloga Carmen María Pinilla reflexionan sobre los aspectos más complejos de la personalidad del escritor. El amigo y la investigadora coinciden: el mejor homenaje para Arguedas es leerlo sin prejuicios
Uno de los más recordados testimonios gráficos que dan cuenta de la amistad entre el escritor José María Arguedas y el pintor Fernando de Szyszlo los muestra con el torso desnudo, flacos y jóvenes bajo el sol de las playas de Supe. Es 1946, el escritor tiene 35 años y el artista 21, aunque parece más por el grueso bigote. “Esa foto la tomó Blanca [Varela]”, nos cuenta Szyszlo, mientras recuerda los paseos a Puerto Supe, la casita en ruinas que Alicia Bustamante, la cuñada de Arguedas, compró por 6 mil soles, y que a pocos fuera convirtiendo en vivienda. Son recuerdos llenos de afecto.
Entre ambos había 14 años de diferencia, pero en la célebre peña Pancho Fierro, la generación de Arguedas, de César Moro y de Emilio Adolfo Westphalen había estrechado lazos con la siguiente. Cuando se conocieron, vivían todos en el clasemediero barrio de Santa Beatriz: Javier Sologuren, Eielson, Augusto y Sebastián Salazar Bondy, Carlos Germán Belli, Julio Ramón Ribeyro.
Para Szyszlo una característica definía al autor de “Los ríos profundos”: su candor de provinciano, su sabia inocencia. “José María era una persona muy vulnerable, muy sensible. Se sentía dentro de un ambiente que no era el suyo, como un campesino metido en la ciudad. Esta actitud nunca cambió: siempre fue un provinciano perdido en Lima”, recuerda.
Prueba de esta vulnerabilidad fue la incurable herida que le causó a Arguedas la mesa redonda organizada en 1965 por el Instituto de Estudios Peruanos, donde se dijo que su novela “Todas las sangres” no era “aprovechable” sociológicamente. Tampoco supo recuperarse cuando, dos años después, el escritor Julio Cortázar denostara contra él y su literatura “folclórica” en las páginas de la revista “Life en español”. “Todo aquello fue muy doloroso para él”, señala Szyszlo.
CON OJOS DE NIÑO
Coincidiendo con Szyszlo, para la estudiosa Carmen María Pinilla, es la humildad el rasgo más resaltante en la compleja personalidad de Arguedas. “Él hablaba incluso de ‘la mirada inocente’, como una herramienta de análisis para juzgar con lucidez, sin prejuicios, como práctica para el acercamiento a la realidad. Y fue por esa mirada que él pudo en su obra apreciar la realidad con tanta penetración”, sostiene.
CAUSAS DE UNA MUERTE
El 28 de noviembre de 1969, en un baño de la Universidad Nacional Agraria, en La Molina, Arguedas se disparó un balazo en la sien. Había dejado escritas varias cartas donde daba diversas explicaciones para su suicidio: sentirse acabado como escritor, incapaz para el estudio, imposibilitado de participar en el proceso revolucionario “que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes”, le escribía a su editor argentino Gonzalo Losada.
Para Fernando de Szyszlo, sin embargo, las causa más atendible de su suicidio tiene que ver con el haberse divorciado de Celia Bustamante. “Para él, ella era como un ancla, como su madre. José María se sintió perdido al separarse de ella. Seguramente estaba enamorado de Sybilla [Arredondo], pero ella lo metió en una actividad política en la cual Arguedas nunca se sintió muy cómodo”, dice. Por cierto, la idea de separarse de Celia Bustamante fue una empresa auspiciada con entusiasmo por su propia psicoanalista, la especialista chilena Lola Hoffmann. “Fue una tragedia”, recuerda Szyszlo. Una psiquiatra le dijo: ‘para resolver sus problemas usted necesita dejar a su mujer y empezar otra vida’, y José María regresó de Chile cambiado, decidido a separarse”.
Por su parte, para Pinilla, quien ha estudiado la correspondencia entre el escritor y la psicóloga chilena, Arguedas quiso ser fiel a sus sentimientos, aun sabiendo que podía ser peligroso. “Había valentía en ese acto de lanzarse a lo desconocido. Pero al poco tiempo llegó la insatisfacción”.
Pinilla recuerda la entrevista que sostuvo en Santiago de Chile con Hoffmann poco antes de su muerte en 1987. “Ella me dijo: creo que la causa profunda de las depresiones en Arguedas eran su insatisfacción frente a la mujer, pues él había interiorizado un modelo de mujer virginal”.
“La terapia de Lola Hoffmann no era propiamente psicoanalítica en el sentido freudiano. Ella seguía más bien las tesis de Jung, al poner mucha atención a la interpretación de los sueños y los deseos reprimidos. Hoffmann animaba a sus pacientes a seguir lo que ella llamaba la ‘autorrealización’, es decir, a enriquecerse viviendo plenamente, sin temor, cualquier experiencia”, dice.
Vulnerable y sensible, Arguedas no era una persona común. ¿El tratamiento radical de su psicóloga para animarlo a abrazar una nueva vida no fue demasiado exigente para su personalidad? “Sí, quizás fue demasiado para un temperamento tan susceptible como el suyo. El psiquiatra Javier Mariátegui me dijo que este tipo de terapia no era la adecuada para él. Siendo un escritor con tanta imaginación, Arguedas ‘columpiaba’ a la terapista, la mecía con sus historias”, revela.
Asimismo, Pinilla, quien actualmente viene preparando el esfuerzo biográfico más grande dedicado al autor de “Todas las sangres” tiene otro motivo para dudar de que aquella terapia funcionara: “Hoffmann se convirtió en la madre de Arguedas. Un psicoanalista no debe inmiscuirse en la vida afectiva de sus pacientes. Y en este caso ocurrió todo lo contrario. Hay cartas de ella en las que lo trata de ‘hijo’, mientras que Arguedas se refiere a ella como ‘Mama lola’”.
EL AUTOR INCOMPRENDIDO
En el primer capítulo de su último libro, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, Arguedas se lamenta de que sus amigos de Lima nunca lo habían comprendido. Ni Emilio Adolfo Westphalen ni Alberto Escobar ni el propio Szyszlo. “Yo creo que lo comprendíamos –reflexiona el pintor–. Pero José María estaba entonces en curso de colisión con la vida”. El pintor recuerda que la separación de su esposa y el nuevo compromiso generaron una profunda crisis en su círculo de amigos. “Todo el grupo de la peña Pancho Fierro se sintió muy afectado, no querían ver a Sybilla. Nos sentíamos obligados a tomar partido por uno u otro. Yo hice un esfuerzo para tratar a José María y Sybilla, y los invitamos a comer, pero ella tenía unas convicciones políticas inflexibles”, recuerda el pintor.
Dulces y amargos son los recuerdos de quienes compartieron estrechamente con Arguedas. Para el resto de nosotros, nos quedan sus libros. Y en su centenario, el mejor homenaje posible es volver a ellos. “Arguedas es un poeta. Sus sensaciones le suscitan palabras como a un músico sonidos o a un pintor colores. El lado sociológico no tiene ningún valor comparado con su valor literario. Así hay que leerlo”, añade Szyszlo. Pinilla piensa lo mismo: celebremos a Arguedas leyéndolo sin prejuicios. Dejemos solo que su escritura nos impacte”, concluye.