Por Mario Montalbetti
Fuente: Hueso Húmero No. 52, 2008
Reseña de:
M. Chirif, Cualquier cielo,
Mundo Ajeno editores, Lima 2008
La tercera sección de Cualquier Cielo de Micaela Chirif contiene nueve poemas sobre la muerte. Esos nueve poemas son excepcionales y deben ser una de las mejores series de poemas sobre cualquier tema en mucho tiempo. Chirif no habla de la muerte abstracta sino de la muerte concreta, literal; de la muerte de José Watanabe. Aquí Chirif, sus poemas y el lector hacen bien en renunciar a distinguir Sujeto del enunciado de Sujeto de la enunciación. ¿A quién queremos diferir con eso? ¿A quién queremos darle gusto? Esa asepsia no corresponde a esta serie. Más bien, como dice el epígrafe de Toko, esa muerte literal que hace que cualquier poema sobre ella “sea un engaño”, es una muerte sin tropo.
Chirif logra algo muy difícil en poesía que es escribir con el corazón en el verso y no en el tema. Porque no es el tema al que Chirif baña de pathos sino que el pathos reside en el tono que usa, en las palabras que usa, en la distancia que usa.
Tal vez uno se sorprenda pero esa forma no es japonesa sino occidental. Tiene que ver con el tono personal de Safo y con la distancia griega; con lo que D.H. Lawrence llamaba the minoan distance, la distancia que no se altera por más que se la atraviese. Lo que explica la muerte y tal vez el amor.
Una primera clave de esta serie se encuentra fuera de ella en los dos últimos poemas del libro que son sobre el mar. En el primero, el movimiento de una mecedora frente al mar somete a la línea del horizonte “a su antojo”. Someterla es conceder que no está ahí afuera, sino que esa línea es nuestra. De manera análoga, someter palabras es decidir dónde termina el sonido y dónde comienza el sentido. Esa línea divisoria es nuestra y no del lenguaje; la ponemos nosotros en los momentos en que optamos por decir y no meramente repetir. Y esa línea divisoria cambia con el vaivén del clima, interior y exterior. En el segundo el mar es el lugar de las cosas sin nombre. Ya no decimos esto es una rosa, una mesa, un cordel. Devolvemos la cosa a su lugar de cosa. El mar guarda la rosa despojada del peso de su nombre.
En ambos poemas finales hay un movimiento de vaivén y un silencio de fondo. Así es entonces la muerte literal: un movimiento de vaivén (la ausencia como falta y como presencia que se ha ido) y un silencio de fondo (las cosas sin nombre).
Chirif habla de José como su marido. Descomponiendo: su mar-ido. El ser amado es entonces el mar en el que uno coloca las cosas sin nombre, amor por ejemplo, cuando deja de ser palabra y regresa a ser cosa literal. Pero este mar-ido retorna con el movimiento de vaivén al que Chirif somete a la ausencia. Se va y retorna, no como falta, sino como presencia que, aunque ausente, sigue “andando por la alameda con sol” como el propio Watanbe vaticinó o que “mastica despacito mi corazón” como explica Chirif.
Es inapropiado ceder a la banalidad del vaticinio, pero a mi juicio esta serie perdurará por mucho tiempo, como perduran hasta hoy los cantos de amor y dolor de Safo. Tal es su intensidad, su belleza, su impecable concepción.